Aunque me da mucha pereza aleccionar a los demás, y suelo seguir a rajatabla la norma de no dar consejos a nadie a menos que me los pida, y sigo esa norma tan a pies juntillas que tampoco doy mi opinión sobre nada si no me preguntan “¿y tú qué piensas?”, creo que un día de estos voy a llamar a Cristina Fallarás y voy a sostener con ella una conversación muy seria.
Nos conocimos en la redacción de Factual, periódico digital estupendo donde yo era columnista y ella era subdirectora, y creo que, durante un breve periodo de tiempo, cuando Arcadi Espada se retiró, llegó también a directora. Ya entonces tenía sus extravagancias, a las que su selvática y rizada melena pelirroja daba connotaciones incendiarias y apasionadas, pero en general me parecía una profesional competente del periodismo. Luego pasó por un duro bache del que ella misma ha hablado, ha publicado algunos libros, que no dudo que estén bien, en editoriales prestigiosas, y ha tenido algunas apariciones públicas muy disruptivas, por decirlo así, en la tele y en las manifestaciones izquierdistas.
En esos ambientes no era la más desaforada, dicho sea de paso: en la tele no se requieren profesores sesudos e introspectivos con gafas de culo de botella y pajarita a topos que antes de tomar la palabra den unas pensativas caladas a la babosa cachimba; no, no, allí se te pide que seas vehemente y que traspases límites por el bien de la audiencia, y a la plaza pública se va a exaltar los ánimos de la parroquia, no a repartir sensatez y serenidad. En esos sitios –y también en otros ámbitos, como los de la política y del mismo periodismo– se han visto y se ven cada día cosas mucho más disparatadas que los monólogos de Fallarás.
Cristina, he perdido tu teléfono, llámame, tomaremos un café y te daré consejos útiles, de manera altruista y gratuita. Quizá esta sugerencia suene paternalista y heteropatriarcal, pero creo que te conviene escucharme. Pero si no me llamas, ya te adelanto aquí, sin acritud y con talante, lo que te diría a la cara. Es muy breve: NO se escribe en X, que es una fábrica de bulos propiedad de Elon Musk, un genio del mal, ni en Instragram, ni en todos esos estercoleros, que son como un programa de Jorge Javier a nivel mundial. Salvo para hacer publicidad de tu obra: ahí sí que está justificado.
Pero entiendo que, a pesar de la toxicidad de las redes, mucha gente se siente sola y que nadie le escucha, siente la necesidad de expresarse en la plaza pública, no dispone de otro vehículo, y acepta participar en ese pozo de heces.
Bien, pero aún en esos casos, que supongo no es el tuyo, si se escribe en X NO se retuitean mensajes de denuncia anónimos, como el que le ha costado la carrera política –bastante desballestada ya, pero aún era jefe del grupo parlamentario de Podemos o de Sumar o de alguna fracción de algo parecido– a Íñigo Errejón. Las denuncias anónimas no son propias de damas ni de caballeros. Son propias de gente baja.
The Times, que todavía sigue siendo un diario de referencia, ya hace algún tiempo que ha prohibido los mensajes anónimos en sus ediciones digitales, como antes hacían todos los periódicos respetables, en los que, si querías ver publicada tu carta al director, debías adjuntar tu nombre completo, dirección y número telefónico. La causa feminista no debería ser una excepción ni una excusa. Es una causa que respeto y comparto, pero no justifica la destrucción anónima de la reputación de nadie.
En Cataluña tenemos el reciente caso de Eduard Pujol, parlamentario en el Congreso (y por otra parte un tipo peculiar que asegura que le persigue por las calles de Barcelona un agente del CNI en patinete), que acaba de ser exonerado de los delitos de acoso sexual por parte de unas denunciantes anónimas que luego se retractaron y pidieron perdón (perdón que él les concedió, lo cual le honra).
El tipo era inocente, pero durante largos años descarrilaron su carrera política y destruyeron su reputación. Por no recordar cómo otras denuncias anónimas y falsas de toda falsedad, venteadas por un diario catalán, llevaron a la muerte civil, y luego física, al director teatral Joan Ollé. Etcétera, etcétera, etcétera. Estas vilezas, propias del signo de los tiempos, tienen que acabar ya.
Los anónimos a los que tu cuenta en las redes dio poderoso altavoz, y que ayer reprodujo toda la prensa, cuyos titulares acusaban a Errejón de “violencia sexual”, “maltrato sexual” y otros horrores, son pueriles. Una anónima amante despechada califica al político –hoy ya expolítico– de “maltratador psicológico”. Se queja de que al principio sabe ser muy seductor, pero en cuanto te ha follado te echa de su casa en menos de dos horas. También denuncia que “su forma de tener sexo es como si se estuviera masturbando con tu cuerpo”. Y “te pide hacer prácticas humillantes, y si te niegas te monta números”. Tales conductas la llevan a calificarlo de “verdadero psicópata” y “verdadero monstruo”.
Vamos a ver. No entraremos en todas las acusaciones, en el “uso masturbatorio” del cuerpo de la denunciante, en las prácticas humillantes ni en los “números” por no prestarse a ellas; pero después de tan mala experiencia quejarse de que te echen de casa antes de dos horas parece contradictorio. Dicen que el coito se puede practicar durante horas o durante tooodo el día, como se jactaba de hacer el difunto Dragó. Y que muchas veces se despacha en media hora. ¡El caso es que no es un compromiso para toda la vida! Después de esa media hora, culminado el éxtasis o constatada la insatisfacción de las expectativas de ambos, otra hora y media es más que suficiente para decir: “Bueno, oye, me tengo que ir, que me están esperando a la puerta de El Corte Inglés y llego tardísimo”.
¿O es que querías quedarte a desayunar?
Esperamos para los próximos días más denuncias de otras examantes anónimas que se sintieron defraudadas y querrán clavar también su tachuela en el ataúd de Errejón. Celebramos que el mismo Errejón, en su carta de retirada de la política, sea tan consecuente con el ideario y el vocabulario de su movimiento que se reproche haber fallado a “los cuidados, la empatía y las necesidades de los otros” y que atribuya a sus exigentes responsabilidades en pos del bien común el haber insensiblemente adoptado actitudes “neoliberales”. ¡Ah, la culpa era del capitalismo! ¡Claro! Y también de la derecha y la extrema derecha, ¿no? Vale, vale.