Queda un año para las elecciones y todos los partidos marcan posiciones. Lo cierto es que en los cuarteles generales se están perfilando las campañas. Se decide sobre la imagen y sobre los contenidos, aunque ni Junts, ni ERC, ni el PP tienen definido el candidato. Junts sigue a la espera de acontecimientos y que su líder tome su decisión. ERC vive dividida en sus dos almas y si la amnistía fructifica, Oriol Junqueras estaría en condiciones de asumir el liderazgo, lo que avecina una cruel batalla, porque ERC no es el PNV. Y el PP sigue deshojando la margarita. Sin embargo, a pesar de las incógnitas, se está engrasando la maquinaria para afrontar una larga y cainita campaña.

Las elecciones catalanas no parece que se centren en la independencia, porque la secesión ha perdido fuelle en las fuerzas independentistas. Sólo desde la ANC se agita este elemento como gran diferenciador de su candidatura, que está por ver que se presente, con el resto de formaciones. ERC y Junts no quieren dejar este terreno expedito, pero su apuesta por investir a Pedro Sánchez los ha dejado con lo puesto. Sus propuestas de presentar el referéndum como fruta madura que caerá tras la amnistía son sólo el estribillo de una opereta. Su credibilidad, y más en su espacio electoral, es similar a cero.

Por el lado constitucionalista, sólo el PP abrazará el procés que en el partido de Núñez Feijóo avivan con fruición. Por recuperar terreno en Cataluña y, sobre todo, por mantener ardiendo la llama del anticatalanismo que tantos votos reporta allende el río Ebro. Ya sea con un candidato más moderado o con un candidato radical. El discurso variará poco. El PSC irá por otros lares más cercanos al día a día. Sequía, seguridad, educación, medio ambiente, sanidad serán los estiletes que clavará en ERC, también en Junts, a los que afeará su nula gestión. La sequía será la reina de la campaña, no lo duden, porque tras el verano si nadie lo remedia la cosa se pondrá muy fea y el personal aumentará sus decibelios de cabreo. Gestión y más gestión será el manual de resistencia de Salvador Illa, porque la presidencia de la Generalitat dependerá de que el PSC salga pertrechado en el nuevo Parlament.

En este escenario, la pregunta es saber por dónde tirará el independentismo. Los acontecimientos de las últimas semanas indican que se refugiarán en la identidad, en el supremacismo con un punto de xenofobia y racismo. Lo hemos visto esta semana en el pleno en el que Sánchez cedió ante Junts para evitar el colapso. Cedió en muchas cosas, pero una es muy significativa. Lo que Junts llama “delegación integral de las competencias de inmigración”. La bandera electoral, sin duda. Es el punto y final al discurso victimista de que Cataluña recibe más inmigración que otras comunidades y sin tener los recursos suficientes. Y que esta inmigración diluye la identidad catalana. Junts se ha puesto la tirita antes que la herida para evitar que el independentismo frustrado se refugie en la extrema derecha y ha señalado un nuevo enemigo a batir: la inmigración que diluye la identidad catalana, que no aprende el idioma y que es la semilla de la delincuencia. En un acto de alcaldes del Maresme de Junts se dijo así de claro. La delincuencia es extranjera y Cataluña debería poder expulsar a los reincidentes. No es el único caso.

Si el informe PISA nos pincha el globo de la educación, la culpa es la sobrerrepresentación de los inmigrantes. No digamos si los primeros niños catalanes nacidos en 2024 no tienen, ni de coña, ocho apellidos catalanes. Las redes fueron muy claras. No son catalanes, son nacidos en Cataluña, y son venidos a diluir nuestra identidad. Una identidad que ya pusieron en duda los catalanes castellanohablantes que son objetivo de una nueva campaña que indica que sólo es catalán quien habla en catalán. Quien no lo hace es un colono. Y qué decir de la seguridad. Si hay delincuencia en Cataluña, la razón hay que buscarla en los magrebíes y en los sudamericanos. No hace tanto había pintadas que rezaban así: “aquí se roba en castellano”.

Todos los partidos independentistas tirarán de este manual, porque ser el más identitario será el sucedáneo del otrora famoso ser el más independentista. Que además en la macedonia de siglas independentistas aparezca la ultraderecha ayuda. No es la ultraderecha nacionalcatólica de Vox, es la ultraderecha europea que avanza a pasos agigantados con su “primero los de aquí”, como bien explicaba Paola Lo Cascio en un artículo en El País. No le falta razón, y Ripoll es todo un ejemplo, porque el independentismo más identitario, que se siente derrotado y engañado por sus partidos de referencia, puede estar tentado a explorar nuevas alternativas para recuperar empuje y, sobre todo, ilusión. El candidato de Vox da igual quién sea. El franquismo seguirá apostando por la marca Abascal para agrupar al ultraderechismo catalán más español, aunque el riesgo es que sus mensajes se confundan con el independentismo más irredento. Su única diferencia es la bandera y que los ultras catalanes no son catolicistas.

Ha muerto el procés. La derrota se obvia y se identifica el nuevo reto: la identidad. Ha muerto el procés, ¡viva la identidad! Los catalanes primero. ¿Les suena?