Al ciudadano le surge un problema y mira a la Administración. Pero ¿a cuál? Ese es un resumen simplista de la situación, pero no demasiado desviado de lo que ocurre en la actualidad ante los avatares que salpican nuestra vida cotidiana y que precisan de una intervención rápida y acertada de ese ente supremo que se llama Administración.
La reflexión viene a cuento tras leer con atención la entrevista que Metrópoli Abierta le realizó al director general del Círculo de Economía, Miquel Nadal, y en la que se apuntaban aspectos muy interesantes de hacia dónde debería virar uno de los poderes llamado a ser efectivo como es el Área Metropolitana de Barcelona (AMB).
Como se recuerda en la entrevista, todo parte de la iniciativa lanzada por el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, pero Nadal hacía hincapié en la necesidad de explorar con hechos tangibles un gobierno metropolitano de verdad, fuerte y eficiente. Hasta ahora, los intentos del vicepresidente ejecutivo metropolitano, Antonio Balmón, han sido interesantes, pero con un recorrido corto porque cambiar la estructura ancestral del organismo y la de la concepción de la propia comunidad autónoma es un elemento cuando menos agotador.
Sin duda, la idea de disfrutar de un gobierno metropolitano fuerte sería un puñetazo sobre la mesa para ponerle el cascabel al gato en varias, no muchas, cuestiones que son esenciales para los ciudadanos. Seguridad, vivienda, derechos y obligaciones que deberían unir, más de lo que lo hacen ahora, a los empadronados en Sant Boi con los de Badalona, los de Barcelona con L'Hospitalet, los de Sabadell con Terrassa, y así hasta acabar el círculo de los 36 municipios que conforman la AMB.
En ese área, de más de cinco millones de habitantes, sufrimos problemas similares por no decir idénticos y hay que darles una respuesta sin fisuras por ningún lado, por ningún municipio. Da la sensación de que la voluntad de un gobierno metropolitano fuerte siempre se exhibe con más fuerza cuando alguien no ocupa una alcaldía importante que cuando ha llegado al cargo, por eso de no perder ahora que se ocupa la vara del mando un ápice de autonomía de gestión. Debe ser humano responder de ese modo, pero cuando el filo de las navajas lanza destellos por la noche hiela la sangre en Cornellà, en Montcada y en el Eixample. No hay diferencias y ante ello, ante los problemas, hay que colocar encima de la mesa soluciones concretas y firmes para que la gran conurbación barcelonesa sea un ente único en el muestrario de derechos y obligaciones que ofrece y exige.
Atropellar a alguien con un patinete, robar sin freno, acceder a ayudas sociales tiene que estar sujeto a parámetros de actuación comunes que hagan de esa zona la gran Barcelona que es en definitiva.
¿Se logrará ceder autonomía por parte de varios niveles del poder para dotar de mayor capacidad a la AMB? Sería lo deseable, pero no será fácil. Los ejemplos supranacionales no invitan al optimismo. El ejemplo está en Europa. Es cierto que lanzan leyes que luego tienen que acompasarse en los diferentes países miembros de la Unión, pero, por ejemplo, no es de recibo que un tema clave de la política comunitaria como es el del control de la inmigración no tenga una línea de actuación y de gestión común que libere a los países que son frontera (España, Italia) de poder aplicar fórmulas personalizadas. Los problemas globales hay que abordarlos con criterios de todos.