A los políticos les exigimos capacidad, inteligencia, olfato, sagacidad, pero a partir de ahora contabilizará como un elemento positivo en su hoja de servicios las nociones y habilidades que tengan para ejecutar operaciones de microcirugía. En estas se ve el hombre sobre el que se centran todas las miradas en Cataluña, Salvador Illa. De momento, se ha salido con la suya a la hora de tejer los apoyos necesarios para su investidura con la inestimable colaboración de su jefe, Pedro Sánchez. Lo que parecía enquistarse se ha resuelto e Illa será presidente. Pero ahora se iniciará la etapa de la microcirugía. Gozar del apoyo de ERC y de Comuns te puede dar el cargo pero te hará sudar el poder. ¿Será Illa capaz de imponer sus criterios que en muchos casos son antagónicos con los de sus socios?
Pienso por ejemplo en una de las banderas enarboladas con buen criterio por el PSC hasta el momento, como es la ampliación del aeropuerto de Barcelona. O los planteamientos en política económica que chirrían cuando entran en contacto con las ideas de republicanos y comunes. Si a todo ello le sumamos el movimiento de placas tectónicas que tratarán de accionar los ideólogos de Junts con la vuelta de Puigdemont, detención mediante, la legislatura para Illa puede ser tan movida como la vida de un cowboy en un rodeo de Texas. ¿Podrá cumplir Illa con los compromisos que fueron determinantes para que una mayoría de catalanes le votara en un intento de que llegue el sentido común a la plaza de Sant Jaume? ¿Y si lo hace podrá seguir gobernando con unos aliados a los que esas ideas les gustan tanto como una patada en la espinilla? No me dirán que la vida política no es una montaña rusa apasionante.
Lo que ocurre es que una gran parte de la sociedad, cansada de los inventos del TBO del independentismo y de las ideas de bombero de la ultraizquierda, no aceptará que Illa se desvíe precisamente del valor que mejor transmite: la gestión sensata. No habrá condescendencia si la estabilidad política se mantiene a costa de cercenar los proyectos que implican mayor crecimiento económico para Cataluña, de amenazar el dinamismo que precisa esta tierra para volver a adquirir una velocidad de crucero notable.
Y todo ello habrá que proyectarlo dentro de la tormenta que ha generado la financiación singular, otro elemento que nos coloca en el centro de las antipatías del resto de España, aunque País Vasco y Navarra lo disfruten desde hace decenios. Articular una mejor financiación en Cataluña tendría que poder lograrse sin que el país se levante en armas, entre otras cosas porque el control de todos los ingresos de la comunidad por parte del gobierno autonómico puede tener parcialmente sentido si quien gobierna es un partido constitucionalista, pero sería inadmisible que esa arma económica pudiera algún día ser gestionada por quienes desean cortocircuitar el flujo sanguíneo entre Cataluña y el Estado.