Una de las profesiones que se están convirtiendo en emergentes en los tiempos que nos tocan vivir, es la de borrador de penes. No de cualquier lado, sino de las carreteras. Según ha salido publicado, el Tour de Francia ha contratado a unas brigadas de trabajadores que se dedican a tan gratificante trabajo, el de borrar penes gigantescos de la calzada, que no darían muy bien en televisión cuando desde el helicóptero se emitieran imágenes del pelotón ciclista.
Claro está que, para que haya borradores de penes, debe de haber antes dibujantes de penes, lo cual es un trabajo más encomiable si cabe, ya que a esos nadie los paga para dejar en el asfalto su obra artística. O eso se supone, por lo menos. Sea como sea, estamos ante un ejemplo del capitalismo más ortodoxo: la creación de un nuevo trabajo produce el surgimiento de otro, de la misma forma que el invento de las latas de conserva propició el de abrelatas.
Volviendo al 'caso ciclistas', obsérvese que en todas las informaciones se habla de "penes" jamás de pollas, nabos u otros sinónimos, puesto que podrían llevar a confusión a lector, y más cuando el Tour pasa por zonas agrícolas francesas, donde abundan los animales de granja y la horticultura. Si la prensa se refiriera a "nabos" dibujados en el asfalto, alguien podría pensar que los improvisados artistas son agricultores franceses que pintan hortalizas en la carretera para reivindicar sus derechos, menudos son ellos. Y si se refiriera a "pollas", podría creerse que tratan de defender la biodiversidad francesa a base de dibujar aves gallináceas. Llamándoles "penes" nadie tiene ninguna duda de qué es lo que han pintado, aunque a tenor de la verdad no son solo penes, sino que los dibujos llevan aparejados sus dos adminículos habituales, o sea, un par de cojones, no vamos a llamarles huevos porque estaríamos de nuevo confundiendo a los lectores con las reivindicaciones de los agricultores galos, que todos sabemos que son muy suyos, capaces de eso y de mucho más.
El caso es que a la organización de la grande boucle no le parece muy bonito que la serpiente multicolor deba pasar por encima de penes gigantes, con el consiguiente peligro por si uno de los ciclistas se despista a encontrarse frente al manillar un prepucio gigantesco, se tropiece, y provoque una caída en cadena. Sería la primera vez en la historia que una carrera ciclista debe suspenderse por culpa de un ciruelo -ya estamos con los eufemismos que nos va a remitir de nuevo a los agricultores franceses- en la carretera. Una cosa es que si el Tour pasa por Cataluña a algún iluminado se le ocurra pintar una estelada en la calzada, que a fin y al cabo, fuera de Cataluña -e incluso dentro de la misma- casi nadie sabe lo que es, y la otra que pinten un pene -con sus testículos, insisto-, que eso se conoce hasta en Japón.
¿Qué lleva a alguien a levantarse de madrugada, coger una brocha y un bote de pintura blanca, e irse a una carretera por la que previamente ha investigado que pasarán los ciclistas, a pitar un gigantesco pene? Misterios de la naturaleza humana. En estos tiempos en que lo que se llevaría sería escribir bien grande la frase “No a la guerra”, “Israel, estado genocida” o incluso -ya que estamos en Francia tierra del amour-, uno romántico “Severine, je t’aime”, la gente se pone a dibujar penes.
Tal vez -recordemos que todo eso sucede en vísperas electorales- se trata de propaganda encubierta de Le Pen, cuyo partido amenazaba con ser el gran triunfador en los comicios que se celebraron ayer y de los cuales desconozco el resultado mientras escribo este artículo. A lo mejor todos esos penes gigantescos los pinta de noche la propia Marine, no porque sueñe con ellos, sino como recordatorio a sus compatriotas de lo que deben votar, no olvidemos que pene en francés se llama pénis. Y quienes se afanan a borrarlos son los del Nuevo Frente Popular. La política lo invade todo, hasta el Tour.