Este mes de agosto no tiene nada de relajante para la política y la actualidad en Cataluña. Ni las soporíferas altas temperaturas, ni el cansancio por un curso agitado, han logrado suavizar los biorritmos que llegaron al punto álgido con el inefable espectáculo perpetrado por el equipo de sospechosos habituales que encapsulan a Carles Puigdemont. El caso de la fuga -su segunda gran huida, lo que le equipara al mítico Lupin- ha seguido ofreciendo datos que no hacen más que disparar la perplejidad de cualquier ciudadano normal.
Los Mossos tuvieron un día complicado cuando se vieron sometidos ante los micrófonos de los medios. No es para menos. En una crisis mayúscula como la que está viviendo el cuerpo policial lo mejor es la sinceridad. No suma ninguna credibilidad ante la audiencia comprobar cómo los mandos policiales tratan de justificar lo injustificable, aunque su rostro delata que el error es descomunal. Ellos deben salvar el honor del cuerpo aunque no sea el día indicado, pero para ello es mejor sonrojarse un día, admitir el desaguisado, tomar decisiones, y evitar que la ciudadanía interprete que sus mandos policiales en lugar de dar pasos firmes tienen que pasar de puntillas como cuando uno pisa descalzo esa arena de la playa ardiente.
Y qué decir de los mandos políticos de los Mossos. Se llegó a culpar del fracaso de la detención a que Puigdemont no actuó como se esperaba. El conseller soltó la bomba de humo para confundir a la platea, pero no coló. ¿Por qué va a poner Puigdemont facilidades para su detención? Ya lo hizo una vez, y lo volvería a realizar una tercera si tiene ocasión. ¿La policía, con un majestuoso despliegue de activos, no puede prever todos los escenarios? ¿De verdad pensaban que el expresident iba a entregarse como un corderito? A los cuerpos policiales se les tiene que exigir profesionalidad y eficacia y, por el motivo que sea, (quizás algún día nos enteremos de verdad) nadie espera en la trastienda del rústico escenario para vigilar o detener directamente al reclamado por la Justicia.
Sinceramente, la secuencia de los hechos en los que Puigdemont baja del escenario, se quita la americana, se coloca un sombrero de paja, sube a un coche y se larga sin que ningún agente pueda impedirlo parece un guión de serie B, de esas entregas televisivas que por exageradas pierden interés. Pero fue cierto. Y ante ello ni una sola dimisión. ¿Y los mossos detenidos por colaboración con Puigdemont? Además de las acciones judiciales que se desprendan de sus presuntos delitos, ¿esos agentes que traicionan al cuerpo y a la sociedad que les paga no deberían ser expulsados de su condición de Mossos, amén de las consecuencias que sufran por sus hechos?
Se le viene mucho trabajo encima a la consellera Núria Parlon si pretende que el cuerpo policial catalán recupere el buen nombre. No piensen ustedes que los Mossos son malos policías. No lo son. El problema es la injerencia política que ha sufrido el cuerpo -más que ningún otro- y la guerra interna que se libra. Por ello, las palabras del conseller Elena no son de recibo. Él lamentaba la falta de honorabilidad del expresident. Ciertamente, no es elogiable que una persona que ha ostentado ese cargo se escape como una sabandija, pero siempre hemos sabido que ante las triquiñuelas de los delincuentes emerge la pericia policial para poner las cosas en su sitio. “La policía no es tonta”, reza el dicho popular. Y la verdad, no es tonta, aunque el papel de sus representantes políticos la aboque a un estado de pérdida de autoridad muy preocupante.