El concepto de equidad surge en el fragor de los debates que la Revolución Industrial y la Revolución francesa generaron a lo largo de los siglos XVIII y XIX. La voluntad de ser justos, imparciales y equitativos con todas las personas es su objetivo. El lema de la Revolución francesa, “libertad, igualdad y fraternidad”, surge de ese espíritu; el libre pensamiento frente al absolutismo que imperaba en la mayoría de las sociedades europeas. Y no olvidemos que configura la filosofía de la constitución de los Estados Unidos. Es el alma que configura lo que hemos llamado las democracias liberales, las cuales, con todas sus tensiones sociales, revoluciones, guerras, etcétera han configurado unos principios de pacto social que hemos vivido hasta el inicio de este siglo XXI.
En este debate de búsqueda de la justica social, de la equidad, aparece también en los últimos años el vector de la tecnología. La humanidad siempre ha deseado y ha trabajado para mejorar su vida cotidiana (cosa que se puede entender como un buenismo filosófico). Los procesos de producción, la salud y la educación son ejemplos claros de estas mejoras y que los diferentes avances tecnológicos han ayudado a construir.
El ser humano ha estado en el centro de todos estos procesos, ha sido el inspirador y el ejecutor. En la actualidad, con el desarrollo de las capacidades de agregar datos que las tecnologías han ido acumulando, el ser humano está entre sorprendido, asustado, esperanzado y diría de alguna forma aterrado porque no sabe a dónde le puede llevar esto. Los volúmenes de datos y las capacidades para analizarlos nos han abierto muchos debates. El big data, el internet de las cosas, la nube, los territorios inteligentes (smart cities), el ChatGPT... y que ahora concluye bajo el epígrafe de la inteligencia artificial.
El universo que la llamada inteligencia artificial supone ha abierto en definitiva la caja de Pandora. La pregunta sobre la equidad y la inteligencia artificial habría que presuponer una justicia e imparcialidad en su funcionamiento y resultados. Esta es la ecuación donde surge una palabra clave, el algoritmo, conjunto de 0 y 1, que configuran toda la arquitectura de la nueva tecnología.
¿Qué diría Pitágoras sobre el uso de estos algoritmos y qué diría Sócrates sobre la bondad de los mismos? Este es el elemento clave, qué sesgos le damos, qué mirada queremos darle, discriminar o no, hay muchos factores a no olvidar, edad, sexo, religión, lengua, etnia, y muchos más que van apareciendo. El diseñador de los algoritmos no es neutro. En este proceso, vuelve a surgir un viejo debate, la ética. ¿Puede haber un humanismo tecnológico? ¿Podemos desarrollar aplicaciones con una mirada ética y responsables en la inteligencia artificial?
La inteligencia artificial ha venido para quedarse, como hace 300 años lo hicieron las máquinas de vapor. No planteemos la quema de los ordenadores como la solución a los retos que tenemos. Estamos viviendo cambios disruptivos, con muchos interrogantes encima de la mesa.
¿Pueden las máquinas controlarnos? Las películas de ciencia ficción ayudan en este relato.
El fin de la segunda guerra mundial cerró una etapa de destrucción y desolación y generó unos acuerdos entre los diferentes actores sociales y políticos. La Europa que construyó el relato de las democracias liberales está en la actualidad a la defensiva, tiene muchos y pequeños actores que aún compiten entre ellos frente a lógicas diferentes. El contrato social que se forjó, fruto de muchos esfuerzos, en relación con el capital y el trabajo está en cuestión. La equidad social entendida como un acuerdo entre partes puede verse eclipsada. Los conceptos de redistribución y de justicia social quedan relegados a otra lógica.
Tenemos dos grandes lógicas enfrentadas: la asiática (el confucionismo digital), con unas potencias en clara expansión y con una prioridad manifiesta que es el control social; la otra, que podríamos etiquetar de capitalismo del algoritmo (consumismo digital), con una fuerte matriz anglosajona (fruto del empirismo utilitarista). Estos dos mundos andan hoy en claro proceso de colisión. Ambas con grandes plataformas tecnológicas, acumulan nuestros datos, que la mayoría de las veces damos gratis y de forma adictiva. Estas plataformas ofrecen multitud de servicios que acabamos pagando (suscripciones) y además acabamos retroalimentando el sistema.
¿Tiene espacio el hombre, la ética, o hemos de renunciar a la defensa de los valores que han configurado nuestra historia, como mínimo desde los tiempos de la filosofía en Grecia? ¿Cómo podemos hacer que el ser humano y la ética prevalezcan a las máquinas y los datos? Las máquinas producirán más, pero ¿dónde está la solidaridad redistributiva?, ¿dónde queda la sanidad, la educación, las infraestructuras de movilidad, etcétera?
Hay una frase fácil que dice que los norteamericanos ponen la tecnología, Asia las fábricas y Europa las leyes. Bromas aparte, esta frase debe cambiar. Asia también tiene tecnología y Europa, si quiere ser actor (solo somos el 6% de la población), debe adaptarse a la nueva realidad, debemos tener campeones globales, players con vocación global. Las viejas fronteras de Europa son obsoletas. ¿Qué ofrece Europa? ¿Valores, ética, equidad? Lo que está claro es que se producen muchas leyes, normativa a transponer por los Estados miembros con un debate bastante inexistente por parte de la ciudadanía.
No olvidemos las normas, pero aprendamos a saber actuar en un mundo global en el marco de una ética de equidad. No tengamos miedo, hagamos mucha pedagogía y no olvidemos a los sectores potencialmente más débiles. Cuidado con la llamada brecha digital, especialmente con los colectivos vulnerables, la gente de la llamada generación analógica a los cuales el mundo de los algoritmos les suena raro.
La inteligencia artificial y la equidad no deben ser incompatibles. No caigamos en catastrofismos, ni alegrías de un falso mundo feliz. Hay muchos efectos colaterales que empezamos a intuir y descubrir. Estamos reconfigurando un nuevo orden mundial y la llamada inteligencia artificial será una pieza clave en este combate geoestratégico. Pero sin renunciar a nuestra historia, planteemos las preguntas que permitirán avanzar tecnológicamente, pero manteniendo los valores frente a las máquinas y prevalecer la humanidad frente a los “robots sin alma”.