El 16 de noviembre del 2020, el BBVA acordó la venta de su filial de EEUU a PNC Financial Services por valor de 9.700 millones de euros. El desembolso fue efectuado en efectivo y la plusvalía obtenida ascendió a 570 millones. Una cuantía que parece elevada, pero no lo es, si analizamos la rentabilidad lograda por el vendedor. Después de 13 años, la anterior variable se situó en el 6,1%, pues el gran desembarco del banco vasco en Norteamérica tuvo lugar en 2007. En términos anuales, se quedó en un pírrico 0,5%.
La escasa rentabilidad obtenida no fue culpa de una venta barata, sino de una compra cara. Indudablemente, también del momento en que se hicieron una y otra. En 2020, PNC Financial Services pagó bastante más de lo esperado y aconsejado por los analistas, pues los últimos valoraban escasamente el negocio bancario. Una gran recesión, un tipo de interés nulo de la Reserva Federal y una elevada incertidumbre económica penalizaban notablemente el valor de mercado de las entidades financieras.
En cambio, el 16 de febrero de 2007, el BBVA desembolsó por Compass bastante más de lo aconsejable, pues en dicho momento los bancos parecían la reencarnación del rey Midas. Una consideración derivada de la existencia en nuestro país de una burbuja financiera e inmobiliaria que llevó a las entidades financieras a alcanzar beneficios y cotizaciones récord.
En el ejercicio de 2020, la venta de la filial norteamericana tenía ventajas e inconvenientes para el BBVA. En primer lugar, mejoraba significativamente su solvencia. En segundo, le ofrecía la posibilidad de retribuir en mayor medida al accionista. A corto plazo, mediante el aumento del dividendo o la recompra de acciones y, a medio, a través de la adquisición de una entidad financiera.
En tercero, acentuaba la dependencia de sus ganancias de los países en vías de desarrollo en los que operaba. En 2020, sus beneficios provinieron esencialmente de México (45%), España (15%), Turquía (14%), América del Sur (11%) y EEUU (11%). Por tanto, el BBVA corría el peligro de ser considerado por los analistas como un banco de un país emergente.
Indudablemente, la última característica perjudicaba su recorrido bursátil, pues las entidades financieras de las anteriores naciones suelen cotizar a un menor múltiplo sobre beneficios que las de los países desarrollados. Para evitar la anterior penalización y con la finalidad de acordar su adquisición, la cúpula directiva del BBVA había iniciado en los meses anteriores conversaciones con la del Banco de Sabadell.
La entidad catalana pasaba por un mal momento. Una situación notablemente peor que la de cualquier otro de los grandes bancos españoles. En 2020, solo ganó dos millones, debido a una deficiente coyuntura financiera, los costes derivados del despido de varios miles de trabajadores y las pérdidas generadas por TSB (220 millones), su filial británica. Indudablemente, un resultado ínfimo respecto a los 1.305 millones logrados por el BBVA.
El 16 de noviembre de 2020, las negociaciones entre los ejecutivos de ambas entidades se hicieron públicas. No obstante, en seguida finalizaron, pues el 27 del mismo mes se certificó el fracaso de la operación. Los motivos de la discrepancia fueron esencialmente dos: el precio de adquisición del Banco de Sabadell y el escaso entendimiento entre ambas cúpulas.
La dirección del BBVA estaba convencida de la desesperación de sus homólogos de la entidad catalana, en dicho momento o más adelante, y su disposición a vender el banco con una escasa prima sobre su cotización en Bolsa. Una creencia basada en los deficientes resultados obtenidos, una reducida capitalización bursátil (no llegaba a 2.300 millones) y la elevada incertidumbre económica existente.
Por los motivos anteriores, la cúpula del banco vasco decidió hacer el tacaño y actuar de manera prepotente. Estaba convencida que, si no lo compraban ahora, lo harían en un próximo futuro a precio de ganga, pues creían firmemente que el Banco de Sabadell no remontaría el vuelo. Por tanto, después de unos meses o a lo sumo un par de años, los directivos de la entidad catalana serían los que suplicarían a los del BBVA que adquirieran la empresa.
Sus ejecutivos cometieron tres grandes errores. En primer lugar, ofrecer una prima de poco más de 200 millones, pues valoraron el banco catalán en 2.500 millones. En segundo, comprar la entidad mediante un canje accionarial (9 acciones del Banco de Sabadell por 1 del BBVA), en lugar de en efectivo. Una manera de adquirirlo perfectamente a su alcance, pues la entidad vasca disponía de un excedente de capital de 8.500 millones.
En tercero, no ofrecer a Josep Oliu una magnífica salida, a una parte de los directivos del Banco Sabadell la esperanza de conservar su puesto de trabajo y, a los que lo perdieran, una generosa indemnización. En la negociación, la química entre ambas cúpulas fue inexistente. Además, nadie que haya tenido una exitosa carrera profesional se conforma, por muy apurado que esté, con acabarla con un crespón. Evidentemente, el presidente de la entidad catalana no constituyó una excepción de la regla.
