Trànsit puso en marcha este pasado fin de semana, y se prolongará en el siguiente, la decisión de limitar la velocidad de 120 a 100 kilómetros por hora en uno de los tramos negros de la AP-7 de entrada a Barcelona. Concretamente entre el kilómetro 180 y 190. La medida ha ido acompañada de sus preceptivas multas a los conductores despistados o contrarios a admitir la nueva normativa vial que se ha activado con el fin de conseguir algo que es casi imposible: evitar los embotellamientos en la AP-7.

Las quejas sobre el infierno que supone ponerse al volante en esa saturadísima vía son de sobras conocidas por los lectores. Un servidor y otros muchos compañeros del análisis nos hemos cansado ya de advertir del riesgo dramático que se avecina en esa autopista. O se acierta con la medida para reducir la densidad de vehículos o los accidentes graves se incrementarán y la paciencia de los conductores se partirá en mil pedazos.

Habrá que analizar si la idea de los técnicos da resultado, ya que subyace la pretensión de alargar esa alteración de la velocidad máxima durante más festivos y fines de semana. Ojalá sea eficiente, pero da la sensación de que los dos grandes problemas que convierten la vía en una experiencia angustiante no se resolverán disminuyendo un poco la velocidad. Como se ha comentado en otras ocasiones, la masificación de vehículos pesados, camiones de grandes proporciones, y la impericia al volante de tipos a los que el vehículo los lleva a ellos y no al revés son los principales elementos que a un conductor responsable le hielan la sangre.

Lo del tráfico de camiones es desesperante. Se inutiliza un carril y lo más grave es que ellos parecen conducir bajo los criterios de otro código de circulación al que aprendimos en la academia. Es decir, invaden el carril de la izquierda y luego activan el intermitente. Se utiliza pues la famosa teoría de la ley del más fuerte. Yo salgo y, si viene alguien, ya frenará. El segundo elemento de discordia es la lentitud con la que realizan la maniobra de adelantamiento. Y entonces al conductor que ha tenido que empujar el freno de su vehículo hasta con los riñones para no colisionar le asalta la pregunta maldita: ¿Si no pueden ir más deprisa, para qué adelantan?

Esta situación, más común de lo que puedan imaginar aquellos que agarran un volante de Pascuas a Ramos, se redondea con la parsimonia desesperante de los conductores para los que circular por el carril central o el izquierdo de la autopista es la opción correcta de ir por la vida. Transitan por ahí como si el alocado mundo exterior no fuera con ellos, pensando en las musarañas y con la misma actividad cerebral que se tiene cuando uno se desploma en el sofá de su casa después de una noche dura.

Para evitar estos problemas reales de la AP-7 hará falta algo más que una limitación de velocidad. Hay que prohibir la masificación de camiones en la autopista, directamente, y por supuesto debería haber multas severas para quienes conducir es simplemente poner en marcha una máquina.