En 2022, la zona euro padeció una gran inflación debido a un shock externo. En concreto, a las repercusiones sobre el precio de los alimentos, el gas natural y el petróleo del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. En octubre, el IPC anual llegó al 10,6% y alcanzó su mayor nivel desde el nacimiento de la moneda única.
Para reducir la inflación, el BCE cambió drásticamente las características de su política monetaria. En escasos meses, una muy expansiva fue sustituida por otra contractiva. Entre junio de 2022 y septiembre de 2023, su tipo de interés principal aumentó desde el 0% al 4,5%. Desde 1999, dicho tipo nunca había sido tan elevado ni subido tanto en tan poco tiempo.
Cuando un banco central actúa así, la principal víctima es el crecimiento económico. Un efecto secundario indeseable, pero inevitable. No obstante, sus negativos efectos fueron diferentes para España y la zona euro. En nuestro país, generaron una desaceleración; en el área común, una recesión. En el primero, el incremento del PIB (2,5%) fue satisfactorio; en la segunda, decepcionante (0,4%).
Sin embargo, lo más sorprendente ocurrió en el último trimestre del pasado ejercicio, ya que la economía española aceleró y la de la eurozona tropezó. En la primera, el incremento del PIB trimestral pasó del 0,4% al 0,7%. En cambio, en la segunda, la actividad continuó disminuyendo y lo hizo en el 0,1%. La última repercusión era la lógica, la inicial la insólita, pues entre octubre y diciembre de 2023 las negativas repercusiones de la nueva política monetaria sobre la producción eran superiores a las observadas seis y doce meses atrás.
La dispar evolución de ambas áreas no ha sido flor de un día, sino que ha continuado durante el primer trimestre de 2024 y probablemente se extienda al resto del año. Entre enero y marzo, España creció el 0,7%, casi el doble de lo que lo hizo la zona euro (0,4%). Desde mi perspectiva, en el conjunto del ejercicio, el aumento del PIB en nuestro país ascenderá al 2,7% y en el territorio común se quedará únicamente en el 1,2%.
Durante un corto período de tiempo, las diferencias de crecimiento entre dos áreas con idéntica política monetaria suelen ser provocadas por una distinta política fiscal, un mayor incremento del nivel de endeudamiento del país donde más aumenta el PIB, un modelo de desarrollo más acertado del último y el efecto suerte. En la actualidad, en la eurozona, también pueden provenir del diferente impacto sobre la actividad económica de la ejecución de los fondos Next Generation.
Indudablemente, la política fiscal no ha marcado la diferencia. En primer lugar, porque en 2023 el déficit público español (3,6%) era idéntico al de la zona euro. En segundo, debido a su descenso en el pasado ejercicio en nueve décimas, por solo en una en el área común. En tercero, porque en los primeros meses del año, el Ejecutivo ha revertido las disminuciones de tipos impositivos que gravan la electricidad y el gas.
Entre 2004 y 2007, España vivió muy por encima de sus posibilidades, al aumentar notablemente su endeudamiento con el extranjero. Una actuación que explicó en una elevada medida el plus de crecimiento económico obtenido por nuestro país respecto a la zona euro. Nada que ver con lo ocurrido durante el pasado año, pues durante él el ahorro nacional fue superior a la inversión y se redujo la deuda acumulada con el exterior.
El superávit o déficit de un país constituye la suma del obtenido por los sectores privado y público. En 2007, el desequilibrio negativo era del 9,6% del PIB, siendo generado por familias y empresas, al estirar ambas más el brazo que la manga. En cambio, en 2023, España logró un excedente positivo del 3,7% del PIB, al efectuar lo contrario de lo realizado hace 17 años.
Por tanto, en el pasado ejercicio, el aumento del endeudamiento con el extranjero no ha constituido un factor diferencial, pues no ha existido tal. Tampoco lo ha sido un mejor modelo económico, pues el Gobierno no tiene ninguno definido. En cambio, sí posee uno social y de mercado laboral.
