El número de afiliados a los partidos políticos es un cierto misterio. Cada partido da unas cifras, pero estas varían mucho, en parte porque cada cierto tiempo se borra a quien no paga las cuotas mensuales. No hay que ser un lince para adivinar que los partidos cuentan con más militantes cuando acarician el poder o están en él que cuando lo pierden. En cualquier caso, una cosa es votar a un partido y otra es militar en él; se supone que los militantes son los más “cafeteros”, los más extremistas en las posiciones o simplemente los más emocionales.

En Cataluña ya tenemos experiencia de depender de un puñado de afiliados a un partido u otro. La mítica asamblea de la CUP que lanzó a Artur Mas a la papelera de la historia (es increíble lo bien que se expresan los partidos asamblearios) reunió a 3.030 personas, 50,00% de las cuales votaron a favor de apoyar la investidura a president de la Generalitat del candidato de Junts pel sí, 50,00% en contra. Tras ese increíble resultado, la decisión salomónica fue apoyar a Junts, pero mediante un candidato diferente, y de ahí surgió Puigdemont, entonces un poco conocido alcalde de Girona. 

Ahora, 8.226 afiliados a ERC han tenido en sus manos el apoyo, o no, al candidato del PSC. De ellos han votado el 77%, 6.349, y el resultado es el conocido, sí a la investidura, dando un dividido apoyo (53,5% de síes) a la propuesta de sus dirigentes. Una diferencia de 550 votos ha hecho posible el voto favorable de ERC. Y más curioso ha sido el debate en la organización juvenil republicana, 30 jóvenes reunidos para dar un “sí crítico”, sin el cual todo se iba al garete.

No deja de ser curioso que el uso de los 427.135 votos recibidos por el candidato de ERC en las últimas elecciones autonómicas haya sido decidido por solo un 1,5% de sus votantes, dando por descontado que todos los afiliados votaron a su candidato en las elecciones autonómicas. Y, de momento, no se le va a consultar ni a la militancia del PSC ni a la del PSOE.

Nuestro sistema político se encuentra ante dos modelos muy diferentes, el hiperliderazgo de Sánchez en el PSOE que hace y deshace a su antojo sin preguntar a nadie y la cesión permanente del liderazgo a las bases, como vemos ahora en ERC, pero también en Podemos y en otros partidos asamblearios. ¿Qué modelo es el correcto? Probablemente ni uno ni otro, pues los extremos siempre son peligrosos. 

Lo primero que tendrían que hacer los partidos es no mentir en campaña. Prácticamente todos dicen una cosa y hacen otra. Y lo curioso es que ni se sonrojan cuando se les muestran sus flagrantes contradicciones. Con estos cambios de opinión tan frecuentes no en cuestión de semanas, sino de días, sí parece sensato preguntar, pero a quién. 

Es verdad que los partidos se apoyan en sus afiliados, pero también en sus votantes. El principal ingreso de los partidos son las subvenciones por votos logrados, por lo que los votantes también financian, de manera indirecta, los partidos. No estaría mal abrir estas decisiones a censos de “cercanos”, más o menos como se hace en Estados Unidos para las primarias. Uno se inscribe para votar en las primarias o en las decisiones de un partido o de otro, sin afiliación y sin compromiso de voto. De esta manera, y garantizando la estabilidad de la adscripción a un partido durante un tiempo prudencial, se podría ampliar el número de personas a las que consultar. 

El empeoramiento de la clase política y de sus líderes recomendaría replantearse los mecanismos de toma de decisiones de los partidos. ¿Cuándo se hará? Mañaaana, probablemente de manera simultánea a la redacción de una ley electoral catalana, la única autonomía sin ley electoral propia, para dejar de favorecer la representatividad de Girona y Lleida, en detrimento, sobre todo, de Barcelona. Lo importante siempre tiene que esperar.