La oferta de BBVA para fusionarse con el Sabadell ha caído como una bomba en el mundillo financiero. La operación es en realidad una absorción en toda regla, pues el tamaño del banco vasco multiplica por seis el del vallesano. BBVA no promete dinero contante y sonante, sino un mero intercambio de acciones.
Es la segunda ocasión que lo intenta en menos de cuatro años. En 2020 las negociaciones fracasaron por una simple razón crematística. El canje ofrecido por el BBVA distó de colmar las aspiraciones de los gestores del Sabadell.
No parece que éstos anduvieran muy equivocados cuando rechazaron de plano la propuesta. Desde entonces su capitalización ha subido como un cohete y se ha quintuplicado, mientras que el valor del BBVA "solo" se ha doblado.
Las consecuencias de la integración revisten un enorme calado. La entidad resultante se erigiría en segunda del sistema por depósitos y por número de oficinas, tras Caixabank y antes del Santander.
BBVA asegura que, si la amalgama llega a perfeccionarse, mantendrá la marca del Sabadell en su zona de influencia. Tal aseveración no deja de ser un brindis al sol. Porque en todas las fusiones bancarias anteriores el emblema del absorbido se borró del mapa en un momento u otro y se sustituyó por el del absorbente. Solo hay que echar un vistazo a la multitud de instituciones que el BBVA ha engullido hasta ahora. De ellas no queda ni rastro.
La combinación de grandes compañías suele aflorar sinergias que a la larga rinden frutos sustanciosos. Pero de igual modo, es seguro que en el rabioso corto plazo generará fuertes costes redundantes. El primero de ellos atañe a la plantilla. La unificación implica doblar de golpe y porrazo el número de miembros que componen los cuadros de mando.
Adicionalmente, ocurre que muchas oficinas de las dos redes se encuentran situadas con harta frecuencia una justo al lado de otra o a corta distancia. En consecuencia, tanto la plantilla como las sucursales habrán de podarse de forma inmisericorde. En este tipo de procesos quienes suelen pagar la factura son los profesionales de la empresa de menor tamaño.
Por el momento Sabadell se mantiene en riguroso silencio y a la espera, aunque los cantos de sirena de BBVA semejan escasamente atractivos. Que los esponsales lleguen a buen puerto depende de un par de factores sustantivos. Uno es el precio propuesto a los más de 200.000 socios del Sabadell. El otro, no menos importante, el reparto de los sillones del consejo de administración. BBVA brinda tres puestos a los actuales mandarines del Sabadell, entre ellos una vicepresidencia, pero ninguno de carácter ejecutivo. Es decir, el terceto sería poca cosa más que vocales floreros.
El posible engarce es una pésima noticia para Cataluña. La centenaria corporación evacuó su sede social a Alicante en 2017, a raíz del golpe separatista de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Pero los servicios centrales y su estado mayor todavía siguen anclados en Sant Cugat. Si BBVA consigue hacerse con el preciado trofeo, más tarde o más temprano trasladará el centro de mando al cuartel general de Madrid.
Otra secuela no menor será la mengua de la competencia existente en el mercado del dinero. Es esta una circunstancia que se agravó a marchas forzadas a raíz de la pasada crisis financiera-inmobiliaria desatada a partir de 2008. Además, es un hecho palpable que desde entonces el servicio a la clientela ha experimentado un deplorable deterioro.
No es intempestivo recordar que BBVA ya se tragó seis cajas catalanas, de las diez existentes en esta comunidad. Absorbió Caixa Catalunya, que a su vez había incorporado las de Tarragona y Manresa. Y también se apropió de Unnim, formada por la suma de las cajas de Sabadell, de Terrassa y de Manlleu.
Capítulo aparte merece el triste papel desempeñado por el Govern. Los gerifaltes del BBVA no se tomaron la molestia de comunicarle la noticia del asalto al inefable president Pere Aragonès o a su consejera de Economía.
Simplemente pasaron de esos dos personajes de tercera fila, porque suponen que no pintan nada en este festival de altos vuelos ni van a desempeñar papel alguno en los que vengan después. La irrelevancia del ejecutivo catalán en el ámbito económico es más patética cada día que transcurre.