Del éxito fulgurante a la caída espectacular, los dos extremos de la breve historia política de Podemos.
El manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político, presentado en enero de 2014, fue la declaración ideológica fundacional de un movimiento atractivo para la masa de descontentos que la crisis de 2008 tanto había indignado.
Inscrito como partido en marzo de 2014, en las elecciones europeas de junio sorprende con el resultado de 5 escaños; en octubre supera los 200.000 afiliados (sin cotizar). En noviembre, la entrevista a Pablo Iglesias en el programa Salvados alcanza los cinco millones de espectadores. En enero de 2015, la Marcha del cambio reúne en Madrid más de 100.000 participantes; la plaza del Sol, llena a rebosar.
En las elecciones generales de diciembre de 2015, Podemos se estrena con 69 diputados; en las de junio de 2016 llega a los 71 diputados, su cenit parlamentario. El sorpaso al PSOE y la posibilidad de ser el partido más votado en unas elecciones generales y formar un Gobierno “transformador” es el sueño otoñal de 2016.
En las generales de abril de 2019, se invierte la tendencia: solo 41 diputados; en noviembre baja a 35. En enero de 2020, inicia la gran experiencia de gobernar (desaprovechada) en coalición con el PSOE. Pablo Iglesias, fajado en los platós televisivos y sin otro rodaje que el de las tarimas académicas, se convierte en el titular del Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030 y de la vicepresidencia segunda. Irene Montero ocupa la relevante cartera de Igualdad en un momento fuertemente reivindicativo del feminismo en España.
No obstante, el cielo no se deja asaltar, Pablo Iglesias tira la toalla gubernamental en marzo de 2021, cambia el amplio cielo de España por el castizo cielo madrileño y abandona la política activa en junio después del fracaso en las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid al conseguir solo 10 escaños de 135.
En las municipales y autonómicas de mayo de 2023, el retroceso electoral es demoledor, de 47 diputados autonómicos a 14, lo que facilita las coaliciones del PP y Vox en varias comunidades. Y la puntilla en las generales de julio de 2023: 5 diputados dentro de la coalición electoral Sumar; diputados que en octubre pasan al Grupo Mixto y en enero de 2024 se reducen a 4 por una renuncia.
Ione Belarra, secretaria general del Podemos residual, interpreta el descalabro proclamando que se abría una nueva etapa en busca de autonomía política y voz propia. Del cielo al limbo.
Hoy, Podemos es una izquierda inútil en lo social y en la política, ni siquiera llega a testimonial, lo que diga interesará muy poco; lo que haga solo interesará en la medida que afecte al Gobierno de la coalición del PSOE y Sumar.
¿Cómo se explica semejante declive? Algo parecido ha ocurrido en el campo de la derecha. Ciudadanos también soñó con el sorpaso al PP y la presidencia del Gobierno; ambos partidos han tenido liderazgos personalistas, absorbentes y, al mismo tiempo, excluyentes: Pablo Iglesias e Irene Montero, Albert Rivera e Inés Arrimadas.
Las circunstancias y la novedad, al comienzo bien explotados, encumbraron el respectivo partido; los errores conceptuales y estratégicos de los líderes, crecidos y ofuscados por el éxito inicial, lo hundieron. El liderazgo no es la única causa, pero tal vez sea la determinante. El personalismo tiene un recorrido temporal corto en política.
Pablo Iglesias se había definido como socialdemócrata, pero de boquilla, sin adoptar en la práctica la tradición reformista de la socialdemocracia. Su interpretación de la socialdemocracia pretendía ser de nuevo cuño, no quiso constituirse en un ala izquierda y se consumió en un manojo de brillantes superficialidades izquierdistas.
No entendió el gradualismo del reformismo socialdemócrata. Las prisas sin calcular los medios disponibles, la oportunidad y la relación de fuerzas, las rutilantes y cegadoras interpretaciones teóricas de la prosaica realidad impidieron a los dirigentes de Podemos aprovechar su paso por el Gobierno para aprender reformismo posibilista, lo que representa y asegura el PSOE, que ha pasado por todos los avatares históricos desde su fundación en 1879, el segundo partido político más antiguo de Europa. El primero es otro socialdemócrata, el SPD alemán, constituido en 1875.
El fulgor de Podemos duró poco más de cinco años; actualmente, su existencia misma está en el candelero. Habrá sido un experimento frustrante –el cielo no se deja tomar fácilmente–, aunque, en el fondo, esta frustración revaloriza la práctica terrena del reformismo, lento, vacilante, insuficiente, pero con logros sociales para los menos favorecidos, útil pues.