El título de un libro sobre el legado español en América, escrito por un argentino, viene que ni pintado para traer a la memoria lo mucho que ha aportado España a la historia de la humanidad, ahora que algún descendiente de españoles pide que se pida perdón casi por el hecho de existir. Estos enemigos de sí mismos deberían hablar con sus abuelos, en lugar de pedir imposibles a nuestro jefe del Estado.
En primer lugar, carece de sentido medir con ojos del presente actitudes del pasado. Los valores predominantes hoy nada tienen que ver no ya con los de hace cinco siglos, sino con los de hace cinco décadas. No somos mejores que nuestros antepasados, simplemente pensamos diferente. Y lo mismo que somos, y debemos ser, tolerantes con otras culturas, deberíamos serlo con nuestro pasado, entre otras cosas porque nuestros descendientes también nos criticarán a nosotros.
Desde el punto de vista factual, España nunca ha colonizado, simplemente ha extendido sus fronteras, teniendo los mismos derechos un ciudadano nacido en Ecuador que en Málaga, algo que no ha ocurrido en otros imperios. Además, la apertura al mestizaje, algo propio del desarrollo de la España de Ultramar, facilitó sobremanera la integración real de todas las razas.
El 14 de enero de 1514, el rey Fernando el Católico legalizó los matrimonios mixtos mediante una real célula. En Estados Unidos estuvieron prohibidos los matrimonios interraciales en Virginia y en muchos otros estados hasta 450 años después, cuando el 12 de junio de 1967 la Corte Suprema abolió su prohibición.
El 20 de junio de 1500, una real provisión de Isabel la Católica prohibió la esclavitud de cualquier ciudadano español, hubiese nacido en la Península o en América. Más de 350 años después, el presidente Abraham Lincoln emitió la Proclamación de Emancipación el 1 de enero de 1863, tras tres años de una sangrienta guerra civil.
De las 43 ciudades de toda América que gozan del título de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, 31 fueron levantadas por españoles. Carlos V fundó el 12 de mayo de 1551 la primera universidad de América, en Lima. En el entorno anglosajón hubo que esperar más de cien años, los mismos que en el entorno francófono, para tener su primera universidad en suelo americano.
Los franciscanos publicaron una primera gramática náhuatl, lengua de los mexicas, en 1531. La primera gramática quechua, lengua del Imperio inca, la publicó un misionero de Valladolid en 1560. Los “malvados” misioneros y los “sanguinarios” conquistadores escribieron gramáticas de lenguas indígenas tales como el aimara, el chaima, el guaraní, el totonaca, el otomí, el purépecha, el zapoteca, el mixteca, las lenguas mayas y el mapuche entre otras. A finales del siglo XVI se publicaron 109 obras dedicadas a las lenguas indígenas tan solo en México.
España nunca tuvo un afán genocida con los habitantes de América. Las grandes batallas iniciales se produjeron entre distintas tribus y clanes, no entre españoles y locales. Y posteriormente en algunos países fueron los nacidos allá quienes pelearon entre sí. En una sociedad donde la agricultura y la ganadería se extendían, quienes seguían cazando descubrieron que se mataba de manera más sencilla a una vaca que a un guanaco o un bisonte. Los criollos, en general, no mataron indígenas porque sí, sino para defender su ganado.
Las guerras de exterminio no llegaron hasta bien entrado el siglo XIX, ya en países emancipados de la Corona española. Una de las mayores guerras de exterminio fue la guerra de la triple alianza y sucedió en 1870 cuando Brasil, Uruguay y Argentina se aliaron para terminar con cualquier blanco en Paraguay. En Argentina, el general Roca, nacido en Tucumán, inició una campaña en el sur de su país en 1880 para exterminar indígenas. Ambos casos quedan algo lejos de la influencia de los Reyes Católicos, Hernán Cortés y Pizarro…
Si no tenemos nada de lo que avergonzarnos, ¿por qué hay una leyenda negra y por qué no nos defendemos? El origen de la leyenda negra es sencillo y está documentado, propaganda antiespañola, hispanofóbica y anticatolicista promovida por los enemigos comerciales de España en el siglo XVI, es decir, Reino Unido y los Países Bajos. Fake news de la época para desprestigiar a un imperio e intentar ocupar su posición. Pero lo más triste no es que nuestros competidores hiciesen guerra sucia, es que no nos supimos defender, y ni siquiera hoy nos sabemos defender.
Francia y Reino Unido, por poner dos ejemplos, no se arrepienten ni un ápice de su pasado y nosotros callamos. ¿Podemos aprobar, con los ojos de hoy, la barbarie de la Revolución francesa y, sobre todo, la etapa del terror? ¿No deberíamos pensar que destruir las fronteras y cargarse la historia de muchos países no es algo que haya que alabar, por mucho que quien lo hiciese fuese un tal Napoleón? ¿No nos extraña que muchas fronteras en Asia y sobre todo en África sean simples líneas rectas trazadas en un despacho británico? ¿No tiene mucho que ver con el lío actual en Oriente Medio la estampida de Reino Unido de la región? Pues ellos, en lugar de arrepentirse y pedir perdón, siguen, por ejemplo, emitiendo monedas en África (210 millones de personas, pertenecientes a 14 países, usan francos CFA avalados por el Estado francés) o manteniendo como jefe del Estado a su soberano (14 países de la Commonwealth reconocen como jefe del Estado al Rey de Inglaterra). Y nosotros, a arrepentirnos de haber nacido. Como diría aquel, somos “tontos del tó, pa’ siempre”.
La progresía revisionista ha comprado el relato, falso, de una colonización sangrienta y extractiva cuando ni fue colonización ni fue sangrienta ni extractiva.
De todo el oro y plata que se extraía en América solo se embarcaba para España el 20%, el conocido como quinto real. El resto se quedó en América, en maravillas como la iglesia de la Compañía de Jesús de Quito o simplemente en el disfrute de los ciudadanos locales. Y de ese 20%, una gran parte fue robada por los piratas ingleses o yace en el fondo del mar. Pero dando por bueno que en más de 150 años llegaron a España unas 150 toneladas de oro, esa cantidad es menor que lo que hoy extrae Perú en un año o México en año y medio, por lo que mal podemos hablar de expolio.
Ante los datos falsos, en la inmensa mayoría propagados por descendientes de españoles como reza en sus apellidos, solo cabe, como ante cualquier bulo, contraponer la verdad y en este caso la historia dice cosas realmente contundentes. La pena es que nos cueste tanto recordarla.