En los últimos años, ha surgido un fenómeno inquietante: un número cada vez mayor de jóvenes muestra una notable renuencia a ingresar al mercado laboral tradicional. Este comportamiento ha desatado un intenso debate sobre las causas subyacentes y las posibles repercusiones a largo plazo para la sociedad y la economía global. Creo que existen múltiples causas.
Las prioridades de los jóvenes y no tan jóvenes han cambiado drásticamente en comparación con generaciones anteriores. La generación actual valora profundamente el equilibrio entre la vida personal y profesional, buscando la realización personal y tiempo libre por encima de la estabilidad financiera. Así lo dice el dueño de La Sirena, José Elías.
También es importante destacar que la globalización y el acceso masivo a la información han ampliado su visión del mundo, llevándolos a buscar empleos que no solo ofrezcan una buena remuneración, sino que también se alineen con sus valores y estilo de vida.
Me explicaba un día un famoso conferenciante como sus nietos cambiaban de trabajo según hubiese actividades de recreo en la empresa y, también, un amigo mío, trabajando de directivo de una firma de inversión internacional, me contaba sobre las actividades de entretenimiento que hacen en su compañía durante toda la jornada laboral.
Parece ser que el aumento en los niveles de educación ha generado una generación con expectativas laborales elevadas. Sin embargo, el mercado laboral no siempre puede satisfacer estas expectativas, a menudo ofreciendo empleos precarios y mal remunerados. España es un país donde se remunera muy mal. Esta disparidad entre la formación académica y las oportunidades laborales disponibles provoca que muchos jóvenes rechacen trabajos que consideran insatisfactorios, alimentando la percepción de que no quieren trabajar.
A esto hay que unir un inquietante reto demográfico donde existen familias con un hijo que van a heredar la casa de los padres en algunas ocasiones y que no ven motivo para mucho esfuerzo.
Hay que añadir que la economía de plataforma ha cambiado la forma en que los jóvenes conciben el trabajo. Estas opciones ofrecen una flexibilidad que los empleos tradicionales no pueden igualar, permitiendo a los jóvenes trabajar bajo sus propios términos. Aunque estos trabajos carecen de estabilidad y beneficios a largo plazo, su libertad y flexibilidad son altamente valoradas por la juventud.
Me gustaría ser optimista. Lo hablo mucho con mis alumnos. La tecnología ha transformado radicalmente no solo la manera en la que trabajamos, sino también nuestras expectativas laborales. Los jóvenes, siendo nativos digitales, tienen acceso a numerosas oportunidades en línea para generar ingresos, desde el comercio electrónico hasta la creación de contenido, sin necesidad de un empleo tradicional. Esto les permite explorar alternativas más atractivas y satisfactorias para ellos, al menos en este momento vital que atraviesan.
Mientras algunos jóvenes prosperan en la economía digital, otros pueden quedarse atrás sin acceso a la tecnología o a las habilidades necesarias. Esto podría aumentar la desigualdad social y económica, con un número creciente de jóvenes en situación de precariedad y exclusión. Hay muchos jóvenes que ni estudian ni trabajan.
Es cierto que, en muchos lugares, el mercado laboral está saturado y la competencia es feroz. Las ofertas de empleo a menudo no cumplen con las expectativas salariales o de desarrollo profesional de los jóvenes, desincentivando la búsqueda activa de empleo y llevando a la frustración y el desánimo. Esta situación contribuye a la percepción de que los jóvenes no quieren trabajar. Las políticas laborales y los beneficios sociales deberán adaptarse a esta nueva realidad para proteger a los trabajadores en un entorno cambiante.
Soy de los que creen que una menor participación de los jóvenes en el mercado laboral podría llevar a una disminución en la productividad y a un crecimiento económico más lento. Las economías dependen de una fuerza laboral activa para sostener el crecimiento y la innovación. Si la juventud permanece fuera del mercado laboral, la base de contribuyentes se reducirá y aumentará la presión sobre los sistemas de bienestar social. Hacen falta jóvenes bien preparados y con ganas de trabajar.
Las instituciones educativas tendrán que adaptarse para preparar a los jóvenes para un mercado laboral en constante cambio. Esto implicará un mayor enfoque en habilidades digitales, creatividad y adaptabilidad, en lugar de centrarse únicamente en carreras tradicionales. Ya se está impulsando en muchos países los objetivos americanos de SMART aunque yo soy reacio a su implantación total, pues hace falta gente de humanidades en su sentido más amplio; gente que piense.
En definitiva, la renuencia de los jóvenes a ingresar al mercado laboral tradicional, quizá por un cambio de los valores tradicionales, plantea desafíos significativos, pero también ofrece oportunidades para una transformación positiva del mercado laboral y la economía en general. La sociedad debe estar preparada para enfrentar estos cambios con políticas adaptativas y un enfoque proactivo hacia la educación y el empleo juvenil. Solo así se podrá asegurar un futuro en el que todos los jóvenes tengan la oportunidad de alcanzar su potencial y contribuir al bienestar común.
Este fenómeno, aunque complejo, requiere una respuesta coordinada que involucre a Gobiernos, empresas y la sociedad en su conjunto para asegurar que los jóvenes encuentren su lugar en un mundo laboral en constante evolución.