El director general del Instituto Catalán de Oncología (ICO), Ramon Salazar, ha dejado el cargo tras salir a la luz que había cobrado dinero de las farmacéuticas, más de 14.000 euros en un solo año, 2022.

Según la prensa, el pobre Salazar estaba acostumbrado a recibir ingresos de las farmacéuticas cuando era un simple oncólogo, cosa que es legal --y es de suponer que también habitual--, y al asumir la dirección del ICO siguió cobrando. La fuerza de la costumbre, ya se sabe.

Hay que ser comprensivos, si uno está habituado a pasar el cazo como médico, lo normal es que se despiste y lo siga pasando cuando ocupa un cargo público, no va uno a estar en todo. Las farmacéuticas, por su parte, son muy generosas, y continuaron ingresando el dinero sin saber que al doctor Salazar ya no le estaba permitido recibirlo.

De todo este asunto, al ciudadano despistado tal vez le llame la atención que los médicos puedan recibir gratificaciones económicas por parte de las empresas farmacéuticas. Permitan que les informe de que tengo amigos médicos que se han pegado viajes al Caribe, todo incluido, a costa de esas compañías, además de recibir obsequios de todo tipo, una práctica mucho más señorial y, sobre todo, mucho más disimulada que la de regalar dinero contante y sonante.

Ya he comentado antes que las empresas farmacéuticas son muy generosas, y para convencer a un doctor de que recete su medicamento en lugar del de la empresa rival no reparan en gastos. La cosa no tiene nada de particular cuando se trata de que un médico de familia elija entre un par de medicamentos similares, el problema aparece cuando esos “regalos” los reciben directivos del sector público con capacidad de decisión, eso ya son palabras mayores.

La familia Sackler se enriqueció en los Estados Unidos --y estamos hablando de “enriquecerse” en el sentido americano del término, mucho más exuberante que lo conocido por estos lares-- gracias a la fabricación y venta del OxyContin, un opiáceo. El OxyContin se vendía como una panacea para aliviar el dolor, y así era, pero tenía graves efectos secundarios, que de hecho causaron la muerte a miles de ciudadanos, y a otros tantos los convirtieron en yonquis.

La empresa de los Sackler, Purdue Pharma, no solamente premiaba a los médicos que más recetaban OxyContin, sino que ingresó una fortuna en la cuenta del director de la Agencia Federal del Medicamento, la institución que se encarga de aprobar todo nuevo fármaco, previa comprobación de que no es pernicioso para la salud.

A pesar de su evidente peligrosidad, el OxyContin tuvo el plácet de la Agencia, se conoce que los billetes verdes taparon los ojos al responsable de comprobar sus efectos secundarios. Gracias a los “donativos” de su fabricante, el OxyContin tuvo durante años carta blanca en Estados Unidos para aliviar el dolor de unos cuantos, matar a otros cuantos, enganchar a las drogas a muchos y enriquecer a unos pocos, es decir, a la familia Sackler, que superó en riqueza a la Rockefeller. Cuando las farmacéuticas pagan dinero a funcionarios o médicos, jamás es un regalo, es siempre una inversión.

Lejos de mí está insinuar que el doctor Salazar haya tenido trato de favor hacia una empresa a cambio de unos miserables 14.000 euros; con eso no es que no se equipare a la familia Rockefeller, es que ni siquiera llega a las propinas de su chófer. Al contrario, vaya desde aquí un abrazo y mi más acérrima defensa del facultativo: si a uno le dan un cargo público en Cataluña, lo más normal es que crea que aceptar dinero de empresas y no declararlo forma parte del contrato, aquí esas cosas se han hecho toda la vida. No hay más que ver a la familia Pujol, el patriarca de la cual también empezó como médico, como el de los Sackler.