La corrupción es un cáncer grotescamente prolijo. Por lo visto, cuando Koldo vendía mascarillas, Ábalos no estaba de servicio. El día de 2021 en que el exministro de Fomento fue sustituido por la alcaldesa de Gavà, se olía el tufillo de los amigos de Ábalos que utilizaron su mando en plaza para fortalecer su cartera. Es el cuento de nunca acabar. ¡Atención! Ábalos no es cualquiera; se bregó en la dureza de las agrupaciones socialistas de base y subió al Comité Federal del partido a golpe de meritocracia; fue Secretario de Organización del PSOE y le encargó a Koldo la custodia de los avales de Sánchez en su ascensión a la secretaría general.
Koldo se convirtió en el asesor de referencia en el Ministerio de Fomento, denominado entonces como Trasportes, Movilidad y Agenda Urbana, y se encargó de comprar material sanitario en plena pandemia. Metió mano en las comisiones que son inicialmente legales, pero que dejaron de serlo al convertirse en mordidas después de asignaciones a dedo (no en contrato públicos). Eran compras masivas, a través de empresas públicas, como Adif o Puertos del Estado. La firma Soluciones de Gestión -en pérdidas e inmersa en una intervención concursal- controlada por Koldo intermediaba las compras.
Ábalos, responsable de dejación in vigilando, no figura en el sumario del caso, pero no quiere dimitir como diputado para no perder el aforo, porque si lo pierde será incluido en la investigación de juez instructor Ismael Serrano, que ha destapado el escándalo conocido al levantar el secreto del sumario de un caso que lleva años larvado. Pinzado entre la conveniencia política y el momento procesal, el cerco sobre Ábalos se cierra; Juan Carlos Cuenca, considerado el inspirador secreto del caso, declara ante el juez. El justicialismo de oposición no es la política.
Aunque no esté imputado, Ábalos debe responder por responsabilidad política, como lo hizo ejemplarmente el ex primer ministro de Portugal, Antonio Costa, en cuestión de minutos. No lo hace, se escuda en la honorabilidad del “yo no sabía nada”, pero el PSOE le lanza un ultimátum, le exige que entregue su escaño, basándose en la declaración de Pedro Sánchez ante la Internacional Socialista: “El que la hace la paga”. El exministro se bunqueriza; él considera que el acta es sagrada, ¡ay, señor!, el origen de tantos males. El PSOE le expulsa de su grupo parlamentario y le manda al gallinero, el Grupo Mixto, detrás de los escaños de Bildu; su imagen de dirigente de hierro se difumina.
Los políticos malean. El PP aprovecha la ocasión para acechar al Gobierno y hoy mismo, miércoles 28 de febrero, se espera en el hemiciclo una sesión de control de guerra dialéctica sin cuartel. Sánchez llegó al Gobierno por medio de una moción de censura desatada tras la primera sentencia de la Gürtel, que declaró al PP como “participe a título lucrativo”; juró su batalla contra la corrupción y hoy es deudor de aquella victoria.
A Sánchez, llevado a las cuerdas por Junts para firmar la Ley de Amnistía, se le exige a rajatabla permitir que su partido caiga en un asunto irregular por la contratación de la compra de mascarillas como el que se acusa judicialmente al hermano de Ayuso, la presidenta de Madrid. Le dirán que por la boca muere el pez. El caso Koldo se veía venir desde el día en que José Luis Ábalos fue sustituido en la cartera de Transportes; y de eso no hay duda, por más que Sánchez ponga cara de póker, cuando lo niega solemnemente. Ábalos se ha negado la rectitud de la práctica partidista que él mimo recreó en otro tiempo. Le ha faltado la paciencia que él instauró. Es un implacable escéptico para quien los actos de los devotos son una forma de fraude moral; y el PSOE está lleno de devotos a la espera de oportunidades con la mirada puesta en la implacabilidad de Bolaños y de Santos Cerdán, este segundo, el hombre que se trajo a Madrid a Koldo García. Y Koldo, claro, es un canto al juanguerrismo del pasado, una glosa a los que suturan y tratan al partido como si fuese un traje usado que requiere remiendos; es un señor listo, que procede de la seguridad privada. Así reúnen méritos los desclasados, que anticipan el futuro, aplicando un estajanovismo sin remedio en la entraña de un partido político que flojea en lo ideológico lo que gana en lo institucional.
La política despliega fascinación, muestra una eterna posibilidad de metamorfosis; es transversal y ascendente. Lo que ha hecho Sánchez con Ábalos es impedir que se salga de la fila. El PSOE no ha mentido; nadie implica a Francina Armengol, presidenta del Congreso, ni al exministro de Sanidad, Salvador Illa. El socialismo no será participe de Koldo y los suyos porque no tiene que camuflarse, como lo hizo Mariano Rajoy, al ocultarse tras su propia sombra: “Ese señor del que usted me habla no tiene nada que ver con mi propio yo”, dijo el expresidente delante de la Audiencia Nacional, con el tuno salero de quien está delante de una ensalada de lamprea, el pescado prehistórico.