A pesar de lo anteriormente indicado, los directivos del Banco del Sabadell no pidieron lo imposible. Solo una salida digna para ellos y que la venta fuera un buen negocio para sus accionistas. Aceptaron el pago en acciones y solicitaron al BBVA que aumentara la prima de adquisición desde un poco más de 200 a algo más de 700 millones, pues valoraban la entidad catalana en 3.000 millones. Una diferencia de 500 millones que únicamente representaba el 2,2% de la capitalización bursátil del banco vasco.
La diferencia entre lo pedido y lo ofrecido podía ser advertida de dos distintas maneras por la cúpula del BBVA. Por un lado, como una prima excesiva, pues suponía valorar al Banco de Sabadell en alrededor de un 30% más de lo que lo hacía el mercado. Un nivel observado en numerosas ofertas de adquisición de compañías rivales.
Por el otro, como un magnífico negocio a medio y largo plazo, si sus directivos eran capaces de mejorar la gestión realizada hasta el momento por la cúpula del banco catalán, en pocos años la economía española recuperaba por completo el PIB perdido en 2020 (un 11,2%) y los tipos de interés volvían a situarse en un nivel normal.
La primera alternativa es la que observaron los directivos del BBVA. No obstante, el paso del tiempo ha demostrado que se equivocaron, pues tres años y medio después han ofrecido a sus homólogos del Banco de Sabadell una prima del 30%, exactamente la solicitada en noviembre de 2020 por ellos. El 29 de abril de 2024, ya no valoraban al banco catalán en 2.500 millones, sino en aproximadamente 11.000 millones.
Sin embargo, la situación actual de la entidad catalana es muy diferente a la de la anterior ocasión. El Banco de Sabadell tiene un magnífico proyecto empresarial, un gran nicho de mercado en el negocio de pymes y una filial en el Reino Unido que ha pasado de ser el patito feo del grupo a constituir una gran esperanza. En 2020, TSB ganó 205 millones.
Las anteriores virtudes han sido reconocidas por los inversores. Por dicho motivo, entre el 27 de noviembre de 2020 y el 8 de mayo de 2024, la cotización bursátil de la empresa ha aumentado un 417,7%. Por tanto, para aceptar la oferta de compra del BBVA, la cúpula de la entidad vasca debería tirar la casa por la ventana y hacer una oferta irrechazable para sus accionistas, especialmente para los grandes fondos.
No obstante, los directivos del banco vasco no lo han visto así y han vuelto a cometer los mismos errores del pasado al intentar hace pocos días adquirir al Banco de Sabadell. En primer lugar, las negociaciones previas con su cúpula han sido escasas o inexistentes. En segundo, la oferta de una prima del 30% sobre su cotización bursátil es ahora insuficiente, pues las expectativas del banco catalán son mucho mejores que las de hace tres años y medio.
En tercero, el plus ofrecido ha sido recortado por el mercado, al disminuir en los días siguientes a la publicación de la oferta el precio de las acciones del BBVA y aumentar el de los títulos de la entidad catalana. Al igual que en la anterior ocasión, el banco vasco no pretendía desembolsar ni un euro en efectivo por las acciones de la empresa rival. Por tanto, los directivos del BBVA han ofrecido magníficos argumentos al consejo de administración del Banco de Sabadell para que rechace la oferta. Y es lo que este ha hecho.
En definitiva, es muy difícil de entender cómo en tres años y medio la cúpula del BBVA ha cometido dos veces los mismos groseros errores. Si se confirma el fracaso de la operación, las figuras de Carlos Torres (presidente) y Onur Genç (CEO) quedarán muy tocadas. Dos ejecutivos que deberían ser muy brillantes, si medimos su calidad por la remuneración obtenida por ambos. En 2023, percibieron 7,6 y 6,9 millones, respectivamente. Hasta el momento, no lo han sido.
Para cambiar la percepción sobre su gestión y dejar de ofrecer la sensación de que no saben qué hacer con el capital que les sobra, la cúpula del BBVA debería cerrar pronto la adquisición de otro banco. Tal y como hacen la mayoría de las compañías con exceso de liquidez, habrían de tener al menos dos opciones más de compra. Por tanto, ir rápidamente a por las otras alternativas, ante el fiasco de la primera.
La entidad pretendida puede ser un banco nacional (por ejemplo, Unicaja) o de algún otro país de la zona euro. No obstante, en las negociaciones con él, sus directivos no pueden permitirse volver a hacer el tacaño ni menospreciar a los ejecutivos de la empresa deseada. A pesar de ello, no descarto que el BBVA mejore un poco la oferta y haga un tercer intento de adquisición del Banco de Sabadell. Si así ocurre, me temo que la entidad vasca no tropezará dos veces en la misma piedra, sino que lo hará en tres.
*Este artículo está escrito el miércoles 8 de mayo, un día antes del OPA hostil del BBVA sobre el Banco de Sabadell