Sin duda vivimos cada vez más censurados, la ortodoxia woke se impone y hay que ser extraordinariamente cuidadoso con lo que decimos so pena de ser marcados por los guardianes de la verdad. Ni Orwell había llegado tan lejos.

No hay inmigrantes, son migrantes. No hay personas negras, están racializadas. Cuando un presunto delincuente es de origen extranjero, la información no se publica para evitar la xenofobia… Sin duda, la vacuidad nos domina y éramos muchísimo más libres en los 80 y 90 que hoy. El cine y el humor de entonces era mucho más gamberro que el de hoy, y todo por una censura creciente en nuestra sociedad, que se plantea recortar el acceso a redes sociales, como en Brasil, o clasificar a los medios por su cercanía a la verdad oficial.

El conteo de víctimas por violencia doméstica, unas 60 al año, se subraya hasta la saciedad convirtiendo en presunto culpable al 50% de nuestra sociedad, todos los hombres, mientras que otras causas de fallecimientos violentos carecen de eco. Puede ser comprensible en los suicidios, casi 4.000 al año, unas 60 veces superior, para evitar el efecto llamada, pero no se entiende por qué los ahogamientos, más de 350, o sea, más de seis veces, pasan casi desapercibidos. Todo pasa por un filtro ideológico que dicta lo que podemos ver y lo que no, sobre lo que podemos opinar y lo que no.

El reciente accidente grave de una menor en el día casteller por excelencia, San Félix, es otro ejemplo del deseo de pasar de puntillas por algo sobre lo que no se debe opinar. ¿Tiene sentido que niños (en este caso, casi todo niñas) de menos de 10 años suban a estructuras de 10 pisos de altura exponiéndoles a un serio peligro? ¿Tiene sentido que menores de edad, de nuevo muchas más chicas que chicos porque, en general, pesan menos, copen los pisos altos de los castells? ¿Por qué no nos preocupa la seguridad de los menores?

La propia coordinadora del gremio (Coordinadora de Colles Castelleres de Catalunya) publica cada año un informe de siniestralidad, y aunque no se le hace eco, por razones obvias, los números no son para nada tranquilizadores. En 2023, 414 castells se derrumbaron provocaron lesiones, es decir, de cada 23 castells que se intentaron, uno provocó lesiones. Y casi el 20% de estas lesiones fueron potencialmente graves, por tratarse de traumatismos craneoencefálicos, politraumatismos o lesiones en la columna vertebral. No se trata, ni mucho menos, de una actividad carente de riesgos.

No sería muy grave si todo el mundo fuese mayor de edad, cada uno se mete en los líos que quiere, pero según sube el castell, baja la edad de las personas que lo componen por una mera razón de peso. En el “pom de dalt” (dosos, aixecadors y enxaneta) no suelen llegar a los 10 años y en la parte alta del tronco suelen ser chicas menores de edad. Cerca del 40% de los accidentes involucran posiciones preferentemente ocupadas por chicas menores de edad.

¿Qué ocurriría si, siguiendo la tendencia prohibicionista que nos invade, sólo pudiesen subir a un castell mayores de edad? Pues que iríamos a alturas del siglo pasado, donde no subían chicas y muy pocos menores de edad. Adiós a los castells de gama extra. Por tocar el cielo se arriesga más, probablemente demasiado.

Los descendientes de la muixeranga valenciana, origen demostrado de los castells, han hecho de esta tradición una mezcla de competición y exaltación patriótica. Por el camino, cada año, cerca de 100 lesiones graves. ¿Merece la pena? Tal vez lo mismo que los riesgos de otras tradiciones en el punto de mira, pero los castells gozan de bula indepe, variante local de lo políticamente correcto, como demuestran los más de 10 millones de euros enterrados en su museo en Valls. Pero no es el único caso, ni mucho menos. Ocurre lo mismo, por ejemplo, en el deporte profesional, donde no importa el futuro de los menores siempre que se garantice el espectáculo. Una rotura de ligamentos en alguien que no ha acabado de crecer no es nada bueno, pero ya se sabe, Panem et circenses!