Pocas veces una estrategia de expansionismo militar y político habrá producido efectos tan inversos a los previstos y tan adversos como la desarrollada por Vladímir Putin, que ahora oculta su fracaso persistiendo en la estrategia, dotándola de más medios, de más épica, de más amenazas con el resultado de más fracaso, de más muertos y más destrucciones.
Putin quería alejar la OTAN de las fronteras de Rusia, reincorporar Ucrania a la esfera de influencia de Rusia para después asociarla a la Federación y finalmente anexionarla, intimidar a los vecinos de Rusia y de rebote a toda Europa, apuntarse el mérito de haber devuelto Rusia al rango de potencia indiscutible y sacar provecho estratégico global de todo ello.
Pues bien, la OTAN, que parecía adormecida, se ha reavivado y fortalecido ampliándose a Finlandia, neutral desde 1945, y a Suecia, que ha abandonado una neutralidad histórica iniciada en 1814. Y Ucrania se ha decantado por Occidente, separándose definitivamente de Rusia en todos los sentidos.
Putin ha provocado el aislamiento de Rusia en el sistema de la ONU, la pérdida de la privilegiada posición de primer proveedor de energía a Europa y ha causado la aplicación a Rusia y a los oligarcas de sanciones económicas y financieras como no se habían visto de semejante volumen y con tantos participantes.
Más todavía, lo que había previsto como una simple “operación especial”, a ejecutar como un paseo militar de pocos días hasta Kiev, la reacción de Ucrania con la ayuda de la Unión Europea, los Estados Unidos, la OTAN, los Estados europeos y otros Estados, que no previó, se ha convertido en una guerra abierta que ya dura 28 meses con el uso por los dos beligerantes de toda una panoplia de medios bélicos.
Y todavía más, ha forzado el rearme de Europa. Después de la caída del muro de Berlín (noviembre 1989), la disolución del Pacto de Varsovia (julio 1991) y la desaparición de la Unión Soviética (diciembre 1991), los Estados europeos pensaron que la paz internacional estaba firmemente asegurada en el continente y redujeron o congelaron los presupuestos de defensa y reconvirtieron o cerraron parte de las industrias de armamento, practicando de hecho una suerte de “desarme unilateral”.
La alarma respecto a las intenciones de Rusia se disparó por la ocupación y la anexión de la península de Crimea (marzo 2014) más las operaciones de apoyo militar a los separatistas del Dombás. La invasión a gran escala de Ucrania (febrero 2022) ha despertado brutalmente a Europa: la amenaza militar volvía de donde ya había procedido.
La UE, de movimiento lento por la disparidad de los Estados miembros y la fragmentación en materia de defensa, ha reaccionado con inusitada rapidez al verse forzada a rearmarse ante la agresividad mostrada por Rusia. Además de las decisiones individuales –Alemania ha previsto un fondo de 100.000 millones de euros para la modernización de sus fuerzas armada–, la UE va camino de recuperar en cierto modo aquel viejo proyecto de la Comunidad Europea de Defensa –inicialmente impulsado por el primer ministro René Pleven (1951-1952), y abortada por el voto negativo de la Asamblea Nacional (diciembre 1954)–, que hubiera creado unas fuerzas armadas europeas unificadas.
En cualquier caso, Putin ha obtenido exactamente lo contrario de aquello que pretendía, nunca mejor dicho: le ha salido el tiro por la culata. El fracaso de su estrategia expansionista ha sido monumental, todo ha resultado al revés y a un coste elevadísimo: Ucrania no se rinde, Europa se rearma, la OTAN se amplía, Rusia se halla sancionada y el mismo Putin se encuentra limitado por una orden internacional de detención emitida por el Tribunal Penal Internacional.
Putin se mantiene en el poder por la autocracia existente en Rusia que él ejerce sin concesiones, sin eso lo habrían despachado por “incompetente”. Doblemente incompetente, de puertas afuera más evidente imposible, de puertas adentro también. Después de cerca de 25 años detentando el poder como jefe de Gobierno o presidente, Rusia, el país más extenso del planeta (17,1 millones de kilómetros cuadrados), con una población formada y capacitada (144,2 millones de habitantes), de inmensas riquezas naturales y minerales, tiene un PIB per cápita de 14.846 euros, que es solo un 40% del PIB medio de la UE y menos de la mitad del de España, que en 2023 ascendió a 30.320 euros.
Además de la autocracia, lo salva el botón nuclear a su disposición, que es lo que obliga a moverse frente a él con pies de plomo. Si no fuera por esta obligada prudencia, la Rusia de Putin ya habría sido derrotada en el campo de batalla sin necesidad del rearme de Europa de tan alto coste financiero, social y medioambiental.