La verdad es que la jornada de ayer jueves fue histórica. En ninguna democracia occidental un prófugo de la justicia buscado desde hace años es capaz de dar un discurso de seis minutos en el centro de la segunda ciudad del país, en un lugar anunciado horas antes, con un escenario montado a tal efecto y luego largarse tranquilamente sin que la policía lo detenga.

El papel de los Mossos ha sido de órdago. Tanto si le han permitido fugarse de nuevo, como si se les ha escapado, no tienen justificación. Por inútiles o por sinvergüenzas, la policía autonómica es responsable de lo ocurrido ayer jueves. Y no es la primera vez. Lo han demostrado en numerosas ocasiones, y algunas especialmente graves.

La inutilidad en grado máximo la demostraron cuando, en vez de detenerlo, acribillaron a balazos a Younes Abouyaaqoub, el terrorista que mató a más de una docena de personas atropelladas en La Rambla el 17A, pese a que estaba rodeado, en una zona deshabitada e iba desarmado.

La sinvergonzonería en grado supremo la demostraron el 1-O, cuando se pusieron de perfil y dejaron tirados a la Policía Nacional y a la Guardia Civil pese a que tenían la orden de impedir el referéndum secesionista ilegal y los medios para hacerlo.

Lo de este jueves sólo es la guinda que demuestra que se trata de un cuerpo policial incompetente y cómplice con el independentismo, podrido hasta sus entrañas. Los Mossos d’Esquadra son una institución prescindible y lo más prudente para todos los catalanes sería suprimirla. Cuanto antes, mejor.

Y qué decir de la actuación de la Policía Nacional, la Guardia Civil y el CNI. Es cierto que tienen pocas competencias en Cataluña, pero también han sido humillados por Puigdemont. Probablemente (si aplicamos el principio de la navaja de Ockham), por órdenes de sus superiores. Por mucho menos, la huida de Roldán en 1994, dimitió un ministro del Interior. Marlaska debería seguir sus pasos.

Pero los principales responsables del esperpento de este jueves son, sin duda, el presidente Sánchez y su valido en Cataluña, Salvador Illa. En cualquier país normal, los dos estarían ya en su casa disfrutando de la jubilación.

Durante los últimos años, Sánchez se ha inflado a reprochar al PP que ellos eran los que gobernaban cuando Puigdemont se fugó a Waterloo en 2017, pero lo cierto es que, cuando el expresidente de la Generalitat se largó, no había ninguna orden de detención contra él. Sin embargo, este jueves sí estaba en vigor la orden de detenerlo en cuanto pisara territorio español. Y, en esta ocasión, el presidente era Pedro Sánchez. Para más inri, el fugado es su socio de investidura, y sus votos son imprescindibles para mantenerse en el poder.

Respecto a Illa, el despropósito de la nueva fuga de Puigdemont, habría sido argumento suficiente como para renunciar a la presidencia autonómica. Pero basta con repasar su discurso de investidura para augurar que será el peor presidente de la Generalitat de la historia.

Illa ha vuelto a engañar a sus votantes. Prometió gobernar para todos, aunque sus intervenciones ante el Parlament las podría firmar cualquier dirigente nacionalista: Cataluña “nuestra nación”, “España plurinacional”, “nuestra lengua propia, el catalán”, “financiación singular”, más “autogobierno”... No ha pronunciado ni una palabra en castellano, ni ha hecho una sola mención a la aberración de la inmersión.

Solo han pasado unas horas desde su investidura y ya nos parecen demasiadas. Váyase cuanto antes, señor Illa.