Recomiendo, si no lo han hecho todavía, que escuchen con atención el magnífico discurso que el locutor Carlos Alsina pronunció este lunes al recibir el premio Francisco Cerecedo de periodismo. Es una pieza extraordinaria que no voy a resumir. Es mucho mejor que vayan a la web de Onda Cero y disfruten íntegramente de esos 18 minutos, en los que el premiado se apoya en recuerdos y experiencias personales para reflexionar sobre los peligros que corre el periodista al hacer su trabajo, principalmente el hecho de acabar confundiéndose con la “comitiva del cortejo”. Es decir, en lugar de actuar de testigo de la política, decide convertirse en un miembro más del club de fans o de forofos del gobernante de turno o del partido que sea.

De la misma forma que la política está siendo sustituida por la religión política, el periodismo a secas (que incluye a opinadores y tertulianos) se ha transformado, sobre todo en momentos de enorme tensión que ahora son ya casi todos los días, en periodismo confesional.

En la Cataluña del procés buena parte del periodismo se sumó al cortejo secesionista, y en el resto de España, sobre todo en los medios de Madrid, se activan a diario adscripciones confesionales parecidas, a favor del PP o del PSOE. Cómo olvidar, por ejemplo, la militancia que practicó cierto periodismo en la teoría de la conspiración sobre los atentados yihadistas de Atocha en 2004 para intentar deslegitimar la victoria socialista.

No voy a hacer un repaso de tantos episodios bochornosos de mal periodismo porque daría para escribir un libro y, ciertamente, ha habido de todo, a derecha e izquierda. Por eso el periodismo que hace cada mañana Alsina me parece muy saludable, desde “el simple y radical apego a la verdad”, como dijo anteayer en forma casi de catecismo. “La verdad frente a la distorsión. La verdad frente a los pretendidos cambios de opinión”. Porque en política no todo es relativo y la elasticidad no debiera permitir borrar tan rápidamente la palabra dada, reírse de la coherencia o del compromiso adquirido tres días antes de unas elecciones.

Hablo de la amnistía, claro está, pero no tanto para censurar a Pedro Sánchez, sino para dejar constancia de mi sorpresa ante la cantidad de colegas que han hecho suyos los argumentos falseados sobre la conveniencia y la virtud de tal medida, escondiendo que solo se adopta por pura necesidad política: evitar a toda costa una repetición electoral que se juzga inconveniente y peligrosa.

He asistido atónito ante el gradual giro de aquellos, a quienes pese a todo sigo considerando buenos profesionales, que han pasado a considerar que el fin, evitar como sea un Gobierno del PP con Vox, justifica un medio como la amnistía, que meses antes rechazaban, desde el más sincero de los convencimientos, por imposible constitucionalmente e indeseable políticamente.

Entiendo el disimulo de Sánchez, de quien se puede decir de todo menos que no actúe desde una lógica aplastante, pero es triste que el periodismo de algunos medios, de la prensa y la radio progubernamentales, se haya entregado en estos meses a adornar ese cambio de opinión, o a hacernos creer que en Europa lo de las amnistías es el pan de nuestro de cada día, y que, por ejemplo, los casos de Portugal o Italia son intercambiables con lo que se pretende hacer aquí. Pues no. En el país vecino, se llama amnistía a lo que en realidad es un indulto general a presos comunes, y en Italia, más de lo mismo, una forma de evitar el hacinamiento de las cárceles.

Con la excepción del Reino Unido para el caso de Irlanda del Norte, no ha habido en Europa amnistías a políticos. Seguramente, en España también cabría, si fuera el final de un proceso de reconciliación, con alguna renuncia de calado por parte de los amnistiados, pero no como pago para una investidura.

Veremos qué dice el Constitucional, aunque no tendrá más remedio que creerse una exposición de motivos en el preámbulo de la ley que es una gran mentira. Por fortuna, los ciudadanos somos en este sentido más libres para emitir un juicio, que no será jurídico formal, sino ético político. Y contra la mentira, a favor siempre del apego a la verdad, debemos militar los periodistas, si no queremos convertirnos en parte de un cortejo.