Ya se verá si el plan que ha firmado el PSC con ERC para llevar a Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat –qué ilusión nos hacía a todos, ¿verdad?, la repetición de los tripartitos de Maragall y Montilla– puede ser realmente llevado a buen puerto, pues algunos técnicos y analistas –entre ellos Felipe González– sostienen que es anticonstitucional e inviable.
Pero, lo consigan o no, la intención del acuerdo y la voluntad de que se cumpla, con todo el impulso del Gobierno Sánchez, han quedado claras, transparentes, y son reveladoras de la naturaleza del PSC: el proyecto de Illa consiste (además de ser él president) en sacar adelante la agenda al completo de los partidos del golpe de Estado del 17 (ERC y Junts). Cosa que empezó por los indultos –que yo aprobé por cuestión de humanidad y clemencia con el adversario caído: hay que ser incauto–, siguiendo por la amnistía, o sea la descalificación de la justicia (que se revuelve como gato panza arriba para defender su trabajo) y de la policía; y acabando, de momento, por el cupo. Todo aquello que apenas anteayer decían los socialistas que jamás harían.
Así va quedando claro que cuando convenga serán los socialistas los que convocarán un referéndum de independencia –envuelto, eso sí, en otras palabras, con una terminología y procedimientos que no provoquen demasiada urticaria, y con gesticulación moderada, educada–. Y serán los socialistas los que, antes o después, ya sea por presión de sus socios o por propia iniciativa, procurarán echar al Rey (de momento se limitan a recibirle con las manos en el bolsillo), incómodo garante del régimen del 78 que están desarticulando, e implantar una Tercera República que abra el campo de juego político a nuevas posibilidades. Todo se andará pasito a pasito, “dialogando”, en nombre de la reconciliación y el progreso, y no a lo bruto e improvisado, como es lo propio de los partidos nacionalistas tradicionales.
Desde luego, el privilegio del cupo vasco era una termita en el edificio de la España de la democracia, de la España igualitaria y solidaria, termita que no hemos querido ver hasta que la viga se ha desplomado, con la inesperada colaboración socialista, que mientras el bichito la carcomía por un extremo iba aserrándola por el otro.
En este sentido, el Partido de los Socialistas de Cataluña ha culminado su trayectoria y en cuanto partido de izquierdas es una marca quemada: ¿qué sentido tiene mantener el nombre que tenías en la oposición, cuando ahora vas a gobernar con la agenda de quienes hasta ahora eran tus adversarios en la conquista del poder? Para un cambio de semejante envergadura conviene un cambio también de nomenclatura.
Teniendo en consideración que el PSC tiene en sus filas buenos cuadros, gente experimentada y eficiente en los diversos campos de la gestión de la cosa pública, y habida cuenta de que ERC carece de ellos, como ha quedado demostrado, pero es también un partido de postulados izquierdistas, lo más sensato y coherente con los últimos hechos sería una fusión de ambas formaciones –y bienvenida sería la incorporación de algunos convergentes y restos del naufragio cupero, hagamos piña– que sume de forma orgánica las ideas de uno y la gestión del otro, en un partido nuevo y más eficiente e integrador, que podría llamarse Partido Nacionalista Catalán. PNC. (Partido Nacional Socialista sería más exacto, pero entiendo que suena demasiado mal). Adelante con ello. Y con Illa.