Todos contra todos y a la inversa. El Supremo contra el fiscal general, el ministro de Justicia contra el Supremo. ¿Por qué no se elimina el Supremo? Es un nido de neofranquistas, dicen unos; es la única salvaguarda que le queda a esta democracia, dicen otros. Aparentemente todo es muy simple: unos contra otros y otros contra unos.

Esta polarización de las élites no por ser tan evidente ha dejado de ser en extremo molesta, perjudicial y estúpida. Sánchez en su último discurso de “embestidura” dejó claro que había levantado un muro contra la derecha y la ultraderecha. O con él o contra él. Y así ha sido.

Desde 2018, el presidente ya había dado sobradas señales de ser una suerte de Llanero Solitario reencarnado, un cowboy justiciero perseguidor de forajidos e iluminado vigilante ante el avance de la derecha y los ultras. A los nacionalistas comprensiblemente los ha dejado aparte, por más ultras que sean.

Como el personaje de ficción, Sánchez es también un maestro del disfraz y del rastreo. Aunque, a diferencia del Llanero, el presidente evita el cuerpo a cuerpo, para eso ha tenido y tiene a sus fieles parapetos: Ábalos, Calvo, Lastra, Cerdán, Patxi, Bolaños, Montero, Alegría... Parece un presagio que en la versión original americana el escudero nativo que acompaña al Llanero se llame Tonto y en las traducciones al español se denomine Toro.

Estos nuevos políticos-héroes han inventado una guerra civil mediática que les impide gobernar, pero con la que entretienen a la ciudadanía como si de una serie se tratara. El ministro Bolaños ha resumido muy bien el argumento central de esta última temporada: “No nos puede doblar el pulso la jauría extremista con bulos, mentiras y patrañas para intimidarnos”.

Temporada tras temporada los guionistas de la serie han ido cambiando. En la sesión de control del pasado miércoles las intervenciones de los ministros mostraron la baja calidad de los últimos guiones, al enumerar como loros entrenados los casos de corrupción del PP y olvidar intencionadamente citar los del PSOE. Fue en ese ambiente tan bronco e infantil cuando María Jesús Montero marcó la diferencia.

La ministra intervino sin atender al guion matutino que habían escrito los fontaneros de Moncloa. Montero fue lúcida al definir como política basura lo que practica el PP, pero inconscientemente calificó del mismo modo la del PSOE cuando, a renglón seguido, utilizó el “y tú más” para responder a Elías Bendodo, quien le acababa de recordar que había formado parte de los Gobiernos socialistas andaluces manchados por los ERE.

Así, a la polarización se añade el fin de la ética. Sánchez escenificó muy bien esta situación cuando en la misma sesión –de manera muy breve y sin nombrarlos– pidió disculpas a la ciudadanía por el caso Koldo y la trama Ábalos. Ante la lógica desafección de los ciudadanos hacia este tipo de política, cabe preguntarse qué porcentaje ha admitido esas disculpas. El resultado podría revelar hasta qué punto nuestros gobernantes viven en una realidad paralela a la de la ciudadanía.

El mundo de la política no es ficción, es una enorme burbuja repleta de basura a punto de estallar que, al mismo tiempo que entretiene, enerva al común de los contribuyentes. El día que reviente salpicará a todos, incluidos el Tonto de turno y el Llanero Solitario.