Retrotraernos a la historia de la intentona separatista genera a estas alturas una cierta pereza, pero es imposible no hacerlo cuando uno de los protagonistas de aquellos años, como fue sin duda Marta Rovira, se pone a hacer autocrítica en medio de una cruenta lucha por el poder del partido.
De la conferencia de despedida de la secretaria general de ERC me llamó la atención la combinación de sinceridad e infantilismo. Me pareció sincera en lo concerniente a la vida interna de la formación republicana y en su relación con Oriol Junqueras, cuya doblez y cobardía ha sido desnudada por gente muy diversa, tanto de fuera del partido, que le trataron a fondo siendo vicepresidente de la Generalitat, como por personas de ERC que le fueron muy próximas y creyeron en él.
La lista de críticos es inagotable, empezando por Pere Aragonès, alumno predilecto a quien designó candidato a la presidencia de la Generalitat en 2021. Es sorprendente que, a fecha de hoy, tenga opciones reales de alzarse nuevamente con la presidencia de ERC. Nadie que piense un poco con la cabeza puede creerse que Junqueras no estuviera al tanto de todo lo que se cocía en la organización, como revela el informe interno a propósito de los carteles contra los Maragall, ni puede dar crédito a su patético victimismo contra los llamados “barones” del partido.
El congreso republicano no es hasta el 30 de noviembre, y otro mes y medio de declaraciones y luchas intestinas garantiza a ERC una sangría mortal, una abismal crisis de confianza de los militantes hacia sus dirigentes, sin saber a quién creer. ¿Se acabará entre tanto derrumbando la negativa de Junqueras a asumir que su ciclo político se ha acabado tras 13 de años de presidente, y se hará finalmente responsable del fracaso de ERC?
Sobre la deriva del procés es donde el análisis de Rovira me parece más infantil, y revela precisamente muchas cosas de la psicología del personaje, con un fondo de peligroso fanatismo. El fiasco lo atribuye a que, “tras el referéndum, empezó la deriva”, y se pregunta si “no tener ningún acuerdo para el 2 de octubre de 2017 era un reflejo de la falta de compromiso y credibilidad política que algunos le daban al 1-O”, señalando indudablemente a Junqueras. Pero lo que Rovira debería reflexionar es que el problema era previo.
Si al día siguiente del referéndum, y pese a su indudable éxito de organización y participación, no supieron qué hacer es porque solo fue una forma de ganar tiempo. Es importante recordar que el 1-O no figuraba en el programa electoral de Junts pel Sí. Carles Puigdemont lo propuso en octubre de 2016 como moneda de cambio para que la CUP aprobase los presupuestos, y evitar así el colapso del procés, que ya estuvo a punto naufragar cuando los anticapitalistas se negaron a investir a Mas a finales del 2015.
La hoja de ruta unilateral, con su proceso constituyente y la proclamación de la independencia a los 18 meses, fue siempre intransitable. Las elecciones en forma de plebiscito fueron un fracaso para el independentismo, como reconoció la noche de las elecciones de 2015 el cabeza de lista de la CUP, Antonio Baños.
Lo sensato hubiera sido aceptarlo en lugar de seguir pedaleando hacia ninguna parte. El referéndum se lo sacaron de la manga al cabo de un año para forzar el choque con el Estado, seguramente con la esperanza de que no pudiera hacerse, victimizarse y seguir improvisando.
El 2 de octubre de 2017 no supieron qué hacer porque estaban emborrachados de retórica unilateral, y no podían reconocer ante su hiperactiva parroquia que la independencia no estaba cerca y menos aún de ser reconocida por nadie. La solución inteligente y democrática eran las elecciones, pero eso sonaba a traición o cobardía, mientras hacer efectiva la república catalana, cumpliendo lo que de forma tan insensata habían aprobado en el Parlament, nos conducía a un conflicto civil entre catalanes y a otro octubre del 1934.
En aquellos días, Rovira parecía por sus lloros partidaria de la segunda opción. Los que estaban al mando del timón del procés, empezando por la mayoría de los miembros del Govern, se asustaron y, ante esa disyuntiva, optaron por refugiarse en una esperanza de mediación internacional que sabían que nunca se produciría en contra de la voluntad de un Estado democrático miembro de la UE.
Lo peor de Junqueras no es que tras el 1 de octubre desapareciese, no se mojase en las reuniones del Govern, engañase a unos o a otros, o corriera a esconderse en Montserrat el día 27, sino el hecho de haber coprotagonizado, junto a Artur Mas y Carles Puigdemont, un engaño masivo a la sociedad catalana y, particularmente, a sus votantes. En democracia, en el seno de la Unión Europea, la secesión unilateral es imposible. Parece que esta es una lección que ya han aprendido, aunque Rovira no lo diga por su boca.