La vuelta a la actividad de septiembre ha traído a la palestra un tema que ya había empezado a sonar antes del verano con relación al mercado inmobiliario: el descenso de las hipotecas. Cada vez son menos los compradores que optan por financiar a través del banco sus viviendas, debido, en gran medida, a los elevados tipos de interés fijados desde Bruselas y a las dificultades añadidas que plantean muchas entidades a familias y particulares en un contexto inflacionario. Cataluña, en este sentido, no es una excepción ni juega con reglas diferentes.
Lo que comenzó como un síntoma en el segundo semestre del año se confirma ahora como una realidad indiscutible en nuestra tierra. La última actualización de la Estadística Registral Inmobiliaria, que hace referencia a los datos de agosto, arroja conclusiones contundentes sobre este comportamiento en Cataluña.
El número de hipotecas destinadas a la adquisición de vivienda descendió el 27,3% con relación al mismo mes del año anterior, una cifra llamativa que además invita a la comparación con la media nacional, que cayó en agosto el 21,8%.
No obstante, otras comunidades autónomas registraron descensos superiores a los de Cataluña: Cantabria (34,9%), Madrid (30,6%), Comunidad Valenciana (31%), La Rioja (29%) y Aragón (27,6%) acusaron en mayor medida esta tendencia relativa a los préstamos, extendida de manera general por la geografía española, que deja a Murcia y Canarias como únicas excepciones con saldo positivo.
El frenazo evidente que se ha producido en el mercado hipotecario ha venido acompañado de una disminución en el número de compraventas. Las operaciones de adquisición de vivienda inscritas durante agosto descendieron en Cataluña el 17,2%, pasando de 8.644 a 7.160. Esta cifra, puesta en relieve con la de las hipotecas, evidencia que ambas actividades no van necesariamente de la mano.
Los datos registrales, más allá de constatar la dinámica descrita, dibujan un cambio de paradigma en lo referente al perfil de los compradores y a las fórmulas de pago que se emplean para adquirir inmuebles. Frente al escenario al que estábamos acostumbrados, emergen ahora los ahorradores e inversores, junto con los pagos al contado y lo que en el mundo anglosajón se conoce como sell to buy, vender un piso para comprar otro de valor similar.
El escenario de incertidumbre económica, motivado por una situación geopolítica inestable en Europa, parece haber impulsado a inversores y pequeños ahorradores a refugiarse en el ladrillo como valor seguro. A fin de cuentas, en zonas de alta demanda como las ciudades catalanas, el precio del metro cuadrado no sólo no pierde valor, sino que se incrementa en la medida en la que el mercado se tensiona.
Sin embargo, las aristas que configuran el ecosistema inmobiliario son bastante más endiabladas de lo que a priori pudiera parecer. En su funcionamiento influyen actores y factores múltiples que a menudo requieren de tiempo para un análisis sosegado y profundo. Por tal razón, no cabe hablar de fenómenos que han llegado para quedarse ni de realidades invariables. El ejercicio prudente invita a la observación, a huir de los pronósticos aventurados y a poner la lupa sobre el paisaje que dibujan los datos.
Una de nuestras misiones, como registradores, consiste precisamente en contribuir a la contextualización de realidades complejas para aproximarlas a la ciudadanía. Nuestra vocación de servidores públicos nos empuja a querer transformar la información en un bien útil que pueda ser utilizado por el conjunto de la sociedad para tomar buenas decisiones. Y de esta manera, podremos entender mejor las razones y los nuevos senderos que marcarán nuestro futuro próximo.