Hay países que dejan claro al mundo quiénes son. China, por ejemplo, se autodefine Zhongguo, la nación del centro del mundo, y Alemania proclama en su himno nacional que Alemania está por encima de todo. Tal vez por eso llevan mal sus momentos de debilidad.

El tratado de Versalles puso fin a la primera Guerra Mundial de la manera tradicional, humillando a los perdedores. Hungría perdió más de la mitad de su territorio y Alemania fue condenada a pagar sanciones y compensaciones económicas que la sumieron en la miseria más absoluta. En ese entorno no es de extrañar que un líder carismático fuese ganando adeptos basando su discurso en el victimismo y haciendo del nacionalismo el banderín de enganche de un país que acabó volviéndose loco.

El final de la segunda Guerra Mundial fue diferente. La Conferencia de Yalta partió el mundo en dos y el tratado de París no humilló a los perdedores. Estados Unidos vio la oportunidad de ser la potencia dominante de, al menos, medio mundo y apadrinó tanto a Japón como a Alemania, países que habían destrozado inmisericordemente, pues tanto la bomba atómica de Nagasaki como los bombardeos de Dresde y otras ciudades alemanas fueron castigos innecesarios a enemigos ya rendidos. El resultado de su apoyo a la reconstrucción dio lugar a dos fieles aliados, con un crecimiento económico envidiable. Alemania supo hacer de su resurgir, y del plan Marshall, un éxito innegable que luego extendió al convertirse en el motor de la Unión Europea y, también, en su proceso de reunificación. Además, supo aprovechar como nadie las necesidades de inversión de China. El poderío industrial de Alemania le catapultó hacia el exterior, siendo las exportaciones su primer motor de crecimiento. Alemania es el tercer país del mundo por volumen de exportaciones, algo más que todo el PIB español, y lo exportado representa cerca del 40% de su PIB. Alemania es un país caro, pero lo que produce lo hace tan bien que se lo compra medio mundo.

La sociedad alemana, por el contrario, es fundamentalmente ahorradora, considerando el crédito una herramienta para quienes no se planifican bien. Por no usar no usan casi ni tarjetas de crédito, siendo mucho mayor su uso del efectivo que en España. Cuando China ha dejado de crecer, Alemania está más que unificada y la Unión Europea ya está consolidada, parece no saber qué hacer. Por eso lleva años sin un rumbo económico fijo.

La religión woke que nos invade la abrazó Alemania con entusiasmo, pero ahora ve que sus industrias pinchan. Cerca del 30% del PIB de Alemania depende de la industria (menos del 20% en España) y cuando Alemania no exporta, sufre, y mucho.

Alemania está triste, atascada, sin rumbo. Está a punto de caer en la recesión y varios de sus referentes industriales lo están pasando mal. Es evidente que esta situación ha contribuido, y mucho, para que el BCE baje los tipos de interés, pero Alemania nunca sale de sus recesiones por el consumo, los alemanes ahorran, y más cuando no tienen fe en el futuro. Ojalá que la bajada de tipos de interés anime a los socios europeos a consumir productos alemanes, porque de lo contrario toda Europa caerá en recesión. Para eso deben, entre otras cosas, abandonar la religión woke y producir vehículos con motor de combustión interna o volver a encender sus centrales nucleares.

No nos conviene, para nada, una Alemania triste y en recesión, porque la historia dice que puede hacer tonterías que luego nos salen muy caras a todos. Cerrar sus fronteras terrestres es un ejemplo de lo mal que reaccionan ante problemas no previstos. Los atentados yihadistas los suelen hacer residentes en el país poco o nada integrados, incluidas las segundas generaciones de emigrantes que han crecido en guetos. Los nuevos terroristas no suelen venir en pateras, sino que suelen nacer en sus países de adopción, larvándose un odio a quien acogió a sus padres, pero no les integró. Alemania, y Francia, tienen un problema dentro que no resolverán incrementando los controles fronterizos. Sólo un ejemplo: en el pasado Mundial, sólo 8 de los 28 seleccionados de Marruecos nacieron en Marruecos, y el resto, en Europa. ¿Por qué puede querer un deportista jugar en la selección de Marruecos en lugar de con Francia, Alemania o España? Simplemente, porque no se han integrado. Si los futbolistas de élite, personas en general con su futuro resuelto, ven así Europa, ¿qué no verán quienes siguen viviendo en barrios marginales?

Ojalá Alemania salga de su marasmo estructural por el bien de todos. De lo contrario veremos cómo en el motor de Europa crecerá un nacionalismo excluyente que puede acabar con la Unión Europea. Los buenos resultados de los euroescépticos de la AfD sólo tienen una razón, la crisis económica. Nunca podemos olvidar que Alemania se volvió loca por una grave crisis económica.