En los últimos meses, después del cambio de alcaldía, ha emergido con fuerza el debate sobre el modelo económico de Barcelona. No obstante, está más presente en los medios de comunicación y en el tejido empresarial y social que en el político. No constituye ninguna sorpresa, pues dicho modelo no tuvo un papel relevante en la campaña electoral y el nuevo alcalde no se ha pronunciado sobre el suyo.
Desde mi perspectiva, existen tres principales alternativas. Por un lado, están los defensores de una ciudad tranquila y una disminución de su actividad económica. Por el otro, los que desean convertir a la capital catalana en el principal motor de España y en una de las urbes de referencia de la economía mundial.
Entre ambas opciones, antagónicas entre sí, surge una tercera. Sus defensores no apuestan por ningún modelo económico concreto, sino por una determinada manera de gestionar el municipio. No pretenden transformar la ciudad, sino resolver con éxito los distintos problemas que vayan surgiendo. En los últimos años, la anterior visión constituye la guía de actuación de la mayoría de los alcaldes del PSC en el área metropolitana de Barcelona.
1) Una ciudad de provincias
La primera opción es defendida por los que quieren transformar la capital catalana en una ciudad de provincias. Una urbe donde el porcentaje de empleo generado por el sector privado sea cada vez menor y mayor el ofrecido por el público. El modelo a seguir sería Oviedo, Mérida, Huesca o Santiago de Compostela. No obstante, para bastantes de sus partidarios, la última urbe tiene un excesivo número de turistas.
Dichas ciudades proporcionan una buena calidad de vida a sus residentes. Para los jubilados y los que poseen un gran arraigo a su tierra, pero escasas expectativas profesionales, constituye un magnífico lugar donde vivir. No obstante, no lo es para la mayoría de los jóvenes con estudios superiores y deseos de tener una carrera profesional relevante. Para ellos, solo hay un destino: la emigración a otra urbe. Una donde les sea mucho más fácil encontrar un empleo mejor remunerado y más acorde con su formación.
Los defensores de convertir Barcelona en una ciudad tranquila también están a favor de importantes restricciones a la circulación de automóviles, una menor actividad comercial, una reducción de los turistas y los estudiantes que llegan del resto de España y el extranjero a cursar un grado, máster o doctorado en nuestras universidades y escuelas de negocios.
En otras palabras, buscan un decrecimiento económico y una reducción del nivel de vida de sus residentes. Para conseguir tal propósito, dificultan la instalación de algunas empresas en la ciudad, están en contra de casi cualquier mejora de las infraestructuras y se oponen a la generación de nuevos atractivos turísticos, si estos pretenden instalarse en una ubicación preferente. En los últimos años, son los que han dicho no a la ampliación del puerto, aeropuerto o al proyecto del Museo Hermitage.
Para los anteriores, una disminución de la actividad económica y académica es esencial para lograr una caída del importe del alquiler y el precio de la vivienda. Si así sucediera, según ellos, los barceloneses no tendrían que emigrar a otras ciudades del área metropolitana de Barcelona y podrían continuar residiendo en el barrio donde nacieron.
La última alternativa constituye un derecho adquirido simplemente por haber nacido en ella. No obstante, como no está reconocido en ninguna norma, pues supone una discriminación entre unos y otros, la mejor manera de hacerlo efectivo consiste en convertir a Barcelona en una ciudad escasamente atractiva para los foráneos, ya sean del resto de Catalunya, España o el extranjero.
Los partidarios de dicha opción renuncian a captar talento fuera del municipio. No harán nada por atraer profesionales cualificados a la urbe, emprendedores que generen nuevas empresas, directivos que impulsen las ya constituidas y profesores e investigadores que mejoren el nivel académico de sus universidades. Tampoco favorecerán la llegada de mano de obra escasamente formada. Consideran que la capital catalana solo la han de disfrutar los barceloneses y ocasionalmente unos pocos turistas de elevado poder adquisitivo
2) Una metrópoli global
Los valedores de la segunda alternativa parten de una suposición: Barcelona no constituye una ciudad más, sino una muy especial. Lo es por su belleza, privilegiada localización, buenas comunicaciones y magnífico clima. Una localidad ideal para formarse, especializarse, realizar investigación, crear una empresa o simplemente trabajar. Para ellos, si en lugar de ser una urbe fuera un automóvil, su chasis sería el de un Ferrari.
A pesar de la pérdida de reputación internacional durante la última década, los anteriores motivos explican por qué sigue siendo una de las preferidas de los europeos para establecer su residencia permanente o temporal, ya sea la última durante unos meses o años. A dicho éxito, han contribuido decisivamente el prestigio de sus universidades y escuelas de negocios, pues atraen anualmente a un gran número de estudiantes y una pequeña parte de ellos se queda en la ciudad para desarrollar un proyecto empresarial o su carrera profesional.
