Espero que podamos llegar a las europeas sin que nos envíen más cartas. Ya solo nos escriben los políticos. Las largas misivas a la ciudadanía recientemente escritas por Pedro Sánchez, Oriol Junqueras o Ada Colau rebosan de expresiones repetitivas, solecismos (errores sintácticos) y mala puntuación. Son parte de los fuegos artificiales pre-electorales. Luego, al minuto, los asesores y militantes resumen el contenido en “tuits”, “whats” o vídeos en las redes. A veces llegan cartas, pero no son para informar a la ciudadanía, son para que les demos su voto.
Llevo años sin recibir una carta de verdad, en sobre y con el sello de un país lejano. Aún tengo tres amiguetes que se molestan en felicitarme las Navidades con una postal escrita de su puño y letra. De esas que antes se ponían, y yo sigo poniendo, en el aparador o en la librería. Mis hijos exigen que las saque, que es una cursilada, entonces las guardo en los cajones de mi mesita de noche. Qué se le va a hacer, añoro el papel. Y me gustaría que mi hijo, que reside y trabaja en Brasil, escribiera más de tres líneas en sus correos (mails) o me explicara cómo le va la vida en sus lacónicos “whatsapps”. Es periodista, por el amor de Dios; pero ya ni los plumillas escriben a sus madres.
Las cartas, pese a los políticos y los bancos, mantienen un halo de respetabilidad. Hay que pararse un rato para redactarlas, aunque sea en el ordenador. Sobrevivieron hasta finales del pasado siglo XX, que fue el de mi juventud y el de las vidas de mis padres y abuelos, pero ahora son reliquias de un tiempo pasado. No sé ustedes, pero yo conservo las cartas que mi padre escribió a mi madre antes de casarse; amarillearon atadas con cordel en un viejo escritorio. Ahí siguen, ahora en mi casa.
Hay intercambios epistolares que acaban convirtiéndose en grandes obras literarias. Mi preferido es Cartas a un joven poeta, del austríaco Rainer Maria Rilke. No hay en las misivas del gran poeta austríaco pedantería ni soberbia. Sus consejos sobre la vida, la muerte, la poesía y el arte llegan suavemente, sin frases grandilocuentes.
Los políticos, además de leer a Rilke, deberían estudiar las epístolas que Marco Tulio Cicerón escribió sobre Roma y sus mandatarios. Fueron 888. Muchas fueron enviadas a Ático, amigo de estudios y residente en Atenas. Además de hablar de temas culturales o personales, el abogado, escritor, senador y filósofo se explaya sobre el fin de la Roma republicana. Su análisis retrata los excesos, también los abusos y mediocridad que sufría la política. Sin embargo, la mejor reflexión sobre la valía personal fue resumida por el griego Platón: “Cuando queremos un armario acudimos al carpintero, pero cuando buscamos un político podemos elegir a cualquiera”. En Roma, sin embargo, para convertirse en senador, debías ser un orador impecable, además de contar con experiencia probada en distintas materias. Sin méritos no eras escogido.
La epístola de Pedro Sánchez se centraba en los graves ataques recibidos por él y por su esposa que le habían llevado a abrir un periodo de reflexión. Es comprensible y hay que recordar que Begoña Gómez no ha sido imputada de delito alguno. Lo hacía, explicaba el presidente, por amor y para recuperar la calma. Difícil conseguirla en cinco días. El presidente daba las gracias a los ciudadanos y pedía que nos tomáramos “un poco de tiempo para leer estas líneas”. Las suyas. Yo lo hice. Demasiado texto (cuatro páginas) para tan poco tiempo de dudas. Al acabar la lectura, pensé que las dimisiones no se anuncian, se comunican. No dimitió.
Las buenas cartas son las que hablan de la vida, del mundo, del país que te rodea, no las que repiten frases hablando de uno mismo o quejándose del adversario. Esas aburren y van directamente a la papelera o al spam.
Siguiendo la moda epistolar, Oriol Junqueras también le escribió a la ciudadanía tras la debacle de su partido. Empezaba bien, de forma humilde, diciendo que ERC había perdido claramente. Sin embargo, en la página siguiente ya emplea la agotadora retórica del soberanismo: “El pueblo de Cataluña ha hablado”, dice. Se extiende, como siempre, sobre la represión y convierte a Madrid en culpable de casi todo.
La mejor carta reciente fue la de Ada Colau a Pedro Sánchez, pidiéndole que Europa califique a Israel de “genocida”. Inmediatamente, se publicó en redes. Al menos, venía de fuera, de Estambul. La exalcaldesa, que no parece tener suficiente con el trabajo de edil de Barcelona, se disponía a embarcar hacia Gaza en un barco de ayuda humanitaria lleno de activistas. Podía haber enviado una postal. Para una excursión es lo suyo.