Hace años que desde la alcaldía de Barcelona se declaró la guerra a cualquier cosa que suponga disfrutar de un mínimo de calidad de vida y de comodidad en la ciudad. Por supuesto, no siempre fue así, pero lo ha sido en la última década. Hay gente que llegó a pensar que con el cambio de “Administración” esa manía persecutoria a cualquier servicio no degradado iba a cambiar. Pero, de momento, no parece.
La movilidad en la capital catalana es, sin duda, una de las grandes damnificadas de los gobiernos colauitas comunes. Era muy difícil llegar a imaginar que Barcelona, una de las ciudades mejor diseñadas del mundo, llegara a tener alguna vez problemas de tráfico. Voilà, ahora los tiene fruto de esa psicosis por anular carriles de circulación en arterias de la ciudad que hacían del tráfico fluido una constante, para intentar obligar a la gente a ir en bicicleta o, peor aún, en el transporte público mugroso, caro e ineficiente que sufre la ciudad de Barcelona, a imagen y semejanza de su gobierno en los últimos años.
Como apunte les diré que siempre me alucinó el hecho de que a alguien se le ocurriera que la gente podría ir en bici a trabajar, pasando frío en invierno, calor en verano, y llegando en pésimas condiciones de presentación a los centros de trabajo. Pero más me alucina que alguien le diera el OK a eso y que se acabara implantando como algo aceptable en un lugar donde ya pasamos más de cuatro meses al año a 30 grados y con una humedad relativa del 90%. Esto también forma parte de la implantación del tercermundismo que algunos han ido llevando a cabo en nuestra ciudad.
Y entre el transporte público desbordado y que no es capaz de llegar puntual jamás y la idea brillante y olorosa de la bicicleta, el taxi debería ser la opción a potenciar para la gente que no está dispuesta a llegar a su lugar de trabajo sudada y oliendo a zorruno o, simplemente, a los que no les salen las cuentas si van tres y suman y se dan cuenta de que es más barato un taxi para tres que tres billetes sencillos de metro. Y, sin embargo, tampoco es una opción.
Son muchas ya las ciudades de toda España y del mundo a las que me ha tocado ir, ya no de visita, sino a trabajar, y en ninguna es tan difícil conseguir un taxi como en Barcelona. Hay poquísimos y encima, de un tiempo a esta parte, suerte tienes si el taxista te entiende algo de castellano o catalán. No sería la primera vez que me toca meter la dirección de donde voy en el navegador del chófer porque no entiende ni jota.
Por no nombrar los casos de violencia sexual en el sector que se han conocido por la prensa y los que yo he conocido porque me ha tocado representar a alguna víctima.
En conclusión, el servicio de taxi en Barcelona es manifiestamente mejorable y, sin embargo, hace un par de semanas, como viene siendo habitual de manera periódica, uno de los “sindicatos” más representativos del sector de la capital catalana volvió a convocar una movilización; paralizaron la ciudad el tiempo que se les puso en gana.
Muy bien, para eso están las protestas, para molestar, pero a mí como usuaria lo que me molesta es que la única y exclusiva reivindicación de los mandamases de los taxistas sea que el ayuntamiento bloquee cualquier posibilidad de que en Barcelona operen, como lo hacen con normalidad en todas las ciudades civilizadas del mundo, y más si reciben millones de turistas al año, coches de VTC. Eso es lo único que les interesa.
Yo entiendo al gremio del taxi queriendo defender la “exclusividad” en su negocio, teniendo en cuenta lo cara que es una licencia. Pero lo que no puedo comprender es que desde el ayuntamiento se sigan permitiendo las mismas prebendas que cuando estaba Ada Colau, por la que algunos taxistas célebres hacían campaña electoral activa cada vez que tocaba.
El servicio no es suficiente, los taxis no son bastantes y muchos de los chóferes no cumplen ni lo mínimo para comunicarse con el cliente. ¿Así piensa afrontar el gobierno de la ciudad eventos como el de la Copa América, por ejemplo? ¿Por qué los hoteleros y hosteleros no dicen nada respecto de un servicio que se ha quedado pequeño y que degrada la imagen y la calidad de vida de la ciudad? ¿Es que no saben en el ocio nocturno que conseguir un taxi de madrugada en la ciudad es poco menos que misión imposible?
No tengo ninguna querencia específica por las VTC, pero, sinceramente, creo que en esta ciudad no sólo hay público para ambas opciones, sino que es necesario ampliar el parque de movilidad de vehículos con conductor, de la modalidad que sea.
El taxi negro y amarillo es un símbolo inconfundible de la ciudad de Barcelona. Quien sea, que haga el favor de gestionarlo para que no vaya a desaparecer también y sea otra víctima del exterminio de todo lo bonito de la ciudad.