El aumento del salario mínimo por encima del IPC, la conversión de numerosos trabajadores temporales en indefinidos y el incremento de las transferencias desde los hogares que más tienen a los que menos, a través de impuestos y subsidios, han contribuido decisivamente a disminuir la desigualdad en la distribución de la renta y a estimular el gasto de las familias.
Por dicho motivo, pero especialmente por la elevada creación de empleo lograda, en 2023 España fue el segundo país de la OCDE donde en mayor medida aumentó la renta real de los hogares. Un dato al que se añade un hito esperado desde hace mucho tiempo, pues, finalmente, el pasado año las familias recuperaron el poder adquisitivo poseído en 2007.
La Comisión Europea ha previsto adjudicar a España fondos Next Generation por valor de 163.000 millones de euros, una cifra solo superada por la obtenida por Italia. No obstante, la distribución de dichos fondos no solo beneficia a nuestra nación en términos absolutos, sino también de manera relativa. En proporción al PIB, el reparto del dinero le favorecerá en mayor medida que al país promedio de la Unión Europea.
A pesar de ello, dichos fondos no han constituido hasta el momento un factor esencial que explique por qué España crece más que la zona euro. Desgraciadamente, en el futuro, creo que su aportación será bastante inferior a la prevista. En primer lugar, por su escasa ejecución hasta la fecha. En segundo, porque constituye una de las naciones que tradicionalmente los utiliza más tarde. En tercero, debido a la deficiente gestión realizada por la Administración. Históricamente, es una de las naciones que ejecutan una menor proporción del capital recibido.
Por tanto, la suerte es el principal factor en que se sustenta la diferencia de crecimiento económico. En una sustancial medida, la fortuna ha procedido del cambio de los patrones de gasto de los hogares europeos y la masiva llegada de inmigrantes a nuestro país. No obstante, a los dos anteriores factores, hay que añadir el aumento de la competitividad internacional de las empresas españolas, cuyo mérito corresponde a nuestros empresarios.
Después de la pandemia, las familias europeas decidieron destinar más dinero al ocio y menos a la adquisición de bienes duraderos, al aumentar la valoración de las experiencias proporcionadas por el primero y disminuir la de la utilidad generada por los segundos. En 2022, cuando aumentó notablemente la inflación, una parte de los hogares prefirió reducir su gasto en alimentos en lugar de su dispendio en actividades lúdicas. Las más perjudicadas fueron las compañías con marcas líderes, pues fueron parcialmente sustituidas por las blancas.
El cambio de preferencias de los consumidores benefició especialmente al turismo y a las actividades relacionadas con él. Los países más favorecidos fueron aquellos cuyo PIB dependía en mayor medida del ocio, tal y como demuestra la lista de naciones con mejor rendimiento económico en 2023. Los cinco primeros puestos correspondieron a Malta, Croacia, España, Chipre y Portugal, todas ellas naciones del sur de Europa con un magnífico clima.
En nuestro país, el pasado ejercicio el turismo consiguió dos récords: número de turistas extranjeros recibidos (85,1 millones) y gasto efectuado por ellos (108.662 millones). La primera variable aumentó el 18,7% y la segunda, el 24,7%. No obstante, la mejor noticia proporcionada por dicha actividad es la continuidad en el actual ejercicio de los niveles de crecimiento observados en el anterior. En el primer trimestre de 2024, los visitantes foráneos aumentaron el 17,7% y su gasto lo hizo el 27,2%.
En el bienio 2022-23, la población extranjera residente en España creció en 985.954 personas. Un incremento notablemente superior al de cualquier otro período equivalente de la última década e incluso más elevado que el observado entre el 1 de enero de 2006 y el 31 de diciembre de 2007 (789.000). Un aumento que ha tenido un papel esencial en la generación de 749.200 empleos durante el pasado año, siendo este el tercer ejercicio con más creación de ocupación de las últimas cinco décadas.
