Barcelona es una ciudad que, en los últimos tiempos, y principalmente debido al clima de dejadez y compadreo con la pseudolegalidad, vio como en su seno aparecían todo tipo de organizaciones con apariencia lícita, pero con un trasfondo bastante oscuro, tanto desde el punto de vista jurídico como desde el funcional.

Por ejemplo, los llamados “clubs cannábicos”, que todo el mundo sabe que son un centro alegal de distribución de marihuana (cuanto menos), pero que hasta ahora han funcionado sin ningún tipo de cortapisa.

Otra organización autóctona extraña es OTRAS, que se inició como sindicato de “trabajadoras sexuales”, pero que cuando tuvo que reformar sus estatutos para que el Tribunal Supremo le diera la conformidad legal a su existencia, borró el concepto “trabajo sexual” de un plumazo, sin saber ahora a qué responde la existencia de un supuesto sindicato de “trabajadoras sexuales” que no reconoce ni en sus propios estatutos el trabajo sexual. Pero de esto, si quieren, hablamos otro día largo y tendido.

Al hilo de esto les traigo el asunto en el que me gustaría entrar en profundidad hoy, que es el conocido sindicato de manteros. Se lo traigo a colación, no sólo como parte de este grupo de entidades esperpénticas e inclasificables desde el punto de vista jurídico, sino como ejemplo de otra de las cosas que la gente acepta como progre y que está absolutamente mal en todos los sentidos en cuanto le dedicas tres segundos a pensar en ellos.

Los manteros son personas que, de entrada, han sido víctimas de las mafias criminales de trata de personas hasta llegar desde sus lugares de origen hasta Europa. Una vez aquí, esas mismas organizaciones de tratantes son los que “diversifican” su actividad económica en la producción y venta de productos falsificados, que la policía se afana en incautar en numerosísimas redadas cada día.

Luego, esos mismos manteros son obligados por las mismas organizaciones a vivir en condiciones de semiesclavitud mientras se dedican a vender, obviamente de manera ilegal, los productos ilegales que les proporcionan las mismas mafias.

Disfrazar el traslado forzoso de personas y falsificación y venta de productos en un afán de blanquearse a sí mismos para asegurar su negocio fue una fórmula de éxito para que gente como la exalcaldesa de Barcelona y toda su cuadrilla en todo el país lo viera como algo absolutamente integrador y revolucionario, obviando que los únicos beneficiados de esa operación de márketing son los que dirigen el cotarro y que, por supuesto, no son los pobres vendedores de las mantas.

Y siguiendo con el despropósito, hace unos días conocimos que el conocido como sindicato de manteros, y que ni existe como sindicato ni está inscrito en el Ministerio de Trabajo como tal, lanza su propia marca comercial.

Llegados a este punto de la lectura supongo que también habrán llegado a la conclusión de que todo esto es un sinsentido absoluto.

Yo creo que, acogiendo este tipo de esperpentos, lo que hace la Administración es dejación absoluta de funciones mientras se normaliza una situación en la que todo está mal. Los manteros son personas totalmente vulnerables en manos de mafias criminales a las que, en lugar de combatir, se les hace la vista gorda en su marca buenista. Trabajadores esclavos, en cualquier caso, pero que hacen respetable a quienes los explotan, la presunta patronal.

Y, mientras, además, estas organizaciones se enriquecen a través de la competencia totalmente desleal e ilegal que le hacen a los comerciantes que sí venden productos legales, sí pagan sus impuestos y, sobre todo, no emplean mano de obra traficada.

Me pregunto en qué piensan los periodistas o algunos dirigentes políticos que daban y acogían la noticia de la marca del sindicato de manteros como algo a celebrar, porque no es tan difícil seguir el hilo de este negocio. Y menos difícil aún ver a esos hombres y en las condiciones en las que viven para darse cuenta de que ningún sindicato vela por ellos.

Bueno, lo cierto es que lo que en realidad me pregunto es si llegan a pensar alguna vez...