Hace algo más de 20 años que Argentina rompió la convertibilidad del peso al dólar (un peso, un dólar) y ahora el candidato a la presidencia Javier Milei promete volver a algo parecido dolarizando de nuevo la economía. Alguno de los 10 años de dolarización impulsada por Carlos Menem y su superministro Domingo Cavallo supusieron un cierto oasis en tiempos de miseria. Se llegó a la política de convertibilidad para salir de una terrible hiperinflación, más de 3.000% anual, pero su forzado abandono llevó a los no menos terribles corralito e impago de deuda.

La historia económica de Argentina es como sus canciones nacionales, el tango y la canción gaucha, triste y melancólica. A comienzos del siglo pasado y hasta el inicio de la primera guerra mundial la economía argentina era de las más avanzadas del mundo, con un PIB per cápita del 90% el de Estados Unidos y algo superior al de los países avanzados de Europa, incluidas Francia y Alemania. Hoy, con una moneda en caída libre, tiene un PIB per cápita similar al de Cuba, siete veces menos que el de Estados Unidos y cinco veces menos que el alemán. El declive se va acelerando. Hace 30 años su PIB era como el de México; hoy el país azteca triplica el PIB de Argentina. Es, probablemente, el mejor ejemplo del daño que pueden hacer políticas económicas equivocadas, el populismo y la corrupción.

Probablemente el declive de la economía argentina vino al no saber reaccionar al nuevo escenario tras la primera guerra y la Gran Depresión. En lugar de aprovechar su inmenso potencial agropecuario para incrementar su presencia en el mercado internacional se convirtió en una especie de autarquía, empeñada en aislarse del resto imponiendo unos aranceles altísimos y pretendiendo ser autosuficiente de todo. Esta mala visión económica se agravó con el populismo iniciado por el peronismo y la decadencia fue acelerándose. Además, Argentina ha sufrido de una enorme inestabilidad institucional, sufriendo seis golpes de Estado en el siglo XX.

Las elecciones de 1989 marcaron un hito, pues fue la primera vez en 60 años que un presidente elegido por las urnas cedía el testigo a otro presidente electo en lugar de ser sustituido por una junta militar. Los tumbos institucionales han ido acompañados de políticos populistas, cuando no corruptos que han generado déficit público año tras año, inflando la deuda y provocando situaciones de impago casi de manera regular. El resultado es una situación económica de auténtica montaña rusa, sucediéndose cortos ciclos de bonanza con largos ciclos de recesión.

Desde hace años, Argentina está inmersa en una crisis profundísima y sólo así se comprende el entusiasmo que desata un candidato autodenominado anarcoliberal. Milei encarna la esperanza del desesperado y solo así puede entenderse su lenguaje desbocado y sus propuestas radicales que habrá que ver si puede aplicar, pues la economía argentina depende fuertemente de los dictados del FMI, a quien debe miles de millones de dólares. Pero como demuestra la primera vuelta, la radicalidad de Milei también da miedo.

La dolarización que pretende no estaría mal si el Estado tuviese suficientes dólares para poder implementarla. Hoy las reservas nacionales son de unos 25.000 millones de dólares, y el Estado debe, en forma de deuda, más de 44.000 millones. Además, para dolarizar la economía se calculan necesarios cerca de 30.000 millones adicionales para dotar al sistema de liquidez. Las cuentas no salen.

La única salida es provocar una caída acelerada del peso, cosa que las declaraciones de Milei están logrando hasta el punto de tener varias demandas por intentar manipular la tasa de intercambio, un corralito y programar un default controlado de la deuda, además de vender todo lo vendible, desde YPF a cualquier otro activo del país. El problema es que las medidas de privatización ya las probaron Menem y Cavallo y, años después, lo privatizado se volvió a nacionalizar, por lo que dudo que haya mucho interés internacional en invertir en un país con una elevadísima inseguridad jurídica.

Las lecciones aprendidas de Argentina son clarísimas, otra cosa es que se quiera aprender. La autarquía no es buena; el populismo, peor. Y la corrupción aleja de la política a quien más puede contribuir a resolver los problemas. Pensar que la deuda puede escalar sin problema es ingenuo y antes o después hay que ajustar, o provocar un default que aísla aún más al país. El populismo fuertemente arraigado se ha eternizado con políticas de subsidio y prestaciones. Por eso, y por el miedo al abismo, ganó en primera vuelta el candidato peronista, pero está por ver qué hace la derecha más tradicional ahora que Patricia Bullrich se ha quedado fuera de la carrera. Milei asusta, pero seguir con el peronismo, también.

Afortunadamente, España es un país relevante en la Unión Europea y eso es nuestra mejor red de seguridad. Pero hemos de acabar con el creciente populismo de izquierdas y de derechas que nos rodea, lo mismo que hemos de ser conscientes de que los nacionalismos son en esencia otro tipo de populismo porque proponen cosas que ellos saben que son imposibles. Hay que reducir sí o sí el déficit, y la deuda, se tienen que terminar las políticas de subsidio, las paguitas y los cheques para jugar a la Play.

La persecución a la corrupción debe ser implacable, dejándonos de eufemismos y figuras jurídicas exóticas. Por ejemplo, desviar fondos para un cuerpo diplomático sin tener competencias en política exterior debe ser tan perseguible como quedarse el dinero de los contribuyentes. Los impuestos tienen una finalidad concreta, mejorar la vida de los ciudadanos con menos ingresos. Todo lo demás sobra. En Argentina vemos a dónde llevan populismo, corrupción y deuda.