El izquierdismo falaz de Latinoamérica y la ultraderecha del Cono Sur llevan puesto el uniforme antidemocrático. El caso de Maduro en Venezuela es un ejemplo de libro y el de Milei en Argentina repugna por la espita lenguaraz del hombre de pelo encrespado. Ambos predican rastros populistas: Maduro, el chavismo bolivariano empobrecedor –¡Ay, si el libertador, levantara la cabeza!– y Milei, la salida delirante frente a tantos años de peronismo en Argentina, herencia de aquel coronel, Juan Domingo Perón, que era bien recibido en el Pardo.
El presidencialismo latino es primo hermano del legitimismo catalán de Junts, cuando dice ‘yo marco el camino y los que no me siguen son lo peor’. Menos mal que, al otro lado del mundo indepe, en Esquerra, ha calado finalmente le elegancia en el trato; ERC ha aprendido que la emoción es un entorno hostil y utiliza este circunloquio facilón ante su parroquia: hemos pactado digamos un, más o menos, concierto económico con Madrid; y después, durante la legislatura, le apretaremos las tuercas al PSC. Pues no. No hay ningún concierto ni ningún cupo vasco en el pacto. En el acuerdo de investidura se habla de transferir a Cataluña los impuestos del Estado, sin imponer plazos, entrando en el primer acto de un nuevo modelo federal para toda España, al que el Alto Representante de la UE, Josep Borrell, llama un “cambio de paradigma”. Emperrase en que se trata de un concierto resulta pueril. No nos mintamos ni al solitario, si no queremos que la política pierda su dignidad y se convierta en un mercado persa sin reglas. No es el momento de las ilusiones perdidas, sino de la mirada cautiva que nos impone el futuro.
Josep Maria Jové, presidente del consejo nacional de ERC y encargado de negociar el pacto con el president, Salvador Illa, lo sabe bien. Es economista, estudió en la Pompeu y es profesor de la UB. Tiene un nivel técnico más que aceptable, pero, por lo visto, es olvidadizo en materia de agenda. Su currículo suele obviar la etapa en la que fue el número dos de Oriol Junqueras, en la vicepresidencia económica del Ejecutivo de Puigdemont. Se ocupó entonces de la creación de la Agencia Tributaria de Cataluña, junto a Lluís Salvadó, también de ERC y actual presidente del Puerto de Barcelona. Pero aquella estructura de Estado del procés resultó fallida. Pretendió repartir peladillas en la delegación de la ATE, de la plaza Letamendi de Barcelona, a fuerza de cambiarle el nombre y todavía resuenan las risas de la alta Inspección, escala superior de la función pública. El precio de una agencia catalana era inasumible. Jové lo sabía, pero difundió la idea para avanzar hacia el gran disparate. Ahora las cosas han cambiado. La investidura no merece colorido; ni el irritante rojo sangre ni el negro multiusos del arte decorativo. No hay nada que salvar como no sea el pacto en sí mismo.
Al igual que el sistema de financiación de las autonomías tiene un recorrido muy amplio, la amnistía, a su manera, también lo tiene. Alerta Solidaria alarma cuando calcula que solo hay 102 amnistiados de los 486 designados, y añade que la norma se ha denegado en 38 casos. Ya sabíamos que la ley salida del Congreso atravesaría la línea de sombra de una judicatura más espesa que la calima del tórrido verano. Era de esperar; el procedimiento será lento por la aplicación de uno de los contrapoderes del Estado, la common law de origen anglosajón, el conocido sistema basado en las decisiones de los tribunales, donde los jueces dictaminan sus decisiones, con base en los principios, costumbres y jurisprudencia. No aplican mecánicamente la ley; la revuelven y están en su derecho, siempre que no prevariquen, un vicio desgraciadamente vigente, en casos aislados.
Este mecanismo, que tiene su reverso maldito en el llamado lawfare, aplaca los excesos del poder legislativo en países de democracia decadente, como ha hecho el Supremo venezolano al exigir al Gobierno de Caracas los resultados de las mesas de los últimos comicios. Las revoluciones bolivarianas reviven al pasado de Hugo Chávez vertiendo elogios al fundamentalista iraní, “gladiador antiimperialista”, Mahmud Ahmadineyad, y apoyando al carnicero Bashar al-Ásad, “presidente legítimo de Siria”, memoriza el portentoso escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Maduro, heredero y acelerador de aquel resumen descorazonador, no es un político de izquierdas; no es digno de tal dignidad. Solo es un autócrata. Él expresa el peor presidencialismo latino, emparentado con el legitimismo catalán del procés, que tampoco tuvo nada que ver con la izquierda democrática.