¡Rayos y centellas, hay que ver cómo está el mundo, Facundo! Yo, aquí, gobernando mis días a base de margarinas y pan tierno –y alguna que otra ocasional morcilla en mi pobre mesilla– y voy y me entero, gracias al destemplado y verborreico de Donald Trump, de que ahora mismo en Estados Unidos, concretamente en Springfield, los inmigrantes, los beggars y los pobres de solemnidad sacan la tripa de mal año asando gatos y perros en el jardín o en el backyard de las casitas clónicas de los barrios en los que malviven.
Gatos, perros, y lo que se tercie, porque Donald habla de pets en general; es decir: de mascotas y animales domésticos. Entiendo, por lo tanto, que, en función de los problemas de logística, los desheredados y parias estadounidenses también hacen hamburguesas o delicias rebozadas, a lo Kentucky Fried Chicken, a base de hámsteres, loros, periquitos o lo que tengan más a mano.
Ya decía yo que esto no podía acabar bien de ningún modo. Nos advirtieron de que pese a no tener nada seríamos felices, y que o bien nos vamos acostumbrando al wok de grillos con soja y a los gusanitos enharinados y fritos a la andaluza, con sal y limón, o extinción al canto… ¡Maldita Kamala Harris, maldito George Soros, maldito Bill Gates, maldito Pedro Sánchez y maldita Agenda 2030! ¡No queda otra, amigos lectores; hay que encasquetarse una cabeza de búfalo, o de toro de Osborne, con cuernos, y entrar a saco en el Congreso, en el Senado y, sobre todo, en lo que nos pertoca a este lado del Atlántico, en el Banco de España antes de que José Luis Escrivá se lleve el poco oro que pueda quedar a Moscú!
Las palabras que un Donald Trump más anaranjado y malcarado que nunca le espetó a Kamala Harris durante el reciente debate electoral se han viralizado y se han convertido en un hit mundial en muy pocos días. La estrofa, apenas unas frases cortas, es perfecta se mire por donde se mire. Tanto da que uno la musicalice a ritmo de pop, rock, funk, reggae o bossa. Ni John Fogerty en Cosmo’s Factory, ni Mick Jagger en Exile On Main Street, ni nadie en toda la historia de la música popular contemporánea ha logrado escribir algo tan redondo: “In Springfield… they’re eating the dogs…! they’re eating the cats...! they’re eating the pets…! of the people that live there…!”.
Está claro que cuando el incontinente de Trump –al que los circuitos cerebrales se le calientan a la más mínima de cambio– soltó semejante sandez ante las cámaras, con una audiencia que rondaba en esos momentos los sesenta –¡sí, sesenta!– millones de espectadores, no era consciente de que se estaba metiendo en un berenjenal de mucho cuidado. Los muchos asesores del Partido Republicano se tiraron de los pelos al escucharle pronunciar esas palabras. Y sin duda alguna maldijeron a Laura Loomer, una influencer vetada en las principales plataformas y redes sociales de internet, una extremista, agitadora, conspiranoica y cizañera, que envenena los oídos de Trump con sus teorías abracadabrantes: que si los ataques del 11S de 2001 fueron de falsa bandera, que si detrás del atentado que sufrió en Pensilvania está la mano peluda de Joe Biden, y un largo etcétera.
Seguramente le susurró al oído a Donald, que le compra a ciegas todo lo que le vende, que había visto vídeos que confirmaban que en Springfield los haitianos y otros ilegales se zampan todo lo que cabe en una parrilla o en una cazuela. Y Trump, ni corto ni perezoso, lo usó en pleno debate. Resultado catastrófico y pánico generalizado.
Si Kamala Harris ya le sacaba, según las últimas encuestas, ventaja al republicano, ahora, tras la metedura de pata de Springfield, se incrementará aún más. El próximo 5 de noviembre saldremos de dudas. Pero vaya por delante que Donald Trump, aunque no llegue a la Casa Blanca, tiene por delante un brillante futuro como letrista, showman, entertainer e inspirador de hits incendiarios, de esos que llenan pistas de baile y cosechan Premios Grammy a punta de pala.
Ahora mismo, transcurridos tan solo unos pocos días desde su desafortunada afirmación de que los inmigrantes hacen barbacoas con las adoradas mascotas de los estadounidenses, Trump copa las listas de éxitos a nivel mundial. Unos cuantos músicos –utilizando la voz del político revestida con teclados, electrónica, coros y ritmo– han creado diversas versiones irónicas dignas de llegar al número uno de cualquier hit parade, en América, Europa o Asia. Puro groove. Pura chirigota por un tubo. Busquen en X, o en Instagram y Facebook, y se les caerá la mandíbula al suelo de tanto reír.
El mejor de todos esos memes sonoros es obra de The Kiffness, un músico comprometido con todo tipo de causas sociales; a la velocidad del rayo creó en su estudio la genialidad que lleva por título Eating the Cats (Donald Trump Remix) y ahora arrasa en Youtube, Spotify y Apple Music. A las pocas horas de haber subido el vídeo musical a la red ya rozaba los 10 millones de reproducciones.
Algunos de esos vídeos musicales, y muchísimos memes e ilustraciones gráficas generadas con IA, son auténticas obras de arte. Lo mejor y más visto y compartido en redes sociales. Es de lamentar, eso sí, que a raíz de la inusitada viralidad desencadenada por Trump, decenas, centenares de miles de gatos y perros aterrorizados –incluyendo a Garfield, Snoopy y Fred Basset– han huido de Ohio, colapsando todas las autopistas, carreteras y caminos rurales en dirección a Míchigan, Pensilvania y Kentucky. Ahora mismo la situación es caótica. Si está usted por Ohio de vacaciones y ve a alguno muerto de miedo, oculto tras los matorrales, no se lo coma ni lo abandone. Él nunca lo haría.
En resumen. No importa cuándo y dónde lea usted esto. Los políticos, a izquierda y a derecha, a babor y a estribor, demócratas o republicanos, progresistas o conservadores, son absolutamente risibles, mediocres, patéticos, populistas y falsos. Algo habremos hecho mal en una vida anterior para merecer semejante castigo. Como siempre, sáquenle punta a la realidad y sean felices.