Me envía una fotografía de una copa de vino tinto y unos pimientos del padrón. “Los he pedido para pasar el rato. Vivir es disfrutar de las pequeñas cosas”. Suspiro. Otro que se las da de profundo. Después me digo: “Déjate de prejuicios, mujer, igual te sorprende”.

Una hora más tarde estoy sentada frente a él, discutiendo animadamente si es apropiado mezclar carne con pescado (hemos pedido calamares a la plancha con virutas de jamón) o si haber crecido en el País Vasco en los años 80 justifica ser o no hoy nacionalista.

“Nacionalista en el sentido de sentirme orgulloso de mi cultura, de mis orígenes”, me dice. Yo lo veo como un simple accidente del azar. Podría haber nacido tanto en Bilbao como en Kuala Lumpur o Arabia Saudí, donde viaja a menudo por trabajo. “Una vez mi mujer vino a visitarme a Riad y en el aeropuerto un grupo de hombres la escupieron, iba cubierta con la abaya, pero aun así detectaron que era extranjera”, me explica.

Tiene los labios manchados de vino y tinta de calamar, y me pregunto si los míos estarán igual. “¿Estás divorciado?”. “No, mi mujer murió hace hoy exactamente cuatro años, de un cáncer”. Me quedo de piedra. Entonces recuerdo el mensaje de antes, “vivir es disfrutar de las pequeñas cosas”, y de pronto no me parece tan ridículo. La ridícula quizás sea yo, por haber sacado conclusiones antes de tiempo, me digo.

Me quedo un poco triste, pensar que alguien ha visto morir al amor de su vida con cuarenta y pocos años me parece muy duro, y no logro terminar la cena con el mismo jajá jujú que llevábamos hasta ahora. El exceso de vino tampoco ayuda. “Me gustaría ser de esas personas a las que el alcohol lanza para arriba”, le digo mientras nos despedimos. Estoy un poco mareada, pero no se lo cuento. Me apetece estar sola.

Me bebo un litro de agua mientras doy un paseo por las calles vacías del Poblenou, iluminadas por la luz anaranjada de las farolas. No muy lejos de ahí vive el primer (y único) vasco de mi vida. “Maite zaitut” –te quiero–, me enseñó a decir. No puedo evitar enviarle un whatsapp: “Hola, XX, ¿cómo estás? ¡Esta noche he tenido una cita con un chico vasco y me he acordado tanto de ti! Ya sé que eres cero nostálgico, pero tienes la desgracia de ser el último hombre de quien me he enamorado. No entiendo cómo me puede resultar tan difícil. Espero que estés bien y que no te moleste este mensaje. Besos”.

Me respondió a la mañana siguiente, cariñoso. Hay que disfrutar de las pequeñas cosas, aunque sea un mensaje alcoholizado de tu exnovia a medianoche.