Europa se encuentra en una encrucijada, la falta de expectativas y la incertidumbre sobre su futuro alimenta el voto de la extrema derecha. El miedo a los otros, la sensación de inseguridad y desamparo, el incremento de la desigualdad social y la inmigración… todo ello tiende a generar una fuerte corriente de euroescepticismo y fortalecimiento de corrientes autoritarias e 'iliberales'. A lo anterior habría que sumar los efectos de una globalización liderada por China que está afectando al empleo y las condiciones de vida de los trabajadores europeos. El miedo a las transformaciones aceleradas y a los cambios no controlables, son el caldo de cultivo para una extrema derecha que, sin duda, aumentará su presencia el 9J.

El acercamiento de la democracia cristiana a grupos de extrema derecha, como los Conservadores y Reformistas europeos de Giorgia Meloni, supone la ruptura del consenso demócrata cristiano-social demócrata, que construyó un proyecto común que supuso para Europa, años de paz, progreso y democracia. Con respecto a la política española, este acercamiento del PP hacia la extrema derecha permite a Pedro Sánchez ocupar el centro político y presentarse como garante del consenso que permitió la construcción europea.

Tenemos una UE diseñada para 'el mundo de ayer', necesitamos un nuevo Parlamento Europeo capaz de dar respuesta a los nuevos retos medioambientales, energéticos, tecnológicos, industriales…. que afectan directamente a su futuro.

Será necesario desarrollar el Pacto Verde europeo para evitar la doble dependencia energética, por una parte, de los combustibles fósiles (70% de nuestras necesidades energéticas), y por otra, del exterior (60% de nuestra energía es importada). Nuestra competitividad económica depende de unas materias primas energéticas sobre cuyos precios no tenemos ningún control.

Europa deberá apostar por un nuevo orden energético que reduzca su fuerte dependencia energética, para ello deberá diversificar sus fuentes y vectores de abastecimiento. Hoy en día, el porcentaje de energías renovables en el mix energético europeo se acerca al 22%, y el objetivo del 42.5% para 2030 sigue siendo posible, aunque las próximas etapas serán mucho más difíciles de aplicar, ya que implicarán la descarbonización de los sectores más intensivos en energía y los que requieren más inversiones: el transporte y la industria pesada en particular. Para ello, sería necesaria utilización creciente del hidrógeno como vector complementario. Las nuevas redes paneuropeas de distribución del H2 exigirán una lógica de gestión centralizada que supere las lógicas de las soberanías nacionales. La energía, igual que la CECA (carbón), en su día podría ser un instrumento de potenciación de la integración Europa

Desde hace años, Europa arrastra un grave problema de carencia de un desarrollo tecnológico autosuficiente. Los países europeos importan muchos bienes y servicios digitales de Estados Unidos y China, y eso les pone en una situación de dependencia que amenaza su autonomía y soberanía, más si cabe en un contexto de fuertes disputas comerciales. Para contrarrestarlo serían necesarias iniciativas europeas que apuesten por sumar fuerzas e invertir más en el desarrollo de tecnologías estratégicas, activando un mercado único digital capaz de competir a nivel mundial.

Llama la atención que un sector como el de los semiconductores, que tiene un alto valor estratégico en la economía mundial, no haya ninguna empresa europea entre las diez empresas más importantes de este sector. Lo mismo sucede con el almacenamiento de datos en la nube donde los principales proveedores son estadounidenses. Entregar el control del big data europeo a empresas extranjeras supone una grave amenaza para la soberanía de la UE. Por último, el despliegue de la red 5G también ha puesto en evidencia la falta de competitividad del sector tecnológico europeo, la china Huawei domina el mercado europeo.

Europa necesita apostar por una estrategia industrial compartida que sea un factor de crecimiento económico sostenible, pilar del estado del bienestar y de creación de empleo de calidad. Una industria competitiva y, por lo tanto, digitalizada que se inscriba en las coordenadas de la transición ecológica, solidaria con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas y que apueste, de forma inequívoca, por el capital humano y un nuevo modelo social basado en el ejercicio de las libertades y los derechos sociales. En la actualidad la UE representa el 52% del gasto social y solo es el 20% del PIB mundial.

Sin recurrir al proteccionismo quizás sería necesario analizar la conveniencia de algunas medidas como la Inflaction Reduction Act de EE. UU que pretende desarrollar algunas medidas para defenderse de la competencia desleal en la globalización liderada por China.

La falta de liderazgo político europeo es una realidad contrastada, sería pues necesaria desarrollar una autonomía estratégica que nos libere tanto de la subordinación a los intereses estadounidenses como a las amenazas hegemónicas procedentes de China. Llama la atención la llamada 'nueva Ruta de la seda', el gran proyecto estratégico del gigante asiático que planea grandes inversiones en los puertos italianos, especialmente en el de Trieste, en el Adriático, puerta de entrada a los Balcanes y Centroeuropa desde el Mediterráneo. Europa deberá dotarse de objetivos estratégicos compartidos, entre otros la implementación de una política de defensa común, que la guerra de Ucrania hace más necesaria que nunca.

Como ha dicho el presidente francés Macron, parafraseando al poeta Paul Valéry: "Nuestra Europa es mortal, puede morir y esto dependerá de nuestras decisiones".