Ser seguidor de Puigdemont sale muy caro. En todas las sectas sucede, pero en ésta, mucho más. Lo último es hacer una donación para ayudar a subsistir a los pobres mossos que han sido suspendidos de empleo y sueldo por ayudar al expresidente a huir.

No hay duda de que ser mosso d'esquadra es una profesión de alto riesgo, porque con la costumbre de huir que tiene este hombre, raro es que no te pille alguna vez por medio, así que no se les ha ocurrido nada más a los feligreses de esa religión que hacer colecta para ayudarles.

Yo, que soy buena gente, estaría dispuesto a poner algo en la hucha, pero cada vez que meto la mano en el bolsillo para sacar unas monedas y que coman algo los dos mossos, me viene a la mente la imagen de Comín y Llach de vacaciones en un velero, o de los miembros del Consell de la República quejándose de lo opacas que son las cuentas de este chiringuito, o del propio Puigdemont alojándose en una mansión parecida a Manderley -con Marcela en lugar de Rebeca-, y se me pasan las ganas.

Uno pone dinero en cualquier cuestación que salga de las mentes del procés y nunca sabe dónde va a ir a parar, pero seguro que no a lo que estaba previsto. Lo mejor que se ha hecho nunca con una 'caja de resistencia' fue arramblar con ella y echar a correr, lo hizo un CDR durante una de las acampadas en los años álgidos del procés, y ha sido la única ocasión en que alguien ha estado seguro de a quién beneficiara el dinero aportado por los fieles: a él mismo, que por algo tuvo el cuajo de robarlo.

Y eso que no soy tacaño. Al mendigo de mi esquina -antes había uno por barrio, ahora ya tenemos uno por esquina, y a no tardar habrá uno en cada domicilio- suelo darle para un bocadillo, y ni siquiera le recomiendo que no se los gaste en vino, como manda la tradición, a ver por qué el pobre no ha de poner tomarse un chato con mi limosna, en lugar de pan con queso.

Esta generosidad que gasto debe de ser un vestigio de mi infancia, cuando me apuntaba siempre a pedir para el Domund, con mi hucha arriba y abajo. Me hacía tanta ilusión cuando alguien metía una moneda en la cabeza del negrito -de eso tenía forma la hucha-, que siempre que tengo ocasión, hago lo mismo. Por eso, creo que la solución a las lógicas dudas que despierta esa colecta en favor de los mossos suspendidos sería recuperar el Domund, esta vez para que coman los policías sancionados, en lugar de los negritos del África.

Propongo salir a la calle con huchas, que en esta ocasión tendrían la forma de la cabeza de un mosso, con su gorrita y todo, en lugar de la de un bantú, a pedir para la causa. La gente es buena, suele apiadarse de quienes no tienen ni para llevarse a la boca un mendrugo de pan. Y más, si la culpa de su indigencia no es suya, sino de Puigdemont, el cual sigue viviendo tan ricamente.

-Señora, ¿da usted un donativo para los pobres mossos, que no tienen ni para comer?

- Claro que sí, majete. Toma, un euro.

El problema va a ser que los jóvenes catalanes actuales, no digamos los niños, no quieren saber nada del procés y ni siquiera saben quién es Puigdemont. La infancia de hoy en día no es como la nuestra, que estaba siempre presta a colaborar en las buenas causas, ahora prefieren jugar a la Play.