La forma de vestir expresa de forma diáfana y clara el devenir de las sociedades, sus deseos, sus miedos, la aceptación de roles, la ruptura de estereotipos, la aceptación y la transgresión de mitos y tabúes, las nuevas estéticas.
Las sociedades adaptan y utilizan el vestir como elemento de significación social. Cada época tiene sus prendas icónicas, la pana de los 80, las gabardinas de los 90, los trajes formales y estándar de Emidio Tucci de los 2000. La crisis económica del 2008 y el “sí, se puede” del 2014, y el chándal del Covid han marcado maneras de expresarse más informales en todos los ámbitos.
Los criterios para segmentar los estilos masculino y femenino también han sido y son diferentes. El formato “pingüino” masculino es más fácil, negro, azul y gris en invierno, colores claros en verano. En el femenino es más exigente, no vale lo mismo cada día; en cambio, en el pingüino, un mismo traje, con el cambio de corbata, ya vale, es suficiente.
Las dinámicas sociopolíticas posteriores dieron lugar a una mitificación de determinadas prendas. El traje y corbata fueron las piezas más afectadas… retiradas del armario. La asociación de estas prendas a postulados de orden y estilo “viejuno” generó un abandono intenso y extenso de su uso. Los trabajadores de la banca son un buen reflejo de este abandono. Determinados colectivos hicieron de la indumentaria el signo de expresión identitaria político-institucional reafirmando a unos, descalificando a los otros.
Vienen estas reflexiones porque vengo observando con curiosidad la reaparición del uso de estas prendas, del traje corbata o, al menos, del traje en determinados actos y eventos institucionales. Hay una recuperación de estas prendas especialmente en la labor cotidiana de representación.
En el inicio de la democracia, los representantes públicos de las fuerzas políticas de tradición progresista también adoptaron, en el ámbito masculino, el traje y corbata como demostración y expresión de una representación institucional de todos y para todos.
En determinadas culturas, se explicita de forma clara cuáles son los requisitos de las indumentarias para los asistentes de cualquier género a actos públicos o privados. Nuestras tradiciones son menos formales y han declinado mayoritariamente estos formalismos, provocando en muchas ocasiones la necesidad de conocer cómo quieren los anfitriones de un evento que vistan los asistentes. El llamado dress code anglosajón.
A mi entender parece sano, normal y expresión de respeto institucional el recuperar prendas que solo pueden expresar exactamente esto: respeto, neutralidad y normalidad.
El traje con corbata (en algunos climas, culturas y lugares se permite su exención) puede ejemplificar un deseo de vuelta a los clásicos, el respeto a los otros por las formas. Esperemos que se entienda y acepte como forma de promover diálogos más serenos, y recuperar unos mínimos de formalidad.