Oigo un agudo pitido, salta la alarma en mi móvil. A las 8.30 del lunes 4 de noviembre, por primera vez en mi sesentona vida, suena un aviso de Protección Civil. Ante el susto, solo pienso que mi nieto no debería ir a su barcelonesa guardería.

Ha pasado una semana desde que la DANA –un desastre indescriptible– empezó a arrasar Valencia, a acumular muertos, a poner en vilo a España.

Mientras eso sucedía, los partidos políticos se empeñaban en jugar a los indios, en lanzarse flechas: que si la autonomía me tiene que pedir ayuda, que si la culpa es tuya, que si la Casa Real se ha precipitado… Todo menos ser valientes, enfrentarse a la catástrofe, aceptar la crisis y, como prevé la ley, declarar el estado de alarma “en todo o parte del territorio nacional” .

Entre tanta miseria política, Felipe VI y la reina Letizia fueron el domingo a Paiporta acompañados (es un decir) por Pedro Sánchez y Carlos Mazón (los presidentes de España y de Valencia, respectivamente).

Los gritos de “asesinos”, también de “Sánchez, hijo de puta” y otras lindezas, resonaron por las calles de esa arrasada localidad de 29.000 habitantes que acumula una cuarta parte de los 214 fallecidos hasta el momento debido al desastre atmosférico.

Había furia en las calles. ¿Qué esperaban? ¿Aplausos?

A los pocos minutos de llegar, el presidente del Gobierno fue evacuado en un coche que acabó con un cristal roto. Vámonos a Madrid y no volvamos, pensaron los asesores de este sálvese quien pueda.

Poco después, los obedientes de siempre tuitearon que, antes de la evacuación, se vio caer “un palo de escoba… o de pala” cerca de la zona por donde pasaba el presidente. No deja de ser un detalle irrisorio en medio de tanta tragedia.

Quien se quedó bajo palos y gritos fue el Rey. El monarca acabó sucio, embarrado, pero optó por hacer su trabajo. Avanzó durante una hora, intentando dialogar, penando las culpas de otros. Mientras, la Reina abrazaba a las mujeres rotas de Paiporta.

Tras el 1,97 de altura de Felipe VI, la pequeña y devastada figura de Mazón ni se veía. El político del PP, que aguantó unos 20 minutos en la comitiva, tuvo la mejor frase del día: “Entiendo la indignación social y, por supuesto, me quedo a recibirla”. Veremos si resiste.

Los medios afines al Gobierno, incluso el ente público, se esforzaron en hacernos creer que los insultos iban contra la monarquía, que todos los furiosos eran de ultraderecha. Llegaron, incluso, a alterar el sentido de lo que dijo el domingo en TVE la mismísima alcaldesa de la localidad visitada: “Había gente de Paiporta y gente de fuera. Lo que se ha visto hoy es el grito de un pueblo que se siente abandonado”.

A mí, me quedó claro. Sin embargo, la presentadora Silvia Intxaurrondo se apresuró en llevar la frase al molino de la Moncloa: “Usted nos ha dejado muy claro que no son los vecinos de Paiporta los que han hecho esto”. Así son las manipulaciones.

El pasado martes, cuando caían 500 litros por metro cuadrado, hubo pleno en el Congreso. No para decidir ayudas ni declarar la emergencia necesaria, sino para dar el visto bueno al decreto que ha permitido ampliar el consejo de administración de RTVE, plagado ya de comisarios políticos. 

Gracias tanto a la rapidez en los nombramientos como a la pasividad en la tragedia, Mikimoto (el cómico, periodista y patriota de Junts) y Sergi Sol (mano derecha de Oriol Junqueras) han sido nombrados consejeros. Podemos ha colocado a un periodista musical y Geroa Bai (la coalición electoral del PNV en Navarra) a una diputada foral.

Los socialistas han optado por elegir a varios portavoces o directores de comunicación que antes pasaron por gobiernos y gabinetes ministeriales. Gente de confianza, militante. Rosa León, también consejera por el PSOE, podrá cantarnos aquello de “vamos a ver cómo es el reino del revés. Aquel en el que un año dura un mes. Y donde dos y dos son tres”. En eso estamos.

La decimoquinta potencia mundial, España, vive una crisis institucional. Solo el Rey ha hecho su trabajo sin mirar a los lados ni culpar a nadie ni hacer cálculos políticos.

Ha cumplido con su deber, dando la cara, aunque se la ensucien, sacando al Estado de derecho español de una triste y embarrada riada política que no da para más. A mí, que ni siquiera soy monárquica, me representa.