En la actualidad, en Cataluña, tenemos más de 1.500 polígonos industriales, ahora llamados “polígonos de actividades económicas”, ocupando menos de 10 hectáreas en la mitad de los casos, y a su vez disponemos de un ecosistema de parques científicos y tecnológicos y hubs, con más de 155 iniciativas diversas en cuanto a contenido y función.

En relación con el mundo de los llamados polígonos industriales constatamos que la evolución de las actividades económicas industriales va pareja a la organización y planificación urbana, desde las primeras iniciativas a principios del siglo XX pasando por los polígonos que se fueron impulsando entre los años 70 y 90. De lo que no cabe duda es que han sido y son, aún hoy en día, los motores económicos del país, cosa que nos plantea la necesidad de su modernización y actualización, de las cuales adolecen muchos de ellos.

A lo largo del siglo pasado, las ciudades fueron creciendo al compás de los ruidos de las fábricas y los talleres, los horarios de entradas y salidas marcaban el ritmo de las familias y la ciudad. Hacia final del siglo pasado, en beneficio de una salud ambiental mejor para la ciudad y sus ciudadanos, se obligó a trasladar esas instalaciones, las fábricas, fuera de los lindes de la ciudad habitada. Un origen de “te quiero, te necesito, recaudación fiscal, puestos de trabajo, pero no molestes, ve un poco más lejos”.

La variedad de productos obtenidos es diversa: desde alimentos, bebidas, materiales para la automación y transporte, fabricación de muebles, minerales no metálicos (vidrio y cerámica), material eléctrico, papel y artes gráficas, caucho y plásticos, química y farmacia, textil y todas sus variantes, un largo etcétera con el que se ha conformado un tejido industrial variado y con cierta especialización en alguna comarca o territorio en función de características propias singulares.

Un elemento por destacar de estos polígonos es que el suelo disponible en la mayoría de los casos es público. El Estado central, la Generalitat o los municipios son los grandes tenedores. Esto representa que esa titularidad pública debe dar respuesta a las demandas de recogida de residuos, depuración de aguas, transporte y accesibilidad, medidas antiincendios, vigilancia y seguridad, entre otros servicios públicos. La resolución de estas necesidades no siempre ha sido bien ejecutada, por los costes económicos que implican, y en algunos casos aún se está tramitando documentación para validar su recepción definitiva por parte del gobierno de la Generalitat.

En muchas ocasiones, los ayuntamientos tienen dificultades para saber qué se produce exactamente en esas instalaciones. Los municipios exigen aplicar las medidas de seguridad, ambiental, sanitaria y antiincendios necesarias. Pero la confidencialidad del qué se produce y cómo escapa, en muchos casos, del conocimiento preciso del mundo público.

Durante muchos años estos datos no eran relevantes, pero los cambios geoestratégicos que estamos viviendo, y la vuelta a la producción de proximidad, está obligando y permitiendo tener una nueva mirada sobre ese espacio de actividad económica.

El sector público ha empezado a mejorar los accesos, la señalización, las infraestructuras, los residuos, especialmente las tecnológicas, e incorporarlos a la cotidianidad de la ciudad; en resumen, el objetivo es convertir esos espacios en lugares más competitivos con respecto a otros competidores de otros municipios o de otras latitudes. El mercado es global y la competencia, por servicios y ubicación, es muy fuerte. Si estos espacios quieren competir en ese mercado deben ofrecer muchas más ventajas y no reducir todo su activo a ofrecer un precio inferior por metro cuadrado.

Por otra parte, y en estrecha relación con los polígonos, se da otro fenómeno que nace a principios de este siglo XXI, en el que surgieron por iniciativa básicamente pública (Estado y Comunidades Autónomas) el impulso y la creación de parques científicos y de transferencia tecnológica. El mundo académico fue el gran impulsor y los ayuntamientos los beneficiarios de estas localizaciones, con una participación desigual en la gestión de los equipamientos.

En los últimos diez años, hemos asistido igualmente al surgimiento de un nuevo concepto vinculado a la actividad económica: los hubs. Barcelona y su área de influencia ha sido la gran impulsora y beneficiaria, sin ignorar las realidades que también se han configurado alrededor de otras ciudades y capitales de provincia. Las empresas de matriz tecnológica, de salud y alimentaria son en la actualidad las grandes impulsoras. La llamada industria 4.0 está favoreciendo la reindustrialización de las ciudades, generando actividades que no dificultan la convivencia con el entorno, y al contrario, buscan emplazamientos con y en vida urbana.

Constatadas estas tres realidades actuales, cabe preguntarse sobre cuáles son las oportunidades que tenemos ante nosotros, tanto el sector público (local, autonómico, estatal central) como el sector privado.

Existe el reto y la oportunidad de crear sinergias reales. El tamaño de muchas empresas instaladas en los polígonos hace que en la mayoría de las ocasiones desconozcan las oportunidades que se pueden generar entre vecinos del mismo territorio; por ejemplo, en temas de reciclaje y gestión de residuos (economía circular), energías renovables, materiales de uso múltiple, etcétera. El mundo local puede y debe hacer de canalizador de estas oportunidades, ayudado en esa labor de facilitador de la actividad económica por los centros de innovación y transferencia tecnológica que existen en el territorio. Generar sinergias es el gran reto. Los hubs tienen en su ADN fundacional la especialización, e implicarse en la vida de los territorios y socializar su conocimiento es un reto que permitiría que no se conviertan en islas aisladas “de conocimiento excelente” pero alejada de la vida de sus alrededores. Necesitamos que tanto el cuerpo directivo como sus trabajadores, en bastantes casos de otras latitudes, vean sus lugares de trabajo y las poblaciones donde se albergan como positivas, para atraer talento, acogerlo y no aislarlo. El conocimiento debe poder ser palanca de crecimiento compartido, y muy probablemente catalizador de una nueva manera de organización urbana y de la vida de las ciudades y pueblos actuales, tales como lo fueron aquellas fábricas de mediados del siglo XIX.

¿La llamada a la reindustrialización es factible?

Cataluña ha tenido primero en el textil y después en el automóvil sus motores económico-industriales durante los últimos 150 años. Casi desaparecidos unos y en reconversión otros, llevamos los últimos años focalizándonos en el sector servicios (turismo, sanidad, educación…) y, por consiguiente, surge la pregunta qué entendemos por industria. Cataluña firmó un pacto nacional por la industria en 2017. ¿Cómo deben ser las nuevas fábricas si estamos en la “era de los servicios”? La innovación, la tecnología y la sostenibilidad son elementos cruciales que deben estar en el centro de una visión conjunta de la nueva simbiosis industrial, aunando las diferentes fases por las que han transitado desde el vapor a la industria 4.0.

Esta nueva industria, presente y futura, tiene dos grandes tipos de retos y, por lo tanto, de oportunidades. El primer grupo de retos viene dado por el fenómeno de la digitalización. El mundo físico y el mundo virtual se han hibridado y ya no se volverán a separar. Inteligencia Artificial, Big Data, Cloud, Cyberseguridad, Simulación, Internet de las Cosas… son vectores tecnológicos que deben ser aprovechados por la industria y, sobre todo, por los agentes que la componen, tanto públicos como privados. El segundo gran grupo de retos viene dado por el fenómeno de la descarbonización. La integración de criterios de circularidad en los modelos de negocio no es tan sólo una necesidad ambiental, sino también un factor determinante de competitividad.

Acometer esta transición, tecnológica y de modelo de negocio, es una tarea conjunta de todos los actores implicados. Lo que es determinante es que la nueva industria pasa por aunar talento, innovación y producción.