A pesar de que el 31 de diciembre de 2023 solo el 18,1% de la población residente en España había nacido en el extranjero, en dicho año el empleo absorbido por los foráneos (313.900) superó al obtenido por los españoles con una única nacionalidad (307.800). En el pasado ejercicio, la tasa de crecimiento de la ocupación de los primeros (11,2%) multiplicó por más de seis la de los segundos (1,8%). Un resultado que demuestra una empleabilidad muy diferente de unos y otros.
La mayor ocupabilidad de los foráneos es consecuencia de la necesidad de encontrar rápidamente un trabajo, aunque el logrado no les guste y no esté relacionado con su formación. Por eso, no es extraño encontrar a abogados extranjeros haciendo de carpinteros o a psicólogas cuidando ancianos en sus casas.
Los españoles no poseen la misma perentoria necesidad de encontrar una ocupación que los extranjeros. En primer lugar, por el mayor respaldo económico de su familia, pues esta generalmente dispone de una mayor renta y riqueza que la de los inmigrantes. En segundo, porque trabajan casi todos en la economía oficial y, si están desempleados, tienen derecho a la percepción de la prestación por desempleo. En tercero, debido a que no se conforman con cualquier empleo, sino con el deseado o uno próximo a él.
Entre 2008 y 2013, una gran crisis en nuestro país obligó a numerosas empresas españolas productoras de mercaderías a buscar una mayor presencia en el extranjero. De forma paulatina, consiguieron elevar su competitividad, incrementar su penetración en mercados sustancialmente diferentes al nuestro y aumentar anualmente de forma frecuente sus exportaciones por encima de la media mundial.
En 2023, lastradas por el crecimiento anémico de la zona euro, las anteriores compañías consiguieron exportar mercaderías por valor de 391.540 millones. Constituía la segunda mayor cifra de la historia y suponía solo un descenso del 0,9% respecto al récord histórico obtenido en 2022. Además, era una disminución inferior a la observada en el comercio mundial (1,2%). Unos datos que ayudaron a convertir el viento en contra que soplaba en la mayor parte del resto de Europa en una brisa muy soportable en España.
En definitiva, el pasado año la economía española fue mejor de lo previsto y en el actual su crecimiento económico será mayor que en el anterior. Una sorprendente evolución, especialmente en los últimos trimestres, cuando la disminución del crédito y su encarecimiento ya afectaba notoriamente a las familias y empresas.
La bonanza económica relativa no es engañosa, tal y como sucedió entre 2004 y 2007. No tiene su origen ni en un gran gasto público generador de un elevado déficit presupuestario ni en un elevado incremento del endeudamiento exterior. En gran medida, está basada en el efecto suerte (cambio de las preferencias de gasto de las familias europeas), la llegada de un elevado número de inmigrantes y el aumento de la competitividad internacional de nuestras empresas.
El Gobierno también ha contribuido al anterior logro, pero no lo ha hecho con un nuevo modelo económico, sino con un programa de mejora de las condiciones laborales, salariales y de distribución de la riqueza. A pesar de ello, España no va como una moto, tal y como ha indicado el presidente del Gobierno, sino como un automóvil a velocidad de crucero. Un vehículo que esquiva casi cualquier bache que hay en la carretera y en 2023 había varios socavones de gran profundidad.
No obstante, en los próximos años nuestro país podría convertirse en un fórmula 1. Para lograrlo, necesitaría continuar bendecido por la fortuna y adjudicar a las principales actividades económicas del próximo futuro la mayor parte de los fondos Next Generation. Una posibilidad que descarto completamente, debido a quién establece los criterios de acceso a ellos (los políticos), al efecto perverso que genera la inmensa burocracia que comporta su solicitud y la decepcionante utilidad que tendrá la mayor parte del capital adjudicado hasta la fecha.