Hace unos días, conocimos la EPA del primer trimestre de 2024, en la que se explica que el número de ocupados disminuyó, situándose el desempleo en España en el 12,29% y la tasa de actividad, en el 58,6%. Unos datos que no son buenos a pesar de que el número de ocupados es de 21,2 millones, atendiendo que la tasa de desempleo en España es una de las mayores de la UE y seguirá siendo alta, según las previsiones del FMI.
Las razones se pueden explicar en que nuestro modelo económico sigue teniendo una enorme dependencia del sector turístico (estacionalidad), una baja productividad (mal crónico de nuestra economía), actividades de bajo valor añadido (poca inversión en innovación), elevado porcentaje de empresas pequeñas o microempresas y que, en muchos casos, sigue pendiente la trasformación digital de los procesos. Es importante señalar que no se pueden olvidar las trasformaciones impulsadas por la computación y las telecomunicaciones.
Con los datos anteriores llegamos a la festividad del 1 de mayo. Una conmemoración de la lucha obrera que tiene sus orígenes a inicios del siglo XIX, en paralelo con la Revolución Industrial, encaminada a conseguir la jornada de ocho horas. El camino para lograrlo no fue fácil. De hecho, en España no se logró la jornada de ocho horas hasta abril de 1919. Fue preciso mucha tenacidad y esfuerzo para hacer realidad lo que el británico Robert Owen había formulado como el reparto horario vital óptimo: “Ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso”.
Es en este escenario ancestral de lucha para lograr un trabajo de calidad, bien retribuido y estable, que permita la conciliación de la vida profesional y familiar, juntamente con la capacidad para progresar humanamente, en el que se encuadra un nuevo 1 de mayo, en el que no podemos olvidar las dificultades para acceder al trabajo de muchas personas, tal como se constata en el número de hogares en los cuales todos sus miembros en edad de trabajar están en paro (casi un millón), o que el 54,4% de la población está insatisfecha por su situación económica y el 42%, con su trabajo.
Un escenario de retroceso de ocupación que se produce simbióticamente con unos buenos resultados macroeconómicos de 2023 y unas perspectivas para 2024 superiores al promedio de la eurozona. Por ello, es imprescindible un análisis riguroso, considerando especialmente las transformaciones a las que nos están conduciendo la inteligencia artificial y la robótica, las cuales nos obligan a reflexionar sobre el futuro del trabajo, atendiendo que su irrupción conlleva la pérdida sistemática de puestos desarrollados por humanos en beneficio de máquinas más o menos inteligentes.
Una sustitución de humanos que, según especialistas en robótica e IA, puede rondar el 50% en el horizonte 2040-2050 dado que el relevo de humanos por robots materiales o por las IA (robots inmateriales) llegará a todas partes, ya sea a la industria, los hogares, la sanidad, los servicios, el transporte, la formación, etcétera. Una pérdida de puestos de trabajo realizados por los humanos que, si bien a corto y medio plazo irá acompañada de la creación de nuevos puestos de trabajo humanos más cualificados y más complejos, a largo plazo el trabajo humano, entendido como hasta ahora, mermará. Este es un aspecto difícil de cuestionar. Entonces todo será diferente.
Un futuro con poco trabajo humano requiere ser considerado sin demoras, ya que debería obligar a reducir progresivamente la jornada laboral aproximándonos al 50% de la actual, socializando los beneficios de la tecnología como ocurrió en el siglo XX, a una redistribución y generación de riqueza distinta a la que hasta ahora se ha aplicado. La fiscalidad debe ser diferente, considerando las aportaciones de los robots y, a la vez, habrá que articular un salario social para todos, velando por erradicar el crecimiento de las desigualdades en un entorno donde la gobernanza mundial se convertirá en insoslayable para vertebrar un mundo menos excluyente.
Cambios en el horizonte que no deben ser ignorados, porque nos dirigimos a un futuro donde más de la mitad de las tareas podrán ser efectuadas por sistemas automáticos dotados de inteligencia artificial. Por ello hay que ajustar el modelo productivo, potenciando el tejido industrial y prestando especial atención a las pymes, reforzando la dotación de talento, la innovación, el cooperar para competir, la conversión del avance técnico-científico en PIB, potenciar la educación, el emprendimiento, la adaptabilidad laboral y lograr la colaboración real entre el sector público y el privado.
Asumamos que avanzamos hacia nuevos entornos de trabajos, en los que es necesario ajustar la formación para aportar las nuevas actitudes y aptitudes que la emergente actividad productiva y social demandan. Una formación que prepare a las personas para tomar decisiones, para definir la mejor forma de cómo hacer el trabajo, para interiorizar los retos y oportunidades de la globalización, de los avances tecnológicos, de los nuevos modelos productivos en red y la telepresencia en cualquier lugar y momento. Personas con un buen equilibrio en el binomio actitud y aptitud.