Para los defensores de un mayor dinamismo económico, Barcelona tiene una capacidad de atracción de empresas, universidades, organismos y delegaciones de instituciones internacionales que no posee ninguna urbe de su área metropolitana. Por tanto, la capital catalana debería especializarse en la creación de empleo bien remunerado y en la generación de riqueza y las ciudades de su periferia en cubrir las necesidades de viviendas de una parte sustancial de las personas que trabajan en la capital catalana.
Para atraer a grandes compañías, es necesario ofrecerles edificios modernos situados en una ubicación preferente, un reducido precio de alquiler, una fácil y rápida conexión con el resto de la ciudad y las urbes de la periferia, una gran aeropuerto y la financiación del traslado por parte de alguna entidad financiera. De ninguna manera, el ayuntamiento ha de esperar a que las empresas le llamen, sino que debe irlas a buscar. No una vez, sino muchas, si es necesario.
Para conseguir la anterior finalidad, el alcalde de la ciudad ha de incentivar el crecimiento del número de inmuebles de oficinas. Un gran aumento de su oferta conducirá a una disminución del precio por m2 y al sufragio por parte de las empresas de un montante inferior al que habrían de abonar en casi todas las demás grandes ciudades europeas. Por tanto, supondría un estímulo para el traslado a la capital catalana de algunas sedes de compañías multinacionales o para la creación en ella de nuevas firmas.
En consecuencia, el primer edil no debe ceder a las presiones de determinados colectivos cuyo objetivo es reducir el espacio de oficinas para aumentar el dedicado a vivienda. En los edificios de nueva construcción, el ayuntamiento puede incrementar ambos, si permite la edificación de un mayor número de plantas. En algunas calles con una gran anchura, ha constituido un error impedir la edificación de inmuebles de más de cuatro alturas.
Tampoco debe favorecer a los que desean transformar numerosas plantas bajas, inicialmente destinadas al comercio, en pisos. Para muchos foráneos, especialmente extranjeros, la vitalidad de los barrios de Barcelona constituye una parte esencial de la ciudad y la distingue de muchas otras urbes. En ningún caso, la ciudad debe resignarse a perder el tejido comercial actual, sino que el ayuntamiento debe actuar para potenciarlo y diferenciarlo del existente en numerosas localidades.
3) La tercera vía
La tercera vía supondría implantar en la capital catalana el sistema de gestión adoptado por los alcaldes del PSC en las ciudades de la periferia de Barcelona. Dicho sistema les ha proporcionado un gran éxito, pues la mayoría de ellos revalida la alcaldía elección tras elección al obtener mayoría absoluta o un número de regidores próximo a ella.
Los anteriores primeros ediles ni son favorables ni contrarios a un aumento de la actividad económica en sus municipios, pues su posición depende si el viento impacta en su cara o espalda. Debido a ello, casi nunca favorecerán la creación de riqueza, si una pequeña parte de la población rechaza la instalación de una gran empresa. En cambio, serán favorables a ella si su llegada genera un gran consenso social. Por eso, en una misma legislatura pueden adoptar medidas a favor y en contra de un mayor dinamismo empresarial.
La mayoría de ellos no hará nada para atraer empresas, aumentar el número de comercios y mejorar la calidad de los productos y servicios ofrecidos por ellos. No obstante, si a alguna compañía mediana o grande le interesa instalarse en el municipio, el alcalde recibirá a su representante, le escuchará con suma atención, pero difícilmente le facilitará su implantación en él.
Tampoco contratará a una consultora para ofrecer su suelo industrial a numerosas compañías nacionales o internacionales. En materia económica, casi ninguno de los alcaldes del área metropolitana del PSC efectúa una gestión activa de atracción de empresas. Durante los últimos años, la pasividad en la captación ha sido su norma de actuación.
4) Conclusiones
En definitiva, las tres alternativas indicadas suponen convertir la capital catalana en una ciudad provinciana, una metrópoli global o un parque temático para turistas. La primera era la deseada por Ada Colau, la segunda por un elevado número de asociaciones empresariales y la tercera será lo que acabaremos siendo, si el actual alcalde no realiza una gestión activa. Una última posibilidad bastante probable si Jaume Collboni sigue la línea de actuación adoptada por numerosos alcaldes del PSC en el área metropolitana.
Si así sucede, estaremos mejor de lo que estábamos con Colau, pero bastante lejos de lo que podríamos lograr. La anterior alcaldesa hizo que el chasis del Ferrari proporcionará prestaciones propias de un Seat 600, el actual primer edil probablemente haga que genere las de un Volkswagen Golf. No obstante, las del automóvil alemán están bastante lejos de las del italiano. Para mí, las últimas son las que se merecen los habitantes de Barcelona y su área metropolitana.