Estaría bien y no sería menos creíble que, al inicio de la comparecencia de la portavoz del consejo de ministras y ministros, ésta jurase que va a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sin necesidad de Biblia o constitución alguna. Así, a pelo, como en las películas americanas, aunque nadie se crea que vaya a cumplir su palabra. Las formas nunca se deben perder, son necesarias.

No ha sucedido así en la última aparición de la portavoz Pilar Alegría, quien ha ofrecido una increíble “versión” de la decisión de la Audiencia de Madrid sobre el caso Begoña. Sus palabras confirman, una vez más, que en el consejo de ministras y ministros se tratan asuntos relacionados con la esposa del Presidente. ¿No debería ser un asunto privado si afecta a una persona que no ostenta cargo alguno? Pues no, sus excelencias coinciden con aquella máxima que dice que la mujer del César no solo debe ser honrada, sino que también debe aparentarlo. Esas apariencias sí son asunto de Estado, porque “Ave, Caesar, morituri te salutant”; pero cuanto más tarde, mejor.

Oída la sonriente declaración de Alegría, los periodistas de distintos medios han ejercido su oficio y han puesto al descubierto -con todo detalle y una a una- las mentiras que pronunció la ministra sobre si es una investigación prospectiva que la Audiencia de Madrid ha reducido al mínimo y, por tanto, y según el gobierno, la causa está próxima al archivo. Toda la versión ha sido un cúmulo de burdas mentiras. En su resolución, la Audiencia no dice nada de lo que afirmó Alegría.

Haría bien Diego Rubio, el prestigioso jefe de gabinete de Sánchez, en explicar a los ministros antes de salir al ruedo que no es lo mismo simular que disimular. El arte del engaño no consiste en hacer creer lo que no es, sino en la capacidad de no hacer ver las cosas como son. Una persona inteligente no es aquella que miente descaradamente, sino aquella que sabe disimular. Conocida es la sentencia de Saavedra Fajardo en su República literaria (1612): “Todo el estudio de los políticos se emplea en cubrir el rostro a la mentira y que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazando los designios”.

Visto así, Sánchez disimula cuando pacta con Bildu, pero Marlaska miente a las víctimas del terrorismo; Sánchez disimula cuando pacta con Junts, pero Cerdán miente a su partido, etc. Y quizás esta sea la diferencia que tanto fascina a militantes y votantes para que sigan siendo fieles al Presidente del Gobierno y, sobre todo, justifiquen sus recurrentes tropelías como un mal menor o con el reaccionario mantra progre: la derecha lo haría peor.

Los (de)votos socialistas están en lo cierto cuando niegan que Sánchez es un mentiroso compulsivo y, además, admiten que está en su derecho si considera oportuno cambiar (disimular) de opinión. Pero, quizás, deberían tener presente la advertencia previa que el citado Saavedra hizo a su sentencia: “Sobre el engaño y la malicia fundáis los aumentos y conservación de los estados sin considerar que pueden durar poco sobre tan falsos cimientos”. Pero mientras dure duró, dirán los centenares de miles de fieles, y si es con Alegría mucho mejor.