La elección de los ministros que deben llevar las riendas de las distintas carteras es clave para que la legislatura, o parte de ella, transcurra con resultados y con cierta tranquilidad. Pero el acierto en la decisión no siempre se consigue. En ocasiones se apuesta por personajes con poso, con capacidad, otras por funcionarios eficientes, y en determinados momentos se le ha otorgado la responsabilidad a algún incapaz. Es ley de vida. De todos modos, lo más grave es cuando el personaje elegido entra en la categoría de pirómano.
Ese es el caso del titular de Cultura, Ernest Urtasun. El joven político de Sumar ha querido dejar impronta en su paso por el Gobierno amputando del acervo de la cultura todo lo relacionado con el mundo de la tauromaquia. Su decisión de eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia aduciendo que España ha cambiado y que ya no acepta el maltrato animal ha sido un gesto desafortunado. Quizá lo colocaron ahí para eso, para calentar los tendidos, pero es impropio de un ministro de Cultura que ataque frontalmente una de las actividades culturales con mayor arraigo en España. ¿En qué se basa para pensar que la mayoría de los españoles ya no está a favor de los espectáculos taurinos?
Sin duda tiene muchos detractores, incluso crecientes en los últimos años, pero de ahí a creer que la mayoría piensa otra cosa y por ello se corta por lo sano no parece ni una práctica democrática, ni un elemento de cordura por su parte.
Es evidente que un ministro no tiene por qué comulgar con todas las áreas que competen a su departamento. Pero es recomendable exhibir un cierto decoro. Aunque al titular de Cultura no le parezca cultural la tauromaquia estaría bien que tuviera respeto por los millones de españoles que si lo consideran. Y por lo que debieron pensar Goya y Picasso, por poner dos ejemplos, cuando consagraron el arte taurino en sus cuadros. O en las decenas de escritores que glosaron pasajes y referencias de la tauromaquia en sus libros.
Eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia por el capricho exclusivo de un político atenta a las normas democráticas más profundas y entrelaza la decisión con prácticas autócratas. ¿Se imaginan que en lugar de eliminar ese premio el ministro de turno hubiera decidido quitar los cuadros de Velázquez en el Museo del Prado porque no sintonizaba con el genio sevillano? ¿O que el titular de la cartera de Trabajo quisiera disminuir la representatividad de la CEOE porque no es partidario de la patronal? ¿O que el ministro del Interior quisiera coartar la función de la Guardia Civil porque no le obedecen como le gustaría?
El Gobierno tiene muchos e importantes frentes abiertos como para tener ocurrencias que no mejoran en nada al país. Quizá meterse con el mundo taurino puede parecer muy de izquierdas para contentar a una parroquia que de aplaudir esa práctica estaría cometiendo un grave error. El toro es cultura española, vote lo que vote su gente y no por eso debe ser mancillado. El tabaco mata a millones de españoles y el Gobierno sigue ingresando suculentos ingresos en clave de impuestos. ¿No es eso más grave? El presidente del Gobierno, que ya tuvo que afearle la conducta al ministro comunista que se cargó el consumo de carne, quizá debería terciar en el asunto. Seguro que está muy ocupado pero los tics dictatoriales de sus ministros hay que combatirlos desde el primer minuto.