En política hay una verdad inmutable: los partidos grandes --los partidos conocidos como centrales y “de gobierno”-- son aquellos que crean rebaño, que alcanzan grandes y transversales capas de la sociedad.
Su misión es multiplicarse, como si fueran un virus que hay que inocular a la mayoría social, y a medida que este se expande va mutando, eso es, estos partidos aportan el bagaje original propio y obtienen otro nuevo en cada contacto, en cada inoculación.
Tal vez no sea la metáfora más estimulante, pero me parece certera: son partidos que quieren parecerse a la sociedad que gobiernan y que consiguen que la sociedad se parezca a ellos, en un movimiento enriquecedor y permanente.
Haciendo un ejercicio de memoria ejemplificador y cercano: ¿recuerdan el viaje al centro de Aznar? ¿La política de hechos y no palabras de Montilla? ¿El cambio de Maragall? ¿El diálogo y el talante de Zapatero? ¿Las manos limpias de Carod-Rovira? Para sumar nuevos votantes al proyecto propio hay que enriquecerse del bagaje ajeno y enriquecerlo desde el propio.
En 2013, me sorprendió el primer discurso público del Papa Francisco en Audiencia General, un día después de ser elegido Papa. Este discurso implicaba una declaración de intenciones, un leitmotiv para su papado.
El recién elegido animaba a los sacerdotes a ser “pastores con olor a oveja en medio del rebaño”, a “salir hacia la periferia”. Las ovejas no deben ser contadas por los pastores, sino que estos deben salir a buscarlas --descarriadas o no-- para que vengan o vuelvan al rebaño. Contar ovejas es un ejercicio matemático inútil cuando la propia misión sería conducir y ampliar el rebaño, venía a decir el Pontífice.
Para crecer, para crear rebaño, en la mayoría de las ocasiones todo partido debe abandonar la comodidad de una posición minoritaria e inmutable y viajar hacia lo que la sociedad reclama, un viaje que implica un punto inevitable de ambigüedad y la modelación de algunos principios que antaño se consideraban inmutables. Un viaje para ir subiendo escalones hacia la hegemonía. Dejar de ser un partido pequeño para ser un partido hegemónico.
Un movimiento incómodo, ya que implica explicarse donde parece que nadie quiere escuchar, pero que si se realiza con constancia y convencimiento, deviene una gota malaya, caza votos.
Sin esa voluntad de contagiar a la sociedad y de contagiarse desde ella, se está condenado a ocupar un pequeño espacio a cambio de mayor seguridad electoral. A ser algo muy de verdad: ecologista, independentista, de derechas, animalistas, de izquierdas… Pongan el calificativo que quieran. Un partido de nicho que no implica ostracismo político, pero sí conlleva incapacidad para salir de las propias posiciones para abrazar a amplias capas de la sociedad y alcanzar grandes consensos que permitan avanzar.
Los esencialismos no pagan facturas, no construyen vivienda pública, no hacen frente en condiciones a nuestro problema ecológico, no reflotan la industria, no modernizan nuestra Administración o no afrontan nuestras acuciantes necesidades energéticas.
Los esencialismos pueden aportar soluciones, perspectivas o ayudar a enfrentarse a uno de esos problemas, pero no a todos ellos a la vez. Influyen y generan influencia, pero no permiten gobernar. Generan, a menudo, una cultura del no poco productiva, poco constructiva, que la sociedad no suele premiar abundantemente en las urnas.
Los esencialismos de los partidos nicho crean un discurso, pero este no genera un relato político integral que persuada al ciudadano de que merece su apoyo, que le inspire la mayor de las confianzas. Un relato que permita una transformación social a largo plazo que deje la táctica aparte y se centre en la estrategia. Un relato que haga frente a los problemas de una sociedad diversa en sus posiciones, ideas e identidades.
Esquerra Republicana de Catalunya manifestó, hace ya muchos años, su voluntad de crecer y disputar la hegemonía a la entonces CiU y al PSC. Decidió ser un partido grande, decidió abandonar posturas netamente y casi exclusivamente independentistas y acabó ocupando --no sin esfuerzo-- un espacio mucho más amplio, crear un relato que agitó todo el tablero político catalán, que aún está reconstruyéndose ahora que estamos en lo que se ha dado a llamar posproceso.
Ahora bien, respecto al posproceso nadie debería engañarse. Una gran parte de la sociedad catalana no ha desaparecido, sigue aquí. Pretender que una pax romana socialista ha puesto punto final a problemas e incomodidades que hace años que se arrastran es pura ilusión.
Abran los ojos: el elefante rosa sigue en la habitación. No hay partido político ahora mismo en Cataluña que pueda gobernar por sí solo, por muchas cuotas de poder que haya ocupado ahora el PSC. La hegemonía sigue en juego y nadie sabe si alguien conseguirá abrazarla totalmente.
Sobre Junts, la antigua CiU, diría que está peor de lo que algunos imaginan y querrían manifestar en público. No parece que en su próximo congreso vayan a definir qué quieren ser en realidad, atrapados por su propia ambigüedad. Parece que seguirán deshojando la margarita hasta que la margarita aguante.
A modo ejemplificante, ¿saben cuántos concejales tiene Junts en algunas ciudades del área metropolitana de Barcelona? Ninguno. Cero representantes en el eslabón político más próximo al ciudadano en el territorio más poblado de Cataluña.
No hablamos de pequeños municipios, hablamos de Cornellà, L'Hospitalet de Llobregat, Santa Coloma, Sant Boi, El Prat, Sant Adrià de Besòs… Con nula representación electoral en estos lares, ¿se pretende disponer de un relato propio con el que conseguir la hegemonía?
En este sentido, y dicho todo lo dicho, el próximo Congreso de Esquerra Republicana de Catalunya deviene una encrucijada estratégica para este partido. ¿Debe volver a los cuarteles de invierno y buscar la seguridad de un suelo electoral o debe salir a luchar de nuevo por la hegemonía?, ¿mantener o no el rumbo tomado hace unos años hacia el desbordamiento del propio espacio tradicional?, ¿ser un partido pequeño o ser un partido grande?
Lo que esté en juego, ni más ni menos, es si ERC quiere seguir remando hacia devenir el partido nacional catalán que pretendía ser hace unos años o escuchar los cantos de sirena para volver a la comodidad de un discurso menos amplio y devenir de nuevo un partido nicho.
Ahora mismo Cataluña es básicamente una silla de tres patas: ERC, PSC y Junts. Puede que siga siendo así, pero ninguna de las tres conseguirá autosostenerse como un taburete sin una manifiesta voluntad de hacerlo. No se sabe si alguno de los tres partidos lo conseguirá, pero sí se sabe quién tiene o no voluntad de intentarlo en este momento.
Más allá de qué candidatura gane el próximo congreso de Esquerra Republicana de Catalunya, es esto lo que está en juego. Ir a dormir contando ovejas o salir de nuevo a buscarlas. Volver a luchar para volver a vencer o retirarse a los cuarteles de invierno a lamerse las heridas.