En cierta ocasión la infanta Eulalia, la tía díscola de Alfonso XIII -quien llegó a prohibir su libro Au fil de la vie (1911) por feminista-, auguró que si algún día llegaba la Segunda República no iba a ser por el éxito de los republicanos, sino por el constante perjuicio que causaban muchos monárquicos.
Los tiempos cambian, pero los errores permanecen, aunque sea en sentido inverso. Es bastante difícil avistar el triunfo de una Tercera República en España. Sus principales y mayores obstáculos son esas minorías de republicanos que padecen republicanitis o inflamación aguda del entendimiento político. En esa suma se incluyen a petición propia un variado grupo de personajes con sus correspondientes agrupaciones o partidos: Rovira y ERC, Puigdemont y Junts, Yolanda Díaz y Sumar, Otegui y Bildu, Alvise y Se Acabó la Fiesta, … A estos se podrían añadir algunos líderes de Vox admiradores de una República al estilo Le Pen, o socialistas hiperventilados como Patxi López que se empeñan en patinar sobre su propio fango.
Todos estos personajes hubieran podido coincidir en la reciente manifestación que trascendió por el manteo del monigote coronado. Este episodio carnavalesco no tuvo mayor relevancia que imaginar el mundo al revés durante unos minutos. “Viole bajar y subir por el aire, con tanta gracia y presteza, que, si la cólera le dejara, tengo para mí que se riera”, así describió Cervantes la contradictoria reacción de Don Quijote ante el manteo que le hicieron a Sancho en el corral de la venta. Pura diversión que, ahora, en estos tiempos de estúpida y puritana cancelación muchos posmodernos poscoloniales deberían haber censurado, como hicieron con el zarandeo del monigote de Sánchez en la calle Ferraz.
Cuesta imaginar que algún republicano honesto y sensato -descendiente o no de represaliados- pueda coincidir en su anhelado horizonte político con partidos que incumplen premisas básicas como el respeto a la libertad, la igualdad y el dinero público. Cuando Rufián afirma que la Corona es una institución corrupta, ¿entonces qué superlativo se puede aplicar a la Generalitat, sea en la época de Pujol o durante el procés? Cuando los republicanistas señalan que la monarquía es una continuidad del franquismo, ¿qué son las heredadas generalitats o los fueros vascos, sino reivindicaciones de antiguos poderes privilegiados, represores y corruptos? ¿Qué es la singularidad fiscal del concierto, que tanto reclaman los ultranacionalistas, sino continuidad de las desigualdades del Antiguo Régimen?
El republicanismo –sobre todo el federalista- haría bien en quitarse de encima al escorpión plurinacionalista. Es difícil que la mayoría de los españoles, ante el venenoso y egoísta terrario republicanista, pueda ver a la Corona como un grave e inminente problema a resolver.
Además, después de una complicada década como Jefe del Estado, Felipe VI ha demostrado no ser un Borbón al uso y ser mucho más demócrata que los que tanto alardean de fachada republicana. Una de las fortalezas del Rey es inversamente proporcional a la inconsistencia de ese republicanismo carcomido por sus contradicciones y fanatismos. Hasta el papá y mamá de la princesa y la infanta ha sonado como un regalo para los oídos de los españoles hartos de tanta bronca política y tanto salteador de caminos. Se comprende que, después del doble tintineo de la reina, Felipe VI sonría emocionado y la República siga pasmada.