Se hace muy difícil añadir nada a todo lo que se ha dicho acerca de unas elecciones que, por fin, han llegado. Pero también resulta extraño escribir unas líneas obviando lo señalado del día. En cualquier caso, como en unas horas conoceremos la decisión de los ciudadanos, pensaba que podía alejarme de la desabrida inmediatez y dedicar estas líneas a recomendar a mis amables lectores alguna película con que disfrutar del día, antes de iniciarse el escrutinio. Así, pensaba en sugerir Una jornada particular de los geniales Sofía Loren y Marcello Mastroiani. Sin salir del rellano de un edificio, una aproximación inmejorable al atractivo del totalitarismo para la condición humana en determinadas circunstancias.
Sin embargo, mientras pensaba cómo desarrollar el porqué de mi agrado por la película, leí un reportaje sobre Jorge Sepúlveda que me fascinó. Supongo que desconocido para la mayoría de lectores, el personaje destacó como cantante de boleros y pasodobles en los años 40, 50 y 60, con sus conocidas “Tres veces guapa”, “Limosna de amor” o, especialmente, “Mirando el mar”. Junto con Antonio Machín, propiciaron destellos de alegría y ternura durante los años más oscuros del franquismo; seguramente por ello se les suponía adeptos al régimen de la misma manera que aquellos ciclistas o boxeadores, desde Federico Martin Bahamontes a Pepe Legrá, que despertaron la admiración del mundo entero, según nos informaba el No-Do.
Lo deslumbrante de la biografía de Jorge Sepúlveda no viene de la estéril melancolía que siempre me despierta escucharle; sus canciones como paradigma de momentos de felicidad familiar compartida cuando niño, en que incluso mis ya ancianos abuelos se lanzaban a un pasodoble. Lo admirable es imaginar cómo procesó el horror de la guerra civil y, especialmente, cómo decidió ser enterrado.
Sargento del Ejército republicano, librado milagrosamente de una ejecución sumaria e interno durante dos años en un campo de concentración, acarreó heridas de guerra en su mano, tres dedos inutilizados, con lo que sujetaba el micrófono para disimular su minusvalía. Pero, lo más fascinante es cómo deseó su funeral: en la más estricta intimidad y reposando en la fosa común número 7 del cementerio de Palma de Mallorca, junto con los restos de sus compañeros republicanos fusilados.
Como estos días también ando mirando el asistir a la representación de la Verbena de la Paloma en el Teatro de la Zarzuela, me viene a la memoria la expresión de Susana, una de sus protagonistas, al referirse a su novio: “Un sujeto que tiene vergüenza, pundonor y lo que hay que tener”. Así debió ser Jorge Sepúlveda, a quien agradecer su legado: aún en los tiempos más miserables y donde uno menos espera, siempre hay espacio para la decencia. Les animo a escucharle a la espera de los resultados.