Pilar Alegría, mientras comparecía el martes como portavoz del Gobierno, tuvo a bien mitinear incumpliendo, una vez más, la ley electoral. En su arenga dirigida a posibles votantes, la sonriente ministra alardeó de una supuesta lucidez y comparó el imaginario pacto PP-Vox-Junts con una imposible contorsión gimnasta. “¡Ni Nadia Comaneci!”, concluyó.
Se ha convertido en una táctica habitual de los socios gobernantes retorcer cualquier recuerdo o expresión popular en busca de votantes de izquierdas. El “puto amo” que acuñó otro vocero --casualmente ministro de Transportes-- es otro ejemplo de la torpeza de la élite dirigente del PSOE, al reivindicar el cesarismo totalitario como ideal de la izquierda.
En este bochornoso mitineo de a ver quién la dice más gorda, Yolanda Díaz ha optado por la escatología más cutre. Su “a la mierda” pasará a la penosa historia de la bajeza moral y verbal de la política española. Si en un mitin ante sus fieles sintetiza la valoración del adversario de ese modo, huelga decir --ideología al margen-- cuál es la indigencia mental de esta oradora.
El lenguaje también construye realidad, y de qué manera. La deriva esquemática de los portavoces de los principales partidos de izquierdas, incluido el caudillo Sánchez, se resume en señalar a los nacionalistas españoles como los más malos del mundo mundial, junto al resto de la variada y pujante ultraderecha europea.
En la campaña del 9J, las izquierdas --salvo Izquierda Española-- han priorizado señalar a los potenciales votantes que se sienten españoles como una tropa de individuos malvados y egoístas. Sin embargo, estos políticos de izquierdas ocultan que sus socios plurinacionalistas han demostrado --sobradamente y con hechos-- que son insolidarios y xenófobos respeto al resto de españoles.
Si las izquierdas gobernantes están empecinadas en avergonzarse de su condición española y, al mismo tiempo, insultan a los que sí la sienten, están ayudando al constante e imparable ascenso de la extrema derecha. Juan Torres López, en su blog Ganas de escribir, lo ha planteado con meridiana claridad:
“¿Cómo se va a evitar que las clases desposeídas voten a la extrema derecha si esta defiende los valores con los que se identifica el sentir común de tanta gente, mientras que las izquierdas no hacen autocrítica de sus políticas equivocadas, o se empeñan en darle prioridad a valores o reivindicaciones que tan sólo pueden defender grupos muy reducidos o de interés, por muy legítimo que sea, muy minoritario?”.
Ante el raquitismo de sus propuestas sociales y colectivas, Sánchez y su cohorte se han empeñado en erigirse en el muro que ha de frenar el asalto de la extrema derecha a las instituciones europeas. Y todo con tan sólo el manido grito “que viene el lobo”. Ya conocemos el final del cuento. Cuando el lobo llegó, nadie hizo caso, se había normalizado la amenaza de tanto repetirla.
Otros pensarán que no debe ser tan grave votar a ultranacionalistas españoles. A fin de cuentas, en Cataluña y en el País Vasco llevan años gobernando grupos de ultralobitos, a los que izquierdas y derechas siempre ha tratado con cariño, los han alimentado hasta la saciedad e, incluso, han amnistiado sus fechorías, aquellas cometidas contra el común de la ciudadanía (clases desposeídas incluidas).
El lobo de la ultraderecha nacionalista no está a punto de llegar, hace tiempo que ya está aquí, gracias a las reiteradas y gimnastas contorsiones de las izquierdas y la complacencia de las derechas. De aquellos polvos, estos lodos.