Languidece La Mercè, una de las últimas parrandas de Barcelona, con niños abotonados, bestiario exhalando fuego por las fauces y piromusical familiar, ruido de humanidad (a excepción del jazz en las cavas del Hot Club).

Entramos en el otoño, cuando el ocre y el morado alpino se ciernen sobre el lago Leman, donde Puigdemont, endomingado, y Jordi Turull, festivo, se reunieron el pasado viernes con el circunspecto Santos Cerdán, busto silente colocado, a modo de adorno, sobre la cajonera del recibidor.

Junts dice no al techo de gasto y Moncloa aplaza la votación prevista para mañana jueves en el Congreso. Adiós a los 12.000 millones de euros destinados a las CCAA y a los municipios en 2025.

El conflicto territorial desincentiva el voto socialista, como ocurre en EEUU, donde dicen que el combate contra la segregación racial desvía la atención de los votantes demócratas. Las palabras mayores son los auténticos verdugos de las mejores intenciones; más que castigar, intimidan. La misión melancólica de negar al oponente perjudica.

No hace falta añadir equívocos sacando del cajón los sondeos del CIS de Tezanos; solo digo que Núñez Feijóo pierde adeptos entre sus filas y la caída de un líder se precipita cuando este no convence a su parroquia, como le ocurre también al mismo Puigdemont, en angosta vía, pero dispuesto a morir matando.

El grito de Edward Munch –angustia y desesperación– se manifiesta en las sedes institucionales de la política y se nota en la calle. Es la pancarta fiel del mundo conservador, habitado de Tellado, Bendodo, Cuca Gamarra o el descabalgado González Pons, sin olvidar al malhadado Borja Sémper, un Don Álvaro de La forza del destino.

El mismo Verdi admiró en su tiempo el cainismo español que se ha trasladado hoy a la opereta trágica de Génova, 13. Y recala en la Moncloa, donde, ¡ojo!, la sombra de un Comendador ausente evita los contactos entre Montescos y Capuletos. Sánchez no levanta el teléfono, porque Feijóo no se lo merece. Ya, pero si no hay presupuestos, el Gobierno tendrá que aprobar montones de leyes y decretos para recibir los 30.000 millones que faltan de los fondos Next Generation.

La guerra civil en ERC también desentierra El grito. Teresa Jordà y Xavier Godàs acusan a Junqueras de responder con odio a su oposición. Esquerra se funde como el provolone sobre la plancha, aunque hinque la rodilla ante el PSC.

Durante la traca final de la La Mercè, los goliardos iban de moscatel hasta el gaznate. La seda china y las alpargatas combinan con la capucha del tres cuartos, en una marea humana enfundada en camisetas sin cuello. Se ha perdido el tricotón de la Barcelona septembrina; adiós a la trenza y al contorneo natural. El grito de la minoría soberanista agonizante congela la legislatura de Sánchez.