El procés ha muerto. Las elecciones del 12-M han puesto punto y final a un festival de veleidades que contagió a una buena parte de la población que dio apoyo y cobertura a las fantasías y ocurrencias de sus líderes. Después de 12 años el procesismo está muerto y enterrado, pero sus líderes no se enteran.
No se quieren enterar porque si lo hicieran deberían irse. Uno en especial: Carles Puigdemont. Que el procés no existe tras la victoria de Salvador Illa es una evidencia. Pero, no se equivoquen, el independentismo sigue existiendo. En estas elecciones, los independentistas han logrado 1.348.183, un penoso resultado, lejos de los obtenidos en 2017 o 2021.
Junts ha obtenido tres diputados más pero esta subida no absorbe ni de largo la pérdida de ERC. En las grandes ciudades los republicanos han perdido el 6,6% del voto y los junteros solo se han hecho con el 1,4%. El freno de Junts ante el voto urbano ha bloqueado su crecimiento, y lo sucedido en los pueblos sigue en la misma tónica. Los republicanos han perdido el 9,8% en las pequeñas poblaciones y Junts solo recupera un 4%. Y ambos partidos se sitúan por debajo del 50% del voto en los municipios de menos de 10.000 habitantes, lo que no sucedía desde 1980.
Un gran porcentaje de voto independentista ha mostrado su hartazgo ante las promesas incumplidas y ni siquiera el mesianismo de Puigdemont les ha convencido. El procés es un proyecto fallido y el independentismo si quiere recuperar posiciones debe repensar su futuro. Y ese futuro implica pasar página de sus líderes, enviarlos a “la papelera de la historia”.
Este futuro se debe repensar porque hay masa crítica, pero esta masa crítica ya no quiere ejercer de borregos en las manifestaciones, ni quedarse con la boca abierta ante declaraciones grandilocuentes y quiere eficacia en el Govern. Si el procés ha muerto, los líderes del procés deberían ejercer de políticos y dar paso a nuevos liderazgos. En Esquerra sí parecen haberse dado cuenta. Pere Aragonés y Marta Rovira se van y Oriol Junqueras, de momento, da un paso al lado. Deja la presidencia de ERC aunque no descarta volver en el congreso. Por el bien del independentismo no debería hacerlo, pero es reacio a irse y aspira a reconquistar su partido.
Quiere poner a los suyos al frente del naufragio y, con la amnistía aprobada, ejercer el liderazgo electoral. Ni se plantea abrir el camino a un nuevo liderazgo, a nuevas formas de hacer. Puigdemont sigue a lo suyo, ejerciendo de mesías trilero diciendo que se presentará a la investidura para no irse a casa, y para levantar la bandera de la pureza independentista no para llegar a la Generalitat sino para utilizarlo como acicate contra ERC en las europeas.
Si no se avienen a ser sumisos al líder serán acusados de botiflers. Y esto da votos. Por eso, Puigdemont se apropió esta semana de los votos de Alianza Catalana a los que acusó de robárselos. Ahora en las europeas espera recuperarlos. Creo que será vana esta espera. Puigdemont exprimirá sus malos resultados hasta la extenuación mientras entre los suyos reina el estupor aunque nadie se atreve a llevarle la contraria, y tampoco hay un banquillo que pueda asumir un liderazgo.
Puigdemont se considera bendecido de la mano de dios y seguirá. No se irá. Al menos Junqueras obligado o no, se lo piensa. Valora dar un paso atrás. Mientras, Junqueras y Puigdemont afrontarán las europeas a la espera de una nueva derrota. ERC presentando a unos candidatos sin sustancia política y Junts encabezada por un tránsfuga vividor como Toni Comín que en su vida ha pasado por cuatro partidos e intentó acercarse a un quinto que le cerró la puerta en las narices, y sin dar un palo al agua.
El sueño húmedo de Puigdemont es volver a provocar elecciones porque su invocación a una mayoría independentista es un cuento chino, un sopar de duro. ERC no se lo permitirá. No lo hará president porque esa es la garantía para que se vaya y ya insinúa que no cerrará las puertas a la investidura de Illa. Las europeas será el último duelo de dos perdedores, ya no será un duelo de titanes.
Estamos viviendo los últimos estertores de unos líderes que ya no piensan en el país nunca lo hicieron- porque solo piensan en ellos mismos. El independentismo seguirá dando pasos atrás como ha sucedido en Quebec o Escocia. Allí pasó lo mismo, los líderes del fracaso se aferraron a su sillón. Hoy los referentes de los indepes son un penoso retrato de lo que fueron. Aquí, pasará lo mismo. Para un no independentista no es una mala noticia, ya les digo, gracias a un Puigdemont que no se entera que el procés ha muerto.