La espectacular derrota del partido conservador británico, y del independentista escocés SNP, supone el cierre definitivo de la deriva que se inició con el anuncio del referéndum acerca de la continuidad del Reino Unido en la Unión Europea. Un buen momento, pues, para hacer balance de esta larga década de Brexit.

La perspectiva de ocho años permite ya afirmar que la salida de la Unión no ha aportado nada a los ciudadanos británicos, cómo bien queda reflejado en que tan solo un 10% percibe algo positivo. La constatación del sinsentido es tan evidente que, incluso, algunos de los principales líderes independentistas se han visto forzados a reconocer que sus argumentaciones estaban poco sustentadas o, sencillamente, eran falsas.

En los años en que adquiere consistencia la idea del referéndum, podía entenderse perfectamente el malestar generalizado en un Reino Unido que, en pocas décadas, había transitado de ser un ejemplo de cohesión social a convertirse en paradigma de un neoliberalismo que fractura y expulsa y que, además, se enfrentaba a una gravísima crisis financiera global. Pero, la salida de la Unión no era la solución, como bien se ha demostrado.

Todo ello me lleva a recordar lo sucedido en una Cataluña, también muy sacudida por el hundimiento económico, con el cansino dret a decidiry, especialmente, con la frivolidad con que buena parte de nuestras élites lo hicieron suyo de manera tan acrítica. Desde siempre había escuchado lo importante de viajar y estudiar, que te abría la mente y te permitía pensar por uno mismo, que era el mejor antídoto contra los populismos. Pues, no fue el caso: entre quienes se apuntaron tan alegre y frívolamente al discurso dominante se encuentran no pocas personas muy viajadas y estudiadas. Seguramente el coger aviones y acudir a los centros universitarios más exclusivos no te libra de la atracción de sentirte superior al vecino.

En cualquier caso, en Cataluña hemos evitado un referéndum que no conducía a parte alguna y parece que ya hemos superado esta década de desorientación. Ahora, que dejen gobernar a Salvador Illa pues, si nos comprometemos en ello, podemos ir recuperando rápidamente lo perdido en esta última década.

Y a todas esas élites, británicas y catalanas que, mayormente educadas en universidades y business schools de renombre global, alegremente apostaron por los referéndums cuando estábamos inmersos en una crisis económica descomunal, recordarles que en los colegios de barrio en los que me formé se enseñaba que San Ignacio se limitaba a decir: 'en tiempo de desolación nunca hacer mudanza'.