En el ejercicio de 2024, los países desarrollados conseguirán un menor crecimiento y una disminución de la inflación. La negativa evolución de la primera variable será provocada por la desaceleración económica de China, la entrada en recesión de la Unión Europea y el Reino Unido y una menor actividad en EEUU.
La reducción del IPC constituirá una consecuencia del elevado aumento de los tipos de interés observado entre julio de 2022 y septiembre de 2023 y de una gran disminución del precio de las materias primas. En otras palabras, en 2024 la inflación continuará con la tendencia observada en los últimos meses debido a la debilidad de la demanda de bienes.
La política monetaria no influye de manera inmediata sobre la actividad económica, sino que lo hace con demora. Cualquier incremento de los tipos de interés afecta plenamente al PIB después de transcurrido más de un año, pues los hogares y las empresas no cambian enseguida sus planes de gasto e inversión. Tampoco los bancos restringen rápidamente el crédito y varían las condiciones que deben cumplir los prestatarios para obtener uno.
La desaceleración de China será principalmente causada por la explosión de una burbuja en el mercado de la vivienda, un estallido que lastrará durante numerosos años el crecimiento de su producción. Entre 2008 y 2019, el sector inmobiliario y de la construcción fue el principal impulsor del PIB. En cambio, en los siguientes ejercicios ofrecerá unas prestaciones peores que las de un motor averiado.
No obstante, también evolucionarán de manera decepcionante las exportaciones y la inversión extranjera. Las primeras por el aumento de las barreras comerciales en EEUU y la atonía de la demanda de bienes en numerosos países desarrollados y emergentes. La segunda por la desglobalización comercial que desplazará fábricas y producción desde el sureste asiático hacia Europa y EEUU. Un movimiento generado por las crecientes dudas de las empresas respecto a la fiabilidad de la cadena logística mundial.
En los mercados financieros, en la película de 2024 la actriz principal será la inflación y el actor secundario, el PIB. En diciembre, la primera variable se situará por debajo del 2% en la zona euro y solo un poco por encima de dicha cifra en EEUU. Un descenso del IPC que conllevará disminuciones de los tipos de interés de referencia de ambas zonas. Al final del año, el de la eurozona se situará en un 3% y el del país americano en un 4%.
La expectativa de reducción de la tasa de inflación y disminución de los tipos de interés incrementará la rentabilidad ofrecida por los activos de renta fija a medio y largo plazo y reducirá la generada por los de corto. En los primeros, la clave reside en la variación en sentido contrario de las tasas de interés y el precio de los bonos. Por ello, cuando una baja, el otro sube, y viceversa. En los segundos, el aspecto esencial está en el inferior rendimiento proporcionado por los nuevos títulos adquiridos después de la extinción la vida de los antiguos.
El incremento de la rentabilidad obtenida será más elevado cuanto mayor sea la duración de la cartera de bonos. En otras palabras, dada una disminución del tipo de interés, el aumento del precio del activo será superior si le quedan 10 años de vida que si le quedan tres. Por dicho motivo, en 2024 me parece bastante probable que la mayoría de los fondos de inversión, cuyos activos posean una vigencia media igual o superior a los siete ejercicios, consigan una revalorización superior al 10%.
No obstante, el próximo año, las principales oportunidades en renta fija estarán en los bonos emitidos por empresas. En particular, en las compañías que tengan un elevado endeudamiento en relación con su ebitda (beneficio bruto de explotación) y sus ingresos no estén sustancialmente afectados por la desaceleración económica. En el mercado español, me parecen muy interesantes los de Grifols, Ferrovial, Meliá, Cellnex y Sacyr.
En relación con la renta variable, las variables tipo de interés y crecimiento económico tendrá una inversa influencia sobre sus activos. La primera conducirá a un incremento de sus cotizaciones; la segunda, a una disminución. No obstante, las repercusiones del factor positivo superarán a las del negativo y la mayoría de los principales índices mundiales continuarán subiendo. Sin embargo, bastante menos de lo que lo han hecho en el actual ejercicio.
Unos tipos de interés inferiores hacen más atractiva la renta variable, pues disminuyen los costes de las empresas y el riesgo de invertir en el capital de ellas. Por regla general, conducen a la venta de bonos y la compra de acciones. No obstante, dada la elevada rentabilidad esperada de los primeros, el trasvase de unos a otros activos será de escasa cuantía.
Un decepcionante incremento del PIB supondrá un escaso aumento de los ingresos y beneficios de la mayor parte de las empresas. La repercusión más negativa la padecerán las compañías industriales, especialmente las de carácter cíclico, tales como petroleras, acereras, papeleras o automovilísticas. El motivo será una demanda de productos más afectada que la de servicios.
De la anterior tendencia, se salvarán las empresas turísticas y los bancos. La inversión en las primeras tendrá un menor riesgo del habitual, pues continuará el boom del turismo. Después de la pandemia, ha existido un inesperado cambio de preferencias de los consumidores consistente en reducir la compra de bienes duraderos, sustituir productos de alimentación conocidos por otros de marca blanca y aumentar el gasto en ocio.
Los segundos tendrán una buena evolución en el parqué porque los españoles están baratos en bolsa, los resultados obtenidos serán superiores a los previstos por la mayoría de analistas, en el próximo año seguirán aprovechándose de la elevada subida de tipos de interés acontecida entre julio de 2022 y septiembre de 2023, la morosidad solo aumentará un poco y el Gobierno reducirá la tarifa del impuesto extraordinario aplicado en el actual ejercicio o lo eliminará.
En definitiva, 2024 será buen año para los tenedores de bonos y acciones. No obstante, especialmente para los primeros, pues no es nada habitual que un inversor conservador pueda lograr en un fondo de renta fija a largo plazo una rentabilidad superior a un 10% anual. En la renta variable, aconsejo evitar las compañías cíclicas productoras de bienes y entrar en las generadoras de servicios, especialmente las turísticas y las financieras.
Sin embargo, un nuevo conflicto bélico, la quiebra de uno o más bancos medianos en EEUU, el regreso en la Unión Europea a una austeridad similar a la de 2010 o una repentina escasez de una de las principales materias primas pueden dar al traste con las anteriores predicciones.
Así pues, ante un cambio de contexto económico o financiero, una reacción rápida derivada de un buen asesoramiento constituye el camino más recto hacia el éxito. No obstante, dudo mucho de que lo encuentre en un banco. En la mayoría, le dirán que compre lo que ha subido y venda lo que ha bajado. Para hacer eso, no es necesario ninguna